William terminó de recoger sus cosas y dejó las maletas junto a la puerta. Se marcharía en cuanto la fiesta hubiera terminado. Había reservado un vuelo privado hasta Génova y desde allí viajaría en coche a su villa cerca de Laglio; le encantaba hacer esa ruta. Esa mañana se había puesto en contacto con Teresa, la mujer que se encargaba de la casa, y le había dado todas las instrucciones necesarias para que preparara su llegada y la de Shane.
Había pensado en pasar allí el verano, hasta que el curso en Oxford comenzara y, entonces, quizá, él también se matricularía. Podría ser divertido hacer algo diferente, pasar más tiempo en casa y disfrutar de la vida que había abandonado durante décadas. Tenía una posición dentro de la raza y, tal vez, había llegado el momento de asumirla.
Ya había anochecido cuando tomó el camino que conducía a la casa de huéspedes. Sabía que esa iba a ser la última vez que vería a Kate, así se lo había prometido a sí mismo; una rápida despedida y se acabó para siempre. Sintió cómo su corazón se hacía añicos por esa realidad. Detuvo el coche frente a la casa y se quedó sentado un momento, con el motor apagado. Sacó el paquete plateado de la guantera, se bajó del coche y cruzó el jardín dirigiéndose a la entrada.
—¡William! —dijo Alice con afecto al verlo frente de su puerta.
—Buenas noches, Alice —saludó con su mejor sonrisa—. ¿Está Kate en casa? Tengo algo para ella. —Alzó ligeramente el regalo.—Sí, está arriba —contestó radiante. Sus ojos recorrían el rostro de William con adoración.
—¿Le importaría decirle que estoy aquí? —sugirió al ver que la mujer no se movía del umbral de la puerta.
—¡Oh, por supuesto! Pero pasa, no te quedes ahí.
—Gracias, prefiero esperar aquí, si no es una molestia —indicó William forzando otra sonrisa. En su interior todo se estaba desmoronando.
Alice regresó adentro y William aprovechó para volver al aire limpio y fresco del exterior. Dentro de aquella cristalera el calor era sofocante incluso para él. Enseguida oyó que alguien bajaba las escaleras a toda prisa. La puerta se abrió de golpe y Kate apareció a través de ella dando un pequeño traspiés. Se enderezó atusándose el pelo.
—Hola —saludó ella con la respiración entrecortada.
—Hola —repitió William tras contemplarla unos segundos, y un doloroso nudo se formó en su garganta. Ella llevaba un vestido sin mangas y escote barco en seda verde oscuro que hacía juego con sus ojos. Estaba preciosa.
—Me sorprende verte después de cómo te fuiste el otro día —dijo un poco dolida.
—Lo siento, debería haber cuidado mis modales —se disculpó. Dio un par de pasos hasta colocarse frente a ella y de forma vacilante le tendió el paquete—. Es para ti, por tu graduación. Creo que te gustará —comentó sin perder detalle de sus gestos.
Kate miró el paquete y después a William. Debería estar enfadada con él, de hecho, lo había estado hasta el mismo instante en el que cruzó la puerta y se encontró con su hermoso rostro y aquellas dos llamas azules que eran sus ojos; unos ojos que le cortaban la respiración. Cogió el regalo y lo abrió.—¡No puedo aceptarlo, es demasiado! —repuso con las mejillas arreboladas, el libro de fotografía temblaba entre sus manos.
—Por favor, acéptalo —rogó él con un tono muy tierno y afectuoso.
Tras un instante de vacilación, Kate asintió aceptando el regalo. Era incapaz de negarse a aquella mirada suplicante.
—Gracias —estrechó el libro contra su pecho—. Significa mucho para mí.
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Pacto de Sangre
VampirDesde hace siglos, vampiros y licántropos mantienen un pacto que protege a los humanos de un mundo de peligros y oscuridad. William es uno de ellos, un vampiro temible y letal. Callado y distante, su mirada esconde grandes secretos y un corazón frío...