34.- Otorgar el poder.

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Daphne.

Han pasado tres semanas, casi veintiún días desde la última vez que escuché su voz, desde el día en el que Jodi tomó mi celular y lo bloqueó de todas las aplicaciones de mensajes, y luego colgó la única llamada que Ángelo me hizo.

Quise asesinarla, la eché de mi habitación, y casi de mi casa, hasta que se disculpó tantas veces que perdí la cuenta.

Intenté llamarlo de vuelta, habilité los chats y le envíe varios con la esperanza de obtener una respuesta, pero no hubo. Los mensajes no llegaban, las llamadas iban directo al buzón de voz así que era fácil deducirlo.

Tal vez fue su forma de decir que no quería hablar conmigo.

Intentaba no pensar demasiado en lo que había ocurrido, no recuerdo haber llorado tanto como los días siguientes a nuestra ruptura, mi madre intentaba ser de consuelo tanto como podía, pero no servía de mucho.

Luego de la primera semana entendí que, si él no quería tenerme cerca, no sería yo quien diera el primer paso.

Maldito sea el orgullo.

Pese a eso, no he podido evitar preguntar por él.

—¿Qué te puedo decir? —inquiere Franco—. La está pasando mal.

Mi corazón da un vuelco furioso, tanto que siento que me arrebata el aire.

—¿Cómo va la situación?

—Era evidente que el resultado de la prueba sería negativo —dice Franco mientras mira a lo lejos a Jodi terminar las palomitas—. Pero Renata presentó algunos argumentos que complican un poco las cosas, no está siendo tan fácil como pensamos.

—¿Y qué hay de las niñas?

—Hilary no lo ha dejado verlas —dice y la molestia en el pecho vuelve—. Usaremos eso en el juicio. Espero que sirva de algo.

Un silencio se instala entre nosotros.

—Lo he llamado —Franco voltea casi de inmediato—. Y le he enviado textos también, pero...no ha respondido ninguno.

—Destruyó su celular —dice con una mueca—. Tuvo un momento complicado y el artefacto pagó las consecuencias.

—¿Un momento complicado?

El hombre a mi lado suspira.

—Escucha, Daph...te aprecio y sé que Ángelo también, pero si no quieres estar con él, no veo caso de estar diciéndote cosas privadas de mi amigo —dice con una mueca—. Solo puedo decir que esto es una mierda, y que la está pasando tan mal como hace cinco años.

Coloca un semblante preocupado y eso me inquieta.

—Fue el quien me alejó —susurro—. No fui yo quien decidió no tenerlo cerca. Fue el quien decidió por los dos. Fue él quien me obligó a apartarme.

—Es su método de protegerse —responde—. El idiota se cree invencible, cree que, si enfrenta las luchas solo, podrá hacer menos daño. Una idea estúpida, pero es lo que Lucca le enseñó. Nunca tuve problemas con el mayor de los Lombardi, pero hizo de su hermano alguien frío, distante, autosuficiente. Creo que al final se arrepintió de ver el daño que le hizo, pero era demasiado tarde.

Desvío la mirada hacia el punto en donde Jodi se encuentra, mentiría si dijera que no me he preocupado por él cada minuto desde que abandoné el hospital. Si dijera que no me he comido la cabeza con miles de cuestionamientos, si no me he planteado más veces de las que recuerdo ir hacia su puerta y obligarlo a no rendirse con nosotros.

Los desastres vienen de a tres. (SL #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora