Kate bebió el té que Jill le había preparado, sin apartar la vista de la mesa, sintiéndose más estúpida que otra cosa. Empezó a cuestionarse, seriamente, el que alguien la hubiera maldecido con mala suerte. Su abuela, que creía en esas cosas, estaba convencida de que era eso lo que le ocurría. En poco tiempo, su vida había dado un giro extraño en el que nada le salía bien. Bueno, no todo, había tenido suerte con Harvard, aunque ahora ya no estaba tan segura y esperaba que, de un momento a otro, el teléfono sonara pidiéndole disculpas por el error y deseándole suerte para otro año. Se enderezó un poco en la silla, sentía los ojos de Keyla clavados en la espalda y no eran muy amables, pero no tenía intención de amedrentarse por ese motivo.
—Estabas asustada y creíste oír la risa de un hombre, a veces el miedo juega malas pasadas. No tienes que sentirte mal por eso —comentó Jill—. El agente Jonas le dijo a mi padre que habían visto perros salvajes por la zona, seguro que era eso lo que te seguía. Si vamos a la policía, solo conseguiremos que se burlen de nosotros —mintió, y se encogió de hombros ante la mirada ofendida de su novio.
—Sé lo que oí, y no era un perro —dijo Kate con timidez. En ese momento todos la miraban, incluido William—. Sé lo que oí —insistió para sí misma.
William farfulló una disculpa y desapareció en busca de la tranquilidad de su habitación. Necesitaba alejarse de los ruidos, de las voces, y de la placentera a la vez que dolorosa distracción que Kate suponía para él. Tenía que pensar, encontrarle sentido a algo que no lo tenía; pero por más vueltas que le daba, siempre acababa en mismo punto. «Suero», la palabra resonaba en su mente, una palabra que según quién la usara, podía significar vida o devastación.
Se sintió mareado, las venas le ardían como hierro fundido. No se había dado cuenta de lo sediento que estaba y de la debilidad que empezaba a apoderarse de él. Se miró en el espejo y una mueca de desprecio hacia sí mismo se dibujó en su rostro.
El olor de Kate impregnaba la casa, cerró los ojos y agudizó su oído, desde allí podía distinguir su latido del resto. Aquel sonido se había convertido en su identificación personal. La presión de sus dientes al transformarse lo cogió desprevenido. Los rozó con la lengua, sintiendo las puntas afiladas arañando el interior de los labios. Abrió los ojos y volvió a contemplarse en el espejo. Era malvado, una criatura de la oscuridad, y eso nunca cambiaría. Nada podría cambiar jamás la naturaleza de un vampiro, ni siquiera el amor.
Unos golpes en la puerta le devolvieron a la realidad.
—¿Puedo pasar? —preguntó Keyla al otro lado.
William suspiró resignado. Keyla y él apenas habían cruzado un par de palabras desde lo sucedido en el aparcamiento. Se dirigió a la puerta y la abrió en silencio, dejando que ella entrara en la habitación.
—Lo de ese vampiro nos tiene a todos desconcertados —dijo la chica, apoyando la cadera contra la ventana—. ¿Crees que todo está conectado? El robo, el ataque a Evan, lo sucedido hoy.
—Todo parece indicar que sí —contestó William con la mirada perdida en la creciente oscuridad del exterior.—Pero… ¿no es posible que ese ser sea como tú y que todo se resuma a un nuevo capricho de la naturaleza?
—Mi instinto me dice que no, pero si así fuera, el peligro aún existiría. Si no consiguen mi sangre, conseguirán la de él. Y si los renegados logran sintetizar un suero que anule el efecto mortal del sol, el infierno será un parque de juegos comparado con lo que se desatará aquí.
—¿Y qué piensas hacer?
—Voy a buscar a ese ser y averiguaré todo lo que sabe, después lo mataré —dijo con voz envenenada.
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Pacto de Sangre
VampireDesde hace siglos, vampiros y licántropos mantienen un pacto que protege a los humanos de un mundo de peligros y oscuridad. William es uno de ellos, un vampiro temible y letal. Callado y distante, su mirada esconde grandes secretos y un corazón frío...