1993Infiernos de Isil, un pequeño pueblo del interior de carácter rural, varios quilómetros retirado de la capital y de otros municipios colindantes, se describe como un lugar idílico donde ir a parar para perderse sin dejar rastro.
Arropado por un anillo de rocosas colinas que servían de barrera natural con el resto del mundo, secundado por bosques y campos Infiernos de Isil podía presumir de poseer casi de todo, inclusive un pequeño afluente que discurría por las afueras del municipio para que en los cálidos veranos la gente joven (y no tan joven), pudiesen disfrutar del frescor de un buen baño en el río.
Una de sus principales señas de identidad era su naturaleza familiar ya que la mayoría de los vecinos eran gente de toda la vida que, generación tras generación, seguían afincados en el lugar; en el cual reinaban las antiguas costumbres. Ya los primeros documentos de Infiernos como municipio, databan de finales del siglo XVIII bajo un nombre similar a Inferna Isilian. El pueblo tenía su historia.
Corría el verano de 1993 y en pleno mes de Agosto reinaba la más absoluta quietud en el pueblo. Muchos habían aprovechado para salir de vacaciones con la familia para desconectar de la rutina y del clima agobiante; y los menos afortunados seguían enclaustrados en aquel pequeño municipio en el que casi todos se conocían.
La plaza mayor era el punto neurálgico de los lugareños. Quedaban allí para tomar algo en el bar, jugar una partida de petanca o simplemente tomar el fresco; y a los jóvenes era costumbre verlos reunirse al atardecer en los bancos para charlar y divertirse un rato antes de la hora de la cena. No habría más de una cincuentena de chicos entre los 10 y los 18 años en aquella época, suficientes para darle vida a aquel pueblo solitario.
Víctor llegó jadeante después de haber salido corriendo del colmado de sus padres en el que de vez en cuando echaba una mano al finalizar las clases, o ahora que era verano y estaba de vacaciones, se pasaba todas las mañanas allí o parte de las tardes, según le mandara Amparo, su madre.
Era un muchacho atento y cariñoso; y a pesar de su juventud era serio y responsable, algo que no le quitaba el hecho de que le encantaba encontrar cualquier momento para estar con Alberto y Julio, sus mejores amigos, con los que más tiempo pasaba cuando no estaba estudiando, en el colmado o con alguno de los cientos de libros que le encantaba leer.
Su casi metro ochenta de estatura le hacía destacar entre sus amigos, y no solo por eso; el cabello que peinaba en hondas castaño-rojizas y sus ojos azules hacían el resto.
Julio era el típico amigo alocado, siempre con alguna idea rocambolesca y aventurera en la mente: nunca estaba quieto. No es que fuera muy buen estudiante, de hecho, hacia bastantes pellas en el instituto, pero al fin y al cabo todo el mundo sabía que acabaría trabajando en uno de los talleres de coches de su padre, tanto en el pueblo como en la ciudad. Los Lomas destacaban por ser morenos de cabello y piel, y tener una sonrisa socarrona siempre en el rostro. Julio era el vivo retrato de su padre, de constitución delgada y larguirucha pero con una labia con la que podría embaucar al mismísimo Diablo.
Por la contra, Alberto era un chico más calmado y tímido. Sentía devoción por sus dos amigos y se desvivía por ellos, dando rienda suelta a su instinto de protección con todos los que eran importantes para él. Era un muchacho bien parecido, de rizos negros y ojos pardos rasgados que brillaban llenos de sabiduría. Para Víctor, él era su mejor amigo puesto que se conocían desde la guardería y habían crecido como si fueran familia; le consideraba el hermano que nunca tuvo.
Rondaban las ocho de la tarde y el calor surgía de los adoquines como si el pueblo se tratara de un enorme horno. Infiernos de Isil hacía honor a su nombre castigando a sus gentes con un terrible calor casi imposible de sofocar.
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La Sangre es Vida
VampireA principios de los noventa, en un pequeño pueblo de carácter rural, comienzan a pasar sucesos inexplicables coincidiendo con la llegada de una misteriosa forastera...