Capítulo 7

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Cuando William detuvo el Porsche frente a la librería, Kate ya lo esperaba en la acera. Tenía aspecto de tener frío, con los hombros caídos y los brazos cruzados sobre el pecho. La temperatura había descendido bastante, y la blusa de gasa que llevaba no era suficiente para protegerla del fresco nocturno.

  —¿Tienes frío? —se interesó William al bajar del vehículo. Hizo el gesto de quitarse la chaqueta, pero de inmediato se dio cuenta de que no la llevaba, la había dejado en la librería.

  Ella asintió. Sus labios habían adquirido un tono violeta.

  —Vamos, te llevaré a casa. En el coche llevo una sudadera que puedes ponerte.

  —No creo que esto sea buena idea. Tu novia no deja de mirarnos y parece molesta —susurró algo cortada.

  —¿Mi novia? —preguntó William, desconcertado, y ladeó la cabeza buscando aquello que Kate miraba con disimulo. Encontró a Keyla, los ojos de la chica estaban clavados en ellos con una expresión indescifrable; al darse cuenta de que William también la miraba, bajó los ojos con rapidez y continuó recogiendo las mesas—. ¡No, Keyla no es mi…! Es una amiga. Solo se preocupa por mí —se estaba justificando sin saber muy bien por qué, y guardó silencio antes de parecer un idiota.
—Lo siento, el otro día os vi y me pareció que vosotros… Que entre ella y tú, había algo más… —dijo bastante nerviosa.

  —No sabía que dábamos esa impresión —reconoció algo tenso, y se sorprendió de que le preocupara lo que Kate pudiera pensar a ese respecto.

  —Bueno, es que ella parecía estar… —Soltó una risita nerviosa y se recogió el pelo tras la oreja—. No me hagas caso, son imaginaciones mías.

  —Lo son, solo somos amigos —ratificó él sin dudar.

  Frunció el ceño y miró a Keyla con un nuevo sentimiento de inquietud. No, era imposible, ella no tenía ese tipo de sentimientos hacia él. Keyla era muy efusiva, cariñosa, y no tenía ningún reparo en demostrarlo. Y lo era con todos, sin excepción. Para ella la familia era importante y él pertenecía a la familia. ¡Por Dios, se había arriesgado a conseguirle la sangre, incluso antes de conocerle! Ella era así. Apartó esos pensamientos.

  —Tienes frío —se recordó a sí mismo al percatarse de que Kate se estremecía con un ligero siseo.

  Cogió una chaqueta de algodón del asiento trasero y se la ofreció alargando el brazo.

  —Gracias —dijo ella.

  William puso el coche en marcha y el motor ronroneó con suavidad. La luz del salpicadero iluminaba su pálida piel con un tono azulado, tan brillante como sus ojos que, en ese momento, parecían de neón. Y Kate se descubrió a sí misma sin poder apartar la vista de ellos. Se dio cuenta de que él también la observaba. Enrojeció, y el calor subió hasta sus orejas. Intentó hacer como si nada y fijó toda su atención en la calle vacía que había tras el parabrisas, rezando para que la penumbra del interior disimulara su rubor.
Dejaron atrás los ruidos de la ciudad y se sumergieron en un silencio hipnótico. El coche circulaba a gran velocidad por la carretera, iluminada tan solo por la luz de los faros. Allí el bosque era muy espeso, y no dejaba paso a la mortecina claridad de la luna, por lo que la oscuridad era absoluta.

  Kate observó a William con el rabillo del ojo, sus manos sobre el volante se movían con suavidad, sus ojos estudiaban la carretera, pendientes de cada curva, de cada rasante; y a pesar de la velocidad con la que discurría, el coche avanzaba de forma suave.

  —El próximo desvío a la izquierda —indicó Kate, rompiendo el incómodo silencio en el que se hallaban sumidos desde que comenzara el viaje.

Pacto de Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora