Capítulo 4

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Cuando amaneció, William ya estaba instalado en su nueva habitación. La ropa colgaba del armario y el portátil, conectado a Internet, recibía el correo de la última semana. Se sentó frente al ordenador y le echó un vistazo a los mensajes. Muchos eran de Marie, su hermana, contándole los días que había pasado en la villa que él poseía en Laglio. Había uno bastante largo del bufete de abogados de la familia, en el que le insistían que viajara a Londres cuanto antes para ultimar algunos temas pendientes y facilitarle nueva documentación, a fin de evitar problemas innecesarios con las autoridades. Y por último, uno bastante escueto de Cyrus, el jefe de seguridad de los Crain y una especie de general de los Guerreros, un grupo de soldados vampiros encargados de proteger a la raza.

  Durante años, Cyrus le había enseñado a William todos sus conocimientos. Había hecho de él un guerrero letal e implacable, conocedor de muchas artes, artes muy antiguas que se remontaban a la época de los cruzados. Cyrus había sido uno de ellos, y también un sajón, su verdadero origen: señor de una de las primeras tribus germanas que habían llegado a las islas Británicas, era uno de los vampiros más viejos que William conocía, a pesar de que su aspecto era el de un eterno adolescente.

  Sonaron unos golpes en la puerta y William cerró el ordenador.

  —Pasa, Carter.

Había notado su olor desde la otra punta del pasillo.

  Carter entró bostezando, con el pelo revuelto y vistiendo tan solo un pantalón corto. Se apoyó en la pared y se frotó la barba incipiente.

  —¿Vienes? Ya están todos abajo.

  —Dentro de un rato, quiero darme una ducha.

  —No tardes, mi madre ha preparado una lista de tareas bastante larga y tú no te vas a librar —dijo con una sonrisita socarrona mientras le apuntaba con el dedo, y salió de la habitación.

  William sacudió la cabeza y se puso en pie. Recogió del suelo la ropa que había llevado el día anterior y se dirigió al baño. De repente se quedó inmóvil, lentamente se llevó la camiseta al rostro e inspiró. Aún olía a ella: a su pelo, a su piel y a esa calidez que circulaba por sus venas. El olor se había registrado en su cerebro con una precisión absoluta. Volvió a inspirar y un escalofrío le recorrió el cuerpo acelerando el reflejo de su respiración, convirtiendo sus ojos en fuego líquido. Se sintió desconcertado, no conseguía entender por qué recordarla lo turbaba tanto, ni por qué su sangre lo llamaba de que aquella forma tan desesperada. Ella era muy hermosa, con su extrema palidez y un cuerpo de líneas perfectas; había que estar ciego para no verlo. Toda una invitación a sus instintos y a sus sentidos. Pero ya había conocido a otras mujeres hermosas y ninguna de ellas había despertado en él aquel torbellino de emociones que ahora lo abrumaban, sensaciones a las que se había cerrado desde que Amelia desapareció.

  «Kate», pensó. Entonces se dio cuenta de que no había hecho otra cosa que pensar en ella durante toda la noche. Mientras deshacía el equipaje, leía o escuchaba música, había estado pensando en ella. Apretó la camiseta en su mano y, por un momento, pensó enguardarla tal y como estaba para conservar el recuerdo. Sacudió la cabeza e ignoró la idea como el disparate que era, y cortó abruptamente cualquier pensamiento que tuviera que ver con la humana. Lanzó la prenda al cesto de ropa en el baño y entró en la ducha.

  Terminó de secarse el pelo con la toalla, y se vistió con un pantalón gris y una camisa negra. De forma meticulosa dobló las mangas por encima de las muñecas y se puso el reloj. Guardó sus gafas de sol en uno de los bolsillos, sin ellas los días soleados se convertían en una tortura para sus ojos demasiado sensibles.

  Respiró hondo, inmóvil frente a la puerta del dormitorio. De pronto no estaba seguro de si iba a poder con lo que pretendía. Llevar una vida humana parecía sencillo para los Solomon, pero él no era como ellos, se había convertido en un ser solitario y amargado, demasiado arisco e impaciente para tratar con los humanos.

Pacto de Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora