Capítulo 28

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La noche llegó más rápido que de costumbre, cálida y espesa, demasiado sofocante para estar dentro de la casa. William salió al porche delantero y se apoyó en una de sus columnas con la vista clavada en la oscuridad. Una débil brisa acarició las hojas de los árboles, provocando un ligero murmullo; el único sonido dentro de un inquietante silencio.

  —No se escuchan ni los grillos —dijo Shane a su espalda.

  —Los animales presienten el mal mejor que nosotros —comentó con calma.

  Dejó que sus sentidos sondearan la noche en busca de alguna presencia. Cuando estuvo seguro de aquí allí fuera no había nada, a excepción de los licántropos, se relajó un poco y miró con algo más de atención a Shane.

  —No tienes buen aspecto, ¿cuánto hace que no duermes?

  —No demasiado —respondió Shane. Guardó silencio unos segundos, pero de pronto volvió a hablar en tono ansioso—. ¡Esta espera me mata! ¿Estás seguro de que hacemos lo correcto quedándonos aquí, esperando sin más? —preguntó nervioso.

  —Si nos separamos, nos irán matando uno a uno. Juntos tenemos alguna posibilidad. Son demasiados, Shane.

  —¿Crees que vendrá esta noche?
William asintió, hasta cierto punto conocía a Amelia, y era demasiado impaciente e impulsiva.

  —Apostaría cualquier cosa. Y espero que no me decepcione haciéndome esperar —dijo esbozando una fría sonrisa—. Quiero acabar con todo esto.

  Los árboles volvieron a agitarse con un largo estremecimiento.

  Shane emitió un gruñido sordo y sus ojos adquirieron un tono dorado nada tranquilizador.

  —¿Lo hueles? —susurró.

  William asintió y se concentró en el camino que llevaba a la casa.

  —¿Crees que todo este tiempo ha sido un espía? —continuó Shane y su rostro reflejó un atisbo de pena y decepción.

  —Pronto lo sabremos.

  Un aullido sonó a lo lejos. Uno de los hermanos de Cassius anunciaba la presencia del visitante. Un segundo aullido pedía permiso para atacar y Shane respondió con un gruñido, ordenando que lo dejaran pasar.

  Unos segundos después, Stephen se detenía frente a ellos. Llevaba la misma guerrera que el día que lo conocieron y el mismo petate colgado del hombro. Su expresión era seria, sin rastro de temor; solo cuando habló, William se dio cuenta del apremio que sentía.

  —¡Ya vienen! —dijo con una sonrisa inquietante.

  William entró en la casa, seguido de Stephen; Shane cerraba la marcha.

  Kate se levantó del sofá donde estaba leyendo, pero volvió a sentarse cuando William le pidió con un gesto que lo hiciera. El chico se colocó delante de ella, dándole la espalda, y supo que lo hacía para protegerla si era necesario.

  —¿Quién viene? —preguntó William clavando sus ojos fríos como el acero en el vampiro.

  Daniel entró en el salón con Carter y Samuel. Habían percibido la presencia del nuevo vampiro.

  —¿Quién es este? —preguntó Daniel.

  —Stephen, el vampiro del que te hablé —respondió Carter a su padre.

  —¿Y qué hace aquí? —volvió a preguntar Daniel muy serio.

  —Eso intento averiguar —contestó William. Se acercó a Stephen con actitud desafiante—. ¿Quién viene? —repitió la pregunta.

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