~III~

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Después de los acontecimientos ocurridos en los días anteriores, Julio y Víctor no volvieron a hablar sobre el tema y ninguno le dijo una palabra a Alberto. El primero apenas iba a la plaza a encontrarse con sus amigos y Ilsa había aflojado un poco la cuerda que aprisionaba la obsesión de Víctor: éste no había vuelto a verla y se encontraba más centrado en su trabajo en el colmado e incluso aquella noche había
quedado con María para verse y dar un paseo.

Pensaba en la misteriosa Sangre Nueva de tanto en cuanto, pero el hecho de que ella no hubiera demostrado ningún interés por él la última vez que se habían visto en su casa le dejó un poco desanimado, así que se refugió en sus rutinas y sus amistades para intentar no caer de nuevo en aquel bucle.

María le esperaba sentada en el banco mirando sus uñas entretenida. Habían quedado en la plaza Mayor para ir a dar un paseo juntos. Llevaba su largo pelo oscuro recogido en una alta cola de caballo dejando bien visibles sus rasgos. Víctor la contempló desde
lejos aprovechando que ella estaba absorta en sus cosas mientras se acercaba al lugar de encuentro. Realmente era una muchacha muy guapa. –Hola María- saludó él con alegría al llegar junto a ella
- ¿hace mucho rato que me esperas?

Ésta le sonrió y negó con la cabeza. –Que va-le respondió-acabo de llegar. -Vamos a dar un paseo, anda- le dijo él ofreciéndole la mano para que se la tomara.
Era suave y tibia, pero a su vez le asía firme como era ella: delicada por fuera pero con una fuerte
personalidad.

Y de ese modo se fueron juntos andando y charlando de sus cosas.

Después de un rato de paseo se encaminaron al Parque de los Sauces que colindaba con el cementerio; se sentaron uno de los bancos y se miraron tímidos. Ambos sabían que aquella zona era lugar de encuentro de enamorados que querían pasar un rato a solas. Ciertamente era muy tranquilo y a aquellas horas del atardecer no había ni un alma.

– ¿Te impresiona estar aquí?-cuestionó Víctor perdiendo su mirada en las tumbas que se abrían paso frente de ambos tras la valla de hierro- hay mucha gente que se siente incómoda al estar tan cerca de la muerte. A mí personalmente me encanta este lugar.

María sonrió juguetona y se giró a mirarle: -¿Aquí traes a todas tus novias?

La cara de Víctor cambió por completo por la sorpresa que le habían producido las palabras de María. -¿Mis novias?- titubeó descolocado con una media sonrisa nerviosa.

María rompió a reír al ver en el aprieto que había puesto a su acompañante.

-Estaba bromeando-aclaró riéndose –menuda cara has puesto... -y contestó con más seriedad -No es mi lugar favorito, la verdad. No me gusta que me recuerden que algún día voy a morir... Pero no, no me incomoda si estoy contigo.

Él se giró también a mirarla y se hizo un silencio hasta que finalmente ella se lanzó.

–Me gustas Víctor, hace meses que lo sé y tenía ganas de poder decírtelo.

Él se perdió en sus ojos verdes y le respondió: -Tu a mí también- y sonrió- Mucho, además. No sabía cómo decirte de quedar y mira, Alberto me ayudó con el tema del baile. La verdad es que aunque no lo parezca, soy un poco... es decir...

-¿Tímido?-le ayudó ella. La sonrisa de María se le derramó en el rostro y se acercó más a él. –Yo tampoco sabía cómo hacerlo, ni tampoco qué me responderías tú, además todo empezó muy bien desde el baile pero estos últimos días has estado un poco raro-y agachó la mirada avergonzada porque no pensaba decírselo, pero continuó: -Tenía
miedo de que no sintieras lo mismo que yo, que te hubieras arrepentido de pedirme ir contigo al baile y todo eso...

En ese instante los ojos de Ilsa se le aparecieron mentalmente a Víctor mirándole con
fijeza.

–No María, es que he estado agobiado estos días con el colmado, mi madre...-y suspiró cogiendo fuerzas sin osar contarle la verdad, sintiéndose internamente un canalla por mentirle.

La Sangre es VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora