36.- Los desastres llevan nombre.

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Ángelo

Observo mi reflejo en el espejo, convenciéndome de que puedo hacerlo. Por alguna razón el lazo de la corbata se siente sofocante, tomo con ligereza el cuello de la camisa y tiro de el hacia adelante, como si pudiera aligerar la sensación de ahogamiento.

—¿Estás listo? —la suave voz de Daphne me hace voltear. Lleva un bonito vestido en color crema, su cabello se encuentra recogido en una coleta alta, y un par de tacones a juego la hacen lucir más alta.

Está preciosa, más que preciosa.

—Lo estoy —respondo mirándome una última vez en el espejo—. Estoy listo, pero también estoy aterrado, Daph.

El sonido de sus pasos resuena por la silenciosa habitación, camina hasta llegar frente a mí, extiende las manos hasta tomar la corbata y ajustarla de nuevo.

—Has hecho bastante llegando hasta aquí —dice acariciando mis hombros—. Has hecho todo lo que se te pidió, las pruebas, los testigos, has seguido todo al pie de la letra. Las acusaciones han desaparecido, cariño, no tienes nada que manche tu nombre ahora.

—No me ha dejado verlas, Daph, ¿qué tal si las convenció de algo? —inquiero con el temor impreso en la voz—. ¿Qué tal si son ellas las que no quieren verme?

—Escucha —sus manos se posicionan a los costados de mi rostro, acunándolo entre sus palmas —si de algo pude darme cuenta en el tiempo que estuve con ellas, es que te aman, te quieren tanto, Ángelo. Un mes no es tiempo suficiente para borrar esos sentimientos, no es tiempo suficiente para conseguir eliminar un sentimiento tan sincero.

Deja de hablar por un par de instantes, como si estuviese considerando lo que dirá a continuación.

—Ahora, debes concentrarte en ser tan fuerte como puedas, ¿de acuerdo? Ellas merecen que luches con todas tus fuerzas, van a volver a casa —sonríe con suavidad, en un gesto que me reconforta, que consigue traerme de vuelta a la realidad y eliminar todos los pensamientos aterradores de mi mente.

—Van a volver a casa —repito.

Daphne asiente, entrelaza los dedos de nuestras manos y luego tira de mi hacia la puerta, me obligo a seguirla, a abandonar la calidez de mi hogar para sustituirla por el frío clima del exterior.

El auto ya se encuentra esperando por nosotros, abro la puerta para permitirle el acceso y luego entro detrás de ella. Le envío un par de mensajes a Franco para avisarle que estoy en camino, normalmente viajamos en el mismo auto, sin embargo, en esta ocasión sería algo diferente.

Durante los veinticinco minutos de trayecto intento por todos los medios mantenerme tranquilo, me repito una y otra vez que puedo hacerlo, que soy capaz de presentarme de nuevo ante ese juzgado y convencerlo de que soy perfectamente capaz de cuidar a mis sobrinas.

Franco nos espera afuera del gran edificio, parece aliviado de vernos aparecer. Antoni llega apenas unos momentos después y tenerlo aquí me hace sentir menos solo.

—Acabo de enterarme de esto —dice Franco deteniéndome a mitad del pasillo—. El juez llamó a tus sobrinas, a Bella y Antonella a declarar.

—¿Qué?

—No tengo los detalles, pero es probable que pasen al estrado —forma una mueca en los labios—. Preparé algunas preguntas rápidas, te juro que no mencionaré nada que tú no quieras.

Sacudo la cabeza, ¿por qué estarían aquí?

—No se supone que deban pasar por esto —musito—. ¿Hilary está de acuerdo?

Los desastres vienen de a tres. (SL #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora