Cerró los ojos tratando de recrear la imagen en su mente. Durante un segundo, unos ojos fríos como el hielo y del color de la sangre se habían cruzado con los suyos. Se sentía confuso, solo eran las cinco de la tarde y un vampiro paseándose a pleno sol iba contra toda lógica. Olisqueó el aire, el rastro era claro e intenso y un gruñido escapó de su garganta, lanzando una advertencia al aire. Bordeó el arroyo, salpicando de barro su pelo blanco como la nieve, y buscó un sitio menos profundo por el que cruzarlo. El agua estaba demasiado fría y los guijarros del fondo se movían temblorosos bajo sus enormes patas.
Una vez al otro lado, solo le costó unos segundos volver a encontrar el rastro. Aceleró el paso, presa de la agitación que lo devoraba, con el cerebro funcionando a toda velocidad. Cabía la posibilidad de que todo hubiera sido producto de su imaginación. Llevaba una temporada demasiado nervioso y desconcentrado. Y la necesidad de cazar lo atormentaba con tal intensidad, que había estado a punto de sucumbir a su instinto cuando abandonó el hospital tras Justin, dispuesto a destrozarle la garganta.
Si le quedaba alguna duda sobre lo que había visto, ésta se disipó cuando tropezó de golpe con el cadáver desangrado y todavía caliente de un ciervo. El pelo de su lomo se erizó y su mandíbula entreabierta dejó al descubierto una hilera de dientes afilados. Movió las orejas intentando captar algún ruido extraño, pero todo estaba demasiado silencioso.
Conocía las normas en estos casos. Primero avisar a la manada y después atacar en grupo, a no ser que no le quedara más remedio que enfrentarse solo. Sin embargo, aún vaciló. Sabía que era fuerte, más que la mayoría de su especie, y sus sentidos eran más agudos y precisos. Daniel se lo había asegurado en una confidencia. Como líder del clan, percibía el poder de cada miembro de su manada, y lo que había visto en él superaba con creces cualquier expectativa; por encima de Samuel, el Cazador por excelencia. Gruñó airado, lanzando una amenaza al aire, seguro de que el vampiro estaba allí, observándole. Dio media vuelta y rápido como el viento emprendió el regreso.
Entró en la casa semidesnudo, con la respiración tan agitada que necesitó unos segundos para poder hablar.
—¿Y tu padre? —preguntó a Evan sin aliento.
—Todavía no han regresado —contestó este a la vez que se levantaba del sofá—. ¿Qué pasa, Shane?
—Hay otro vampiro —respondió. Su respiración aún era entrecortada, casi estaba hiperventilando.
—¿Dónde? —preguntó Evan. La adrenalina que fluía a través de la sangre de Shane llegaba a sus sentidos alterando la conciencia de su bestia. Un brillo dorado iluminó sus ojos.
—Oculto en la montaña.
—¿Qué ocurre? —la voz de Keyla se elevó curiosa desde la cocina.
—Tu hermano cree que ha visto un vampiro —indicó Evan, contagiándose del nerviosismo de Shane.
—¿Cuándo? —preguntó Keyla. Entró en el salón y fue junto a su hermano.—Hace menos de media hora.
—¡Eso es imposible! —replicó ella con cierto escepticismo.
—Podemos preguntárselo al ciervo que encontré desangrado, todavía estaba caliente —contestó Shane en un tono nada amable. Su relación con Keyla no estaba atravesando uno de sus mejores momentos.
—Pero es que eso significaría que… puede…
—Moverse bajo el sol —intervino William. Acababa de aparecer al pie de la escalera. Su mente comenzó a trabajar con rapidez, barajando una lista de posibilidades a cuál más peligrosa.
—Es una locura —susurró Evan.
—Os aseguro que ese ser estaba allí, observándome. Vi sus ojos clavados en mí —aseguró Shane. Intercambió una mirada con William y el vampiro asintió, creía en lo que decía.
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Pacto de Sangre
VampirosDesde hace siglos, vampiros y licántropos mantienen un pacto que protege a los humanos de un mundo de peligros y oscuridad. William es uno de ellos, un vampiro temible y letal. Callado y distante, su mirada esconde grandes secretos y un corazón frío...