Capítulo 3

135 10 0
                                    

Summerside 1860.

  La sangre caliente goteaba desde la barbilla hasta su pecho desnudo. William alzó el rostro para contemplar el cielo y cerró los ojos inspirando con lentitud el aire frío de la noche. La luna se abrió paso entre las nubes y, bajo aquella luz mortecina, pudo ver con más claridad el cuerpo inerte de su presa sobre la nieve recién caída. Se limpió los labios con el dorso de la mano y observó distraído cómo se desvanecía el vaho que emanaba de la boca del ciervo, cómo exhalaba los últimos restos de calor que quedaban en su cuerpo maltrecho.

  Sintió oleadas de fuego corriendo por sus venas y la sensación de alivio fue inmediata. El dolor que le causaba la sed había desaparecido, dando paso a un hormigueo placentero. Movió la cabeza en círculos, tratando de aflojar los hombros y el cuello, y se arrodilló junto al animal mientras reprimía una mueca de desagrado; sorprendido por la agresividad con la que se había alimentado. Así se lo recordó el enorme desgarro en el cuello del animal. Pensó durante un segundo en cómo habría quedado el cuerpo de un humano si lo hubiera atacado con esa violencia, y su estómago se encogió con una mezcla de ansiedad y repulsa. Apartó el pensamiento y comenzó a limpiarse la sangre, derritiendo primero la nieve entre sus manos.

  Un leve crujido captó su atención, y con el rabillo del ojo pudo ver cómo una silueta surgía a su espaldaproyectando una enorme sombra oscura sobre él. Un escalofrío le recorrió la espalda, lanzando oleadas de adrenalina por todo su cuerpo. Cada uno de sus músculos se tensó, apretó los puños con fuerza y un brillo salvaje dio vida a sus ojos azules. Aquel olor acre que llegaba a su olfato era inconfundible: licántropos. Podía oír la respiración entrecortada de la bestia y los gruñidos amenazantes que vibraban en su garganta. Se levantó muy despacio, y giró sobre los talones hasta quedar frente al enorme lobo de pelo negro.

  —No quiero problemas, esta noche no —dijo con calma. Sus ojos de un azul eléctrico se convirtieron en dos ascuas ardientes.

  El lobo no se movió, se encontraba apenas a cinco metros del vampiro y sus ojos de un amarillo brillante estaban clavados en él. Aquella bestia era tan grande como un oso pardo, y su pelo negro brillaba bajo la luna dándole un aspecto sobrecogedor. Volvió a gruñir, dejando los dientes al descubierto.

  William intentó dar un paso atrás, pero la posición de ataque que el licántropo adoptó le hizo vacilar, dando un traspié.

  —En serio, no tengo intención de pelear. —Levantó las manos a modo de tregua—. Así que me iré por donde he venido.

  No tuvo tiempo de intentarlo. Las patas traseras de la bestia se arquearon y con un potente salto cruzó el espacio que los separaba. El choque fue brutal, rodaron golpeándose contra las rocas y los restos de árboles caídos que ocultaban el manto blanco de la primera nevada.

  Las mandíbulas del lobo intentaban cerrarse sobre su garganta. Sentía en la cara su fuerte aliento y las gotas de saliva que le salpicaban la piel con cada dentellada.Consiguió zafarse del abrazo, giró sobre sí mismo sin tocar el suelo y, con la agilidad de un puma, aterrizó de pie. El lobo aún rodaba por la nieve. Aprovechó la ventaja sin dudar y se lanzó contra él. Saltó y adelantó las piernas golpeándolo en el estómago cuando intentaba ponerse en pie. El impactó empotró al lobo contra el tronco de un viejo roble, que acabó partiéndose en dos; pero el sonoro crujido que se escuchó no era el de la madera, sino el de los huesos al partirse. La bestia cayó al suelo, inmóvil.

  La desconfianza hizo a William aproximarse con cautela al cuerpo desplomado, le dio un ligero golpe con el pie desnudo. El licántropo abrió los ojos un instante y de su garganta escapó un gemido; pero no se movió. El pánico lo golpeó de lleno, transformando su rostro con una expresión fantasmal y, con un nudo en el estómago, se arrodilló junto a la bestia que comenzaba a transformarse en un ser humano.

Pacto de Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora