~XXX~Parte 1.

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Elisa abrió los ojos y sólo escuchó el silencio. Giró lentamente su cuello para mirar hacia un lado y vio sobre su mesilla de noche una fotografía de ella de cuando era una niña de no más de diez años posando junto a su hermana mayor y sus padres. Todos parecían tan felices en aquel jardín hacia finales del siglo XIX en su Alemania natal, poco antes de que aquel ser infame se cruzara en sus vidas.

Después de permitirse ese momento de melancolía, Elisa se incorporó y se decidió a bajar a la planta baja para ir al encuentro de Alberto y Víctor. La quietud y la ausencia de ruido le escamó. -"Dicen que la calma precede a la tormenta"- se dijo para sus adentros mientras empezó a bajar escalón a escalón.

En el comedor no había nadie así que se dirigió hacia la cocina para darse cuenta de que la puerta que daba al jardín estaba abierta.

Los últimos rayos ocres teñían los arboles y los arbustos de colores dorados y anaranjados, lo cual le hizo sonreír. Siempre le encantaba disfrutar de los atardeceres ya que era de los pocos momentos en los que podía compartir unos minutos con el Sol.

Allí se encontraban Alberto y Víctor, preparando collares de amatista para todos. -Hola-murmuró sonriendo Elisa viéndolos tan ocupados.

-Hola-respondió Víctor devolviéndole la sonrisa, lo cual la tranquilizó del todo.

-Ya tenemos las amatistas- le informó Alberto enseñándole los collares que  ya tenían hechos colgando de su brazo. El montón de piedras malvas y lilas pendían inocentemente de las cuerdas, brillando y lanzando destellos luminosos a pesar de la gran importancia que estaban a punto de tomar.

-No hay tiempo que perder- apremió ella- Pongámonoslas.

Y todos se colocaron sus collares ocultándolos bajo las ropas.

-Que no se vean- murmuró Víctor mientras se abrochaba de nuevo los botones de la camisa cubriendo el brillo lila- no hay que darle pistas a ese canalla de lo que sabemos.

Elisa tomó una silla y se sentó junto a ellos. Después de unos minutos de silencio, Alberto habló.

-¿Cómo crees que lo hará?- cuestionó mirando la amatista que hacía unos minutos había guardado bajo su camiseta. Elisa sonrió vencida.

-Ojala lo supiera- respondió agotada soltando todo el aire de sus pulmones lentamente. -Es tan previsible como imprevisible. Nunca sabes a ciencia cierta qué va a hacer.

Alberto arqueó las cejas por nerviosismo. -Esta espera me mata- anunció levantándose exasperado.-Me resulta imposible sentarme a esperar que ese tipo se presente aquí para matarnos. ¿Y si no viene? ¡No tiene prisa alguna!¡Es inmortal!

-Vendrá-sentenció Elisa serena- te puedo asegurar que por muy estratega  que se jacte de ser, las pasiones le pueden. Ahora mismo está tan enfadado que es imposible que pueda aguantarse ni un día más en venir aquí a intentar someternos.

-Pues le voy a esperar con un copazo- decidió Alberto encaminándose hacia el interior de la cocina a lo que concluyó con un "y me voy a fumar un cigarro".

Elisa y Víctor se miraron sorprendidos.

-¿Alberto fuma?- cuestionó ella en voz baja.

Víctor negó levemente con la cabeza. -Lo dejó hace 4 años- explicó sonriendo- por el tema del deporte y tal - Y alzó la voz para que su amigo pudiera oírle -Pero... ¿Tienes tabaco?- a lo que Alberto se asomó al marco de la puerta con una sonrisa traviesa mostrándole un pitillo en su mano.

-Siempre lo llevo encima en la pitillera de mi mochila desde que lo dejé para acordarme de que yo soy más fuerte que él y no me lo fumo porque no quiero... -explicó sonriendo.

La Sangre es VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora