Capítulo 12

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La noche era calurosa y la humedad que flotaba en el ambiente hacía el aire irrespirable. William sentía sobre su piel la brisa pegajosa procedente del mar, pero nada de eso afectaba a su cuerpo frío como el hielo. Ni una gota de sudor salpicaba su piel, ni la fina camisa se adhería a su torso por culpa de la transpiración. No podía decirse lo mismo de las personas que caminaban a su alrededor. Ligeras de ropa, dejaban a la vista una piel brillante por el sudor, marcando a su paso un intenso rastro de humanidad que, mezclado con la sangre, lo mareaban.

  Las calles estaban llenas de universitarios que salían en busca de los locales de copas. Faltaba muy poco para que las clases terminaran y todos intentaban apurar los últimos días de independencia antes de volver a casa para las vacaciones de verano.

  Se sentía incómodo entre aquel bullicio y se sorprendió de las ganas que tenía de volver a Heaven Falls, el único lugar en el que había encontrado algo de paz en más de un siglo.

  —No creo que esto sea buena idea —dijo William algo tenso.

  Acababan de llegar al lugar del que Troy les había hablado. Un tipo corpulento controlaba la puerta de acceso al interior y, en ese momento, discutía con un par de menores que trataban de colarse con carnés falsos mientras una larga fila de gente protestaba en la acera por el retraso.
—Puede que tengas razón, a mí tampoco me entusiasma este ambiente —admitió Shane. Un grupo de chicos con aspecto de estar ebrios bajaban de un coche montando bulla—. Larguémonos de aquí —sugirió de pronto.

  Dieron media vuelta. Apenas habían andado unos pasos, cuando una voz gritó sus nombres a lo lejos.

  —¡Shane, William! ¡Aquí!

  Troy corría hacia ellos, cargando con la funda de su bajo. Su aspecto había cambiado y ya no se parecía al chico desaliñado de esa mañana. Vestía completamente de negro, con una cazadora de estilo aviador y una gorra de los Mets que le ocultaba los ojos.

  —¡Eh, habéis venido! —exclamó con una gran sonrisa, feliz de que estuvieran allí.

  William y Shane intercambiaron una mirada, desconcertados por el gran entusiasmo del chico, ahora no tenían más remedio que entrar.

  —¡Pues claro que hemos venido! Nos habías invitado, ¿no? —exclamó Shane, tratando de aparentar la misma alegría.

  Troy asintió encantado.

  —Venid conmigo, empezaremos en cinco minutos.

  Siguieron al muchacho hasta lo que parecía ser la parte trasera del local, donde otro tipo con aspecto de luchador vigilaba una puerta.

  —Hola, Tom —lo saludó Troy cuando llegó a su altura.

  El hombre le dedicó un seco asentimiento y fijó su atención en los dos chicos que lo seguían.

  —Vienen conmigo —dijo con su sonrisa perenne.

  Tom separó los brazos que descansaban cruzados sobre su pecho y los estudió con cierto recelo. Sus años de marine le habían dotado de un sexto sentido que nunca fallaba, y ahora le decía que aquellos dos eran peligrosos. Sobre todo el de los ojos azules, tan brillantes, tan vívidos, que parecían de neón; mejor tenerlo como amigo. Empujó la puerta que tenía a su espalda y los dejó pasar.

  Entraron a un corredor atestado de cajas de cerveza y refrescos, en el que se encontraban los servicios, el almacén y lo que parecía un camerino, del que salía el sonido de las notas afinadas de un par de guitarras y el murmullo de las risas de un grupo de chicas.

  —Tengo que prepararme —indicó Troy, deteniéndose ante el camerino—. Por esa otra puerta saldréis a la sala, pasadlo bien y… no seáis muy críticos —señaló algo nervioso—. Bueno, nos vemos en el descanso.

Pacto de Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora