Al día siguiente los rayos del sol habían despertado a Víctor en aquella vivienda que le resultaba aún extraña. Naturalmente lo hizo sólo sobre aquella antigua cama. Elisa había elegido la habitación más pequeña del piso para usarla de habitación ciega; sobre todo porque podía encerrarse por dentro con un cerrojo y así sólo podría entrar alguien cuando ella lo descorriera.Seguramente de madrugada ella había abandonado la habitación principal para refugiarse del amanecer, puesto que Víctor descubrió un libro en la mesilla de noche que no recordó haber visto la noche anterior cuando se dirigieron a la cama y seguramente Elisa estuvo leyendo mientras él dormía.
Se levantó desperezándose y se dirigió al comedor, donde abrió un poco la puerta que daba al balcón y el bullicio de la plaza se coló en la vivienda junto con un aire fresco muy agradable. Víctor contempló aquellos estudiantes que pululaban ante sus ojos inquietos como hormigas y en cierto modo los envidió por tener una vida sin más preocupaciones que las mundanas, aunque era plenamente consciente de que él eligió estar en esa tesitura. Con esos pensamientos se sentó en la mesa de la cocina y se preparó el desayuno.
A lo largo de la mañana esperaba la visita de su amigo Alberto para traerle las cuatro cosas que le faltaban y de hecho le esperaba sobretodo porque en aquel momento necesitaba ver una cara amiga.
La mañana discurrió con tranquilidad pasmosa en la cual no pasaban las horas del reloj, hasta que por fin se oyó el timbre del portal a eso de las once de la mañana.
Víctor con dos zancadas se plantó junto al interfono y a pesar de que sabía que era su amigo, descolgó un poco nervioso. – ¿Sí?- preguntó. –Abre- ordenó Alberto imperioso. Al minuto oyó como el ascensor se paraba con un quejido en su planta y al poco el timbre de la puerta con sonido de antigualla. Se dirigió a abrirla y al ver a su esperado amigo sintió un pequeño alivio. En el umbral apareció Alberto con sus rizos revueltos, una maleta en una mano, bolsas de supermercado y un trasportín de mascotas en la otra.
Lo primero que hicieron fue abrazarse fuertemente intentando dejar a un lado las dudas que aún les envolvían sobre si habían tomado la decisión correcta.
-Veo que has encontrado el piso sin problemas- comentó Alberto una vez entraron hasta el comedor de la vivienda mirando a su alrededor. –Sí- afirmó su amigo feliz de verle- fue fácil con las indicaciones que me diste.
-¿Y Elisa?- cuestionó Alberto, aunque en el fondo sabía que a aquellas horas por su condición no podía estar a la vista.
– En la habitación pequeña- le informó Víctor un poco inquieto, al que su amigo le contempló comprensivo: estaba hecho un manojo de nervios. Aquella noche cumplía el plazo impuesto por Ezequiel, y desobedecer sus órdenes y haber huido podía convertirse perfectamente, si los encontraba, en una muerte segura. Víctor estaba asustado, aunque en el fondo había actuado como creía que debía hacerlo.
–Tranquilo, ¿vale?- le consoló Alberto poniéndole una mano en el hombro como muestra de apoyo- aquí no nos encontrará ese desalmado. Te puedo asegurar que no me ha seguido nadie hasta aquí; he venido solo por la nacional casi todo el camino- y añadió con fastidio- bueno, sólo no. Y alzó el trasportín con el gato dentro. –Aquí tienes a tu mascotita. ¡No veas lo que me ha costado cogerlo y meterlo dentro! ¡Menuda fiera!- a lo que Radcliffe le respondió con un bufido cuando Alberto acercó su rostro a la malla de la jaula portátil.
Víctor rio relajándose por fin al comprobar que por lo pronto sus planes iban saliendo según lo previsto. –Gracias tío- sonrió tomándole a Radcliffe de las manos de Alberto aún dentro del trasportín, el cual depositó en el suelo y le abrió la puertecita para que el gato saliera como una exhalación.
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La Sangre es Vida
VampireA principios de los noventa, en un pequeño pueblo de carácter rural, comienzan a pasar sucesos inexplicables coincidiendo con la llegada de una misteriosa forastera...