Capítulo 5

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Kate, más afectada de lo que pensaba, contempló cómo el Porsche negro desaparecía entre el tráfico. Había pasado toda la noche imaginando cómo se sentiría si volvía a encontrarse con William. Estuvo ensayando frente al espejo sonrisas y saludos con gesto indiferente, para intentar disimular la desazón que se apoderaba de ella con solo pensar en él. Al final, había logrado convencerse de que todos aquellos sentimientos eran pasajeros, quizá algo idealizados por la gratitud que le debía por haberla socorrido en aquella carretera, y terminó por dormirse con la firme creencia de tenerlo todo bajo control. No era así.

  Jill le rodeó los hombros con el brazo, obligándola a caminar.

  —William sigue aquí, ¿lo has visto? —preguntó Kate tras tomar aliento. Jill asintió—. ¿Qué sabes de la gente que estaba con él? —volvió a preguntar con curiosidad.

  —No mucho, los he visto un par de veces —respondió Jill, y guardó silencio sin intención de seguir hablando.

  —¡Vamos, tú siempre lo sabes todo de todos! —exclamó Kate al cabo de unos segundos.

  —¿Y desde cuándo te interesa a ti la vida de los demás? —replicó algo incómoda.

  —¡Por favor! —rogó con tono compungido.

  —Está bien. —Se rindió ante su expresión suplicante—. Ya conoces a Evan —Kate asintió—. El que conducía el Hummer y el chico con el pelo rizado son sus hermanos, creo que también tienen una hermana pequeña, pero no estoy segura. Su padre es economista o algo así, y su madre piensa abrir una librería en el pueblo dentro de unos días. Vivían en San Francisco y se mudaron aquí buscando un ambiente más tranquilo, y para estar cerca de su familia.

  —¿Familia? —repitió Kate.

  —Sí, el chico más alto y la chica morena son sus primos, por lo que sé, sus padres son hermanos. Estos llevan aquí más tiempo, creo que vinieron en Navidad, pero no se les ve mucho. El chico es algo rarito y asusta un poco —dijo refiriéndose a Shane—, y de ella no tengo la menor idea —relató como si estuviera leyendo el artículo de un periódico.

  —¿De dónde sacas toda esa información? —intervino Kate, impresionada.

  —Si pasaras tanto tiempo como yo en la consulta de mi padre, tendrías un máster en cotilleo. Te enteras de todo lo que pasa en el pueblo, sobre todo los días que la señora Jones tiene revisión. Esa mujer debería pertenecer a la CIA.

  Kate rió a carcajadas, conocía muy bien a la señora Jones. Una vez por semana se acercaba a la casa de huéspedes que Alice, la abuela de Kate, regentaba. Todos los viernes por la tarde se trasladaba hasta Whitewater para tomar el té, de paso hacía un interrogatorio bastante profundo y exhaustivo sobre los huéspedes: edad, profesión, hijos, divorcios, motivo de su estancia y cuánto tiempo pensaban quedarse.

  —¿Crees que William está aquí por esa chica morena? —Kate volvió sobre el tema obsesivamente.

  —Tú misma lo dijiste, exótica y con piernas kilométricas —replicó. Guardó silencio unos instantes, intentando ignorar la expresión compungida de su amiga—. Déjalo ya, Kate, y no te mortifiques. Se te acabará pasando, siempre se acaba pasando —fue todo lo que consiguió decir antes de entrar en clase de Francés.

  —Señorita Lowell, señorita Anderson, llegan tarde —se quejó el profesor desde la pizarra.

  —Lo sentimos, señor, Kate sufrió un pequeño…

  —Estoy al corriente, señorita Anderson —interrumpió el profesor—. Ocupen sus sitios, por favor. Bueno… ¿dónde estábamos?… Ah, sí, los grupos para el trabajo. Señor Solomon, nos quedaba usted por emparejar, vamos a ver… —Consultó una lista que tenía sobre la mesa—. Anderson, Lowell, ustedes trabajarán con él.

Pacto de Sangre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora