Capítulo 27

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Kate se acurrucó abrazándose a la almohada y abrió los ojos poco a poco, aún tenía los párpados pesados y los cerró de nuevo, tratando de volver a dormir. De pronto los recuerdos la asaltaron y se incorporó dando un respingo. Buscó a William con la mirada, él no estaba en la habitación, aguzó el oído intentando averiguar si se encontraba en el baño, nada, el silencio era absoluto. En el fondo se alegró de que no estuviera allí, no necesitaba mirarse en el espejo para saber que su aspecto era horrible. No había podido lavarse los dientes y sentía los ojos hinchados por tantas horas de sueño. No quería que él la viera así. Miró la hora en el reloj de la mesita, parpadeó, y volvió a mirar sorprendida, eran más de las cinco, había dormido casi todo el día.

  Se movió entre las sábanas, estirando cada uno de sus músculos entumecidos. Sintió una punzada de dolor en la garganta y, con cuidado, rozó la zona con los dedos. No podía verlo, pero sabía que la mancha oscura de un hematoma le marcaba el cuello. Se estremeció al recordar los dedos fríos del vampiro estrangulándola y su aliento sobre la piel. El miedo le aceleró la respiración, al pensar en lo cerca que había estado de morir. Apartó la sábana y contempló con atención el resto de su cuerpo, tenía más cardenales en la cadera y en los muslos. Gimió levemente al tocarse el codo, lo levantó y vio dos arañazos que ya empezaban a cicatrizar.
Sonaron unos golpecitos y su corazón se agitó con un estremecimiento que le recorrió el cuerpo, pensando que sería William el que llamaba. La puerta se abrió y Jill apareció con una gran sonrisa y una bandeja repleta de comida.

  —¡Jill! —exclamó. Se había olvidado por completo de su amiga y se culpó a sí misma por haberlo hecho, con todo lo ocurrido no tenía cabeza para nada.

  —¿Tienes hambre? —preguntó Jill sentándose junto a ella en la cama.

  El olor a café hizo que el estómago de Kate rugiera con fuerza.

  —No sabes cuánta —contestó y, cargando con todo su peso en los brazos, se incorporó lentamente con una mueca de dolor. Tomó un trozo de sándwich y empezó a masticarlo.

  Los ojos de Jill se abrieron como platos al percatarse del hematoma bajo la barbilla de Kate.

  —¡Madre mía, un médico debería verte eso! —dijo sobrecogida.

  —No es nada, estoy bien —le aseguró Kate con un creciente nerviosismo—. Tropecé, ya sabes lo patosa que soy a veces…

  Era consciente de que Jill no le había preguntado nada, pero una necesidad imperiosa de justificarse se apoderó de ella. Se levantó de la cama y empezó a moverse por la habitación.

  —Me encontré con William por casualidad, estuvimos hablando mientras tomábamos unas cervezas, creo que bebí más de la cuenta y tropecé. —Se señaló la garganta dando a entender que esa había sido la causa de su magulladura—. No quería preocupar a mi abuela y William me ofreció su habitación —Una expresión de horror se dibujó en su rostro. También se había olvidado de su abuela, la pobre mujer estaría preocupada y buscándola como una loca.

  —¿Así que eso fue lo que pasó? Me alegro, porque se parece bastante a la historia que le conté anoche a tu abuela. Pero en mi versión acababas durmiendo en mi casa, no lo olvides.

  Kate se quedó de piedra, con los ojos abiertos de par en par.

  —¡Lo sabes! —Se giró hacia ella con el rostro desencajado, y su corazón empezó a latir más deprisa cuando Jill asintió con un leve gesto y una disculpa escrita en sus ojos—. ¡Lo sabías y no me dijiste nada! Jill, se supone que soy tu mejor amiga, que confías en mí.

  Jill se quedó mirándola durante unos largos segundos.

  —Hace un momento me estabas mintiendo descaradamente. Tú mejor que nadie sabes por qué mantuve la boca bien cerrada.

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