1. Luis Fernando

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Lunes 6:00 am.

Mis ojos detectaban la luz de la futura mañana mas ajetreada de mi año. Inicio de clases .

—Cinco minutos mas, por favor.- rogaba entre sueños a la alarma del buró.

Y aquí estaba yo... Como cualquier otro día, alistando mi mochila para irme al colegio.

Me encontraba de mal humor, durante mis casi 20 años el mal humor no era una caracterización común, por lo regular en mis días, yo siempre trataba de mantenerme sonriente, alegre y simpático chaval que agradará a su alrededor.

Todos parloteaban cada momento ser el humano mas adorable en todo el mundo, aunque punto de vista personal, realmente no compartía ser tan exageradamente tocado por obra divina, me consideraba simplemente un joven con miedos y muchas ganas de triunfar en lo que más me apasionaba, no un deseable, apuesto y adorable ser humano. Las chicas saboteaban demasiado mi entorno, después de todo, ellas, ¿Qué podrían saber realmente de mi interior?

Sólo el tipo y diseño de ropa interior, supongo.

El único que me conoce a la perfección es Carlos, él realmente es como mi hermano. Nos conocemos desde los 6 años.

¡Vaya!,  sabría cuando estoy triste y en minutos estar verdaderamente emocionado, soy ese bajo porcentaje de muchachos con un especial y diferente temperamento. Reconozco que el humor va siempre de la mano conmigo, pero por otro lado también ser y tener inseguridad con toques de aburrido es meramente válido. Incluso eso a las niñas que idolatraban mi impredecibilidad, volvía locas. No comprendería una mente fémina, al paso que daba una lanzaba un comentario absurdo, me aburrían tanto.

Todas las niñas están locas.

Carlos a diario bromeaba con que solo faltaba que me construyeran todas esas niñas un monumento.

Se muy bien que es verdad, todas mueren mínimo por recibir de vuelta una sonrisa o un guiño y eso me asusta. A diario con mis amigos en el colegio las miradas de innumerables chicas se centraban de estudiarme, pero cuando Carlos me acompañaba en los recesos, las insistentes miradas pesaban el doble en mi nuca, el ronquito poseía mucha personalidad a pesar de ser un grado menor era impresionante su nivel de atracción.

Toda clase de sucesos junto a Carlos eran verdaderamente geniales, pues mal rumoraban que nosotros dos eramos los mas cotizados y deseados en el lugar, cuestión que ambos desconcertaba —¿A quien le importa eso?, no nos interesaban sus fetiches y traumas en base a nosotros, bueno. A mi, no me importaban.

A diario me enamoraba mas de la música, de los instrumentos y de las vibrantes voces que poseía el prestigioso colegio, por los pasillos el talento era palpable y muy vistoso. Ser uno de ellos, era lo que mas me llenaba el alma de orgullo, ser un músico.

Repasando todo lo dicho anterior, imágenes de buenos tiempos y anécdotas en el instituto obligo a mi mente regresar a mi presente.

—¡Llamada de Carlos! - grito mi madre para apresurarme. Posiblemente tecleo mal el numero de su madre y marco al mio, muy normal en él.

—Teléfono, Luis. —Informó aún en el comedor con una taza de café en las manos, cotidiano y común en una madre, comenzaba a ser irritable al describir detalles.

Baje las escaleras y observé que mamá esta sentada pensando mientras leía un documento lleno de letras muy pequeñas. ¿Carta para la Universidad? Pero si estamos por comenzar el ultimo curso, imposible. ¿Malas notas? ¡Vamos, soy brillante en mis deberes! ¿Papá? ...

—Luis fer, es la última vez que te llamo a desayunar. Atiende el teléfono.—irritada volvió a decir.

Baje las escaleras, dudando en preguntar por el documento de sus manos, claramente ella no deseaba contarme.

Mi padre se encontraba fuera del país, trabajando como acostumbraba, era extraño tenerlo en casa, así que la carta o lo que fuese ese escrito, no me preocupaba mucho. Pero por alguna razón, deseaba meter mis narices en esa blanca plantilla.

De nuevo el estúpido teléfono.

—¿Es Carlos, cierto? —Asentí distraído, fije mis ojos en sus manos, mi madre sin importancia miro mi rostro sin sospecha en mis intenciones.

Era algo negativo quizá, positivismo era casi nulo. Mi madre sin percatarse de mi mirada leía con rostro inexpresivo, solo seguía el orden de las lineas y párrafos robóticamente del texto.

Subí por mis cosas después de desayunar, ella recogió la mesa al tiempo que desaparecía del comedor. Me preocupaba. ¿Sería la esperada carta de mi padre?


Habría que averiguarlo.

Mi diario se llama, LUCAH. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora