—¿Qué hacemos aquí? Tendríamos que estar en Boston —preguntó Shane desconcertado y soñoliento mientras se frotaba los ojos.
Se había quedado dormido en los primeros minutos del viaje, detalle que William había agradecido al cielo con fervor, y acababa de despertar frente a un edificio que reconocería en cualquier parte.
—Y vamos a Boston, pero antes necesito ver a alguien —aclaró William, mucho más calmado. Durante el viaje había tomado una decisión, tenía que compensar de alguna forma a Kate, y sabía cómo hacerlo. Sacó de la guantera un talonario de cheques y, bajo la atenta mirada del lobo, lo rellenó, guardándolo después en el bolsillo de su pantalón—. Puedes dar una vuelta si quieres, aunque no creo que la visita me lleve más de unos minutos.
Bajó del coche y se dirigió a la entrada repleta de alumnos. Cruzó el patio como una exhalación, el sol de mediodía cegaba sus ojos y un ligero escozor apareció sobre su piel expuesta a la luz. Entró en el edificio, aliviado por el ambiente fresco y oscuro de los pasillos, y se dirigió a los ascensores, donde varios jóvenes esperaban la apertura de las puertas. Pasó de largo encaminándose a las escaleras, estaba muy cansado, incluso débil, y no le apetecía nada malgastar fuerzas controlando su sed en un pequeño habitáculo atestado de sangre repleta de feromonas.
Subió hasta la segunda planta y enfiló el pasillo hacia una puerta de cristal que ya conocía. Varios grupos de estudiantes conversaban en susurros, algunos de ellos giraron la cabeza para observar a William con ojos seductores. Dejó escapar un largo bufido, le incomodaba provocar aquellas reacciones. Había humanos mucho más perceptivos que otros, que caían rendidos ante el atractivo innato que emanaba de los vampiros. Acudían como las moscas a la miel, sin saber que aquella atracción podía ser su sentencia de muerte si daban con el vampiro equivocado.Golpeó la puerta con los nudillos y entró sin esperar a que lo invitaran. Una mujer atendía el teléfono al tiempo que tomaba notas en un pequeño cuaderno con tapas de piel. Un ventilador, sobre la mesa, agitaba los mechones sueltos de su pelo recogido en un moño, a la vez que dispersaba por la habitación el aroma de un empalagoso perfume. Dedicó una sonrisa a William y le indicó que se sentara con un gesto de la mano. Un par de minutos después colgó el auricular, y una sonrisa mucho más amplia que la anterior apareció en su cara.
—¿En que puedo ayudarte? —preguntó con una vocecita chillona.
William se levantó y se aproximó a la mesa.
—Necesito hablar con el señor Clarkson.
—Lo siento mucho, joven, pero el señor Clarkson está muy ocupado y me ha pedido que nadie le moleste —dijo sin aflojar la sonrisa—. Puedo darte una cita para mañana.
William apoyó las manos sobre el escritorio y se inclinó sobre la mujer.
—Disculpe, señorita…
—Helen —respondió, sonrojada por la cercanía de aquel chico de rostro divino.
—Helen —repitió William con una cálida sonrisa—. Verá, Helen, estoy seguro de que si el señor Clarkson supiera que estoy aquí, querría verme.—Lo siento mucho, pero insisto, me ha pedido que no se le moleste bajo ningún concepto.
William se armó de paciencia, aunque el deseo de saltar por encima de la mesa y echar la puerta abajo empezaba a hacerse irresistible.
—Por favor. —Descolgó el teléfono y se lo pasó a la secretaria, dedicándole una encantadora sonrisa a la que nadie hubiera podido resistirse—. Dígale que William Crain desea verle, y verá que estoy en lo cierto.
Helen cogió el teléfono que William le ofrecía, estaba como hechizada. Y, sin apartar la vista de sus ojos, marcó un par de números y esperó.
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Pacto de Sangre
VampireDesde hace siglos, vampiros y licántropos mantienen un pacto que protege a los humanos de un mundo de peligros y oscuridad. William es uno de ellos, un vampiro temible y letal. Callado y distante, su mirada esconde grandes secretos y un corazón frío...