29. Me encantan las charlas con los monstruos de mi cabeza

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29. Me encantan las charlas con los monstruos de mi cabeza


No había dormido tan bien desde que logré acoplarme a la nueva cama de mi nueva habitación con mi nueva compañera.

O tal vez era el cansancio que hablaba y que por fin pudo dejar de murmurar.

Aunque los sueños —o mejor dicho— los recuerdos volvían, me atormentaba y daba vueltas en las sábanas ocasionando que Lily gruñera para que me quedara callada.

He estado viendo el mismo punto negro en el cielo raso desde que abrí los ojos. Y eso fue hace horas porque Lily ya se despertó y fue a desayunar.

El estómago gruñe queriendo que lo alimente, pero la pereza es más grande y no me muevo. No puedo hacerlo porque las imágenes siguen viniendo y lo que más me atormenta es saber que probé la sangre del señor de los helados, y quizás él ya no sigue vivo.

—Odio mi vida. —Pongo las manos en el rostro, frotando la exasperación fuera de mí.

Un suave toque suena en la puerta y quién sea no espera a que le deje entrar.

Xander cierra la puerta, luciendo unas bolsas bajo los ojos que expresan que no ha podido dormir nada o que simplemente no durmió.

—Hay pastel de chocolate, pensé que serías la primera en bajar y devorarlo sola. —Mira hacia todos lados y se sienta a mi lado, dándome la espalda—. ¿No tienes olfato de perro para ese tipo de comida?

Me arrastro por las mantas y me siento a su lado, dejando colgado mis pies mientras los de él tocan el piso.

—Gracias por el cumplido —respondo distraídamente—. No sabía que necesitaba escuchar eso para comenzar con el pie izquierdo mi día.

Mueve el cuello hacia los lados haciendo que cruja. Su cabello negro luce desordenado, la ropa está arrugada, el cansancio es notorio en sus hombros caídos y tiene la barba creciente más grande que le he visto.

Es un desastre en pocas palabras, es evidente que no la ha estado pasando bien.

—¿Cómo está Allium?

Se pasa las manos por los ojos, refregando con fuerza, casi queriendo sacárselos.

—Perdió demasiada sangre, aún no despierta. Voy a llevarla al hospital de Rowill, no quiero dar explicaciones, pero es lo único que puedo hacer para que mejore.

Aprieto su mano que descansa contra sus rodillas. Sus ojos dorados miran nuestro agarre y mueve la mano hasta que nuestros dedos se entrelazan.

—Me gusta más así —susurra.

Mantengo la boca cerrada, dejando que el hormigueo de sus dedos sigan trazando círculos por mi mano.

—Quiero ir a ver al sacerdote.

—Era fray —corrige, y yo sigo sin saber la diferencia entre los dos términos—. ¿Para qué quieres ir a verlo?

No se lo digas.

—Quiero saber qué sabe sobre lo que me pasó.

Buena chica.

—Te acompaño. Haríamos una sola ruta...

—Tú debes ocuparte de Allium, no quiero dejarte otra carga. —Mi mano libre cobra vida y se sumerge a acariciar las hebras de su cabello—. Y quizás debas bañarte.

—Eso suena como una invitación.

Sonrío bajando la mano, aún no estoy lista para ir por ese camino.

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