Capítulo 4 - Jade en caos; segunda parte.

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Hace mucho tiempo, en los dominios de Gusu, vivió una bella Madame de carácter fiero, dueña de gran belleza e inteligencia. Los que la llegaron a conocer admiraron la blancura tan perfecta de su tez y los ojos negros que parecían reflejar el más profundo abismo. Se decía que no existía mujer más bella que ella a los alrededores y que cada persona que pasaba a su lado, independientemente de su género, sentiría la necesidad de mirarla más de una vez.

Era hermosa, era fina. Y de la fiereza de la Madame no quedó nada cuando la belleza del Receso de las Nubes se convirtió en su cárcel. La convirtió en un cascarón. Alumbró a los dos niños más bellos que la secta Gusu Lan tuvo alguna vez. La línea principal de los Lan era poseedora de hermosos rasgos, pero los dos niños de ojos color sol dejaban sin aliento a todo aquel que se atrevía a mirarlos.

Los nombró Lan Huan y Lan Zhan.

Los jóvenes maestros Lan se prepararían exhaustivamente para ser los próximos dirigentes de la secta. Lan Huan, tan solo pocos años mayor que Lan Zhan, tenía los ojos de un tono más oscuro que su hermano y una discreta sonrisa marcaba siempre sus labios. Lan Zhan, por su parte, no expresaba nada, con los ojos tan luminosos y la piel nevada, no hablaba más que para lo necesario y tampoco daba grandes muestras de afecto.

O al menos es lo que ella podía apreciar en el poco tiempo que los tuvo a su lado. Madame Lan estaba confinada dentro de una jaula fría, apenas vivía. Cuando sus hijos la visitaban, una vez al mes, sentía que un poco de vida se filtraba a su corazón, pero cuando se iban, esa misma vida recién recuperada se la arrebataban.

Lan WangJi nunca lo supo, Lan XiChen lo sospechó: su madre, aquella que "se había ido", terminó con su propia vida. Lan Qiren jamás se los dijo, no quería sembrar ese dolor en sus sobrinos y que tuvieran ese último recuerdo de su madre, pero Madame Lan enterró directo a su corazón una daga de jade cuando la depresión terminó de consumirle el alma.

Qué irónico el material de su arma cuando un Jade de Gusu, el mismo que debía dirigir la secta Lan fue, en medida, el causante de su corazón enjaulado.

Lan XiChen lloró en silencio cuando entendió que su madre jamás volvería. Lan Zhan no quiso entender. Cada mes, en el día indicado, se arrodilló frente a las puertas principales de la cabaña de su madre a la espera de que éstas se abrieran. No ocurrió. La mujer de ojos negros jamás volvió a abrazarlo o a darle un beso del cual protestaría pero que al final le terminaría calentando el corazón.

El pequeño Lan WangJi, de tan sólo cuatro años, está arrodillado al inicio del sendero. Las piedras bajo sus rodillas calan la suave piel a través de la tela. Con la espalda perfectamente recta, los ropajes acomodados y las manos sobre los muslos, espera paciente.

Y sigue esperando por largo y eterno tiempo.

Los copos de nieve comienzan a caer con suavidad, meciendo su figura de aquí para allá en lo que aterrizan sobre toda superficie posible. Lan WangJi tiembla, le duele el cuerpo, siente los dedos rígidos y las mejillas heladas. A su espalda dos figuras ataviadas de blanco aparecen de la mano, su tío y su hermano vienen a su encuentro. Lan Qiren lo toma y regresan a sus habitaciones donde le sirve una taza de té caliente y trata de convencerlo de no volver.

No quiere ver a su sobrino sufrir.

La escena se repite. Pasa otro mes.

Lan WangJi camina sólo hacia la cabaña. Se ha escapado de su tío y de su hermano para ver a su madre. Se arrodilla a la espera de que las puertas se abran y lo reciba con calurosos apapachos que fingiría no disfrutar. Pero todo vuelve a ser igual; su hermano vuelve, su tío vuelve, las tazas de té caliente en las habitaciones vuelven.

Recuerdos impregnados del primer amor | v.2 | Lan MeiLingDonde viven las historias. Descúbrelo ahora