Origenes

171 12 0
                                    

El amor de un padre para con sus hijos es lo más fundamental en sus vidas, la clase de amor que les demuestres será la clase de amor que ellos aprenderán a aceptar, muchas personas no lo ven de esa manera, muchos creen que demostrar sus sentimientos es una muestra de debilidad aunque de sus hijos se trate, para la suerte de Rebekah siempre tuvo a sus hermanos, pero nunca se sintió como el amor un padre o de una madre, ella siempre observaba las cosas que su madre adoraba, y trataba de hacerlas para que así por lo menos le prestara un poco de atención, pero nunca resultaba.

Una pequeña de apenas 4 años observando a su madre a la distancia mientras ella hacia trazos en un lienzo el cual llevaría retratado su preciado jardín, el cual tenía frente a sus ojos, a la azabache siempre le encanto observar a su madre pintando, era el único momento en el que la podía ver calmada e inclusive sonriendo, podía ver como su ceño constantemente fruncido desaparecía a medida que soltaba su mano y comenzaba a pintar increíbles paisajes, llevaba un elegante vestido purpura de cuello alto con mangas largas y decoraciones negras en los bordes del vestido, su cabello estaba recogido en un elegante rodete dejando lucir a un más el cuello del vestido, Rebekah analizaba cada movimiento de muñeca mientras los repetía con su mano derecha, en ese momento aprecio uno de los elfos provocando que la mujer se sobresaltara.

- ¡¿Cuántas veces debo repetirte que no me interrumpas mientras pinto?!- dijo alzando más la voz en la última palabra.

- Disculpe mi ama- dijo el elfo esperando recibir algún azote- pero un hombre pregunta por usted en la puerta.

- ¿Un hombre? - pregunto enarcando una ceja- ¿quién es?

- No quiso decirlo- dijo haciendo que la mujer se levantara de su asiento mientras dejaba de lado la paleta madera con pinturas.

- Ve a la cocina y has algo de utilidad- dijo para entrar nuevamente a la mansión, mientras el elfo susurraba un "si mi ama".

La pequeña Lestrange salió de su escondite aproximándose al taburete mientras que con sus pequeños dedos tomaba la paleta y el pincel, comenzó a analizar la pintura tal y como su madre lo hacía para así tomar asiento y seguir con la pintura de su progenitora para así darle lo que pensó como una grata sorpresa, Bekah comenzó a mover su mano con los mismos movimientos que su madre mientras observaba la pintura con felicidad, de vez en cuando dirigía su mirada al jardín para intentar pintar las flores lo más parecidas a las reales.

- ¡¿Pero qué haces?!- grito Rose Lestrange provocando que la pequeña deslizara el pincel por la pintura, para así arruinarla- ¡mira lo que has hecho! - dijo tomando fuertemente la muñeca de Rebekah.

- Quería darte una sorpresa- dijo con una sonrisa nerviosa.

- ¿Tú? ¿una sorpresa? Lo único que has traído a mi vida es desgracia Rebekah ¿qué no lo ves? - dijo soltando bruscamente a la azabache haciendo que cayera en el piso de mármol.

- Solo quería hacerte feliz- sollozo mientras las lágrimas comenzaban a brotar.

- Tu nunca podrías hacerme feliz, tu y tu padre me han hecho la vida miserable- dijo viendo a la pequeña con repudio.

- No digas eso...-dijo con su voz en un hilo- ...también es el padre de Rod y Rebastan- dijo provocando que la mujer riera con amargura.

- Él ni....

- ¡Basta Rose! - intervino el líder de los Lestrange mientras los dos pequeños ayudaban a ponerse de pie a Rebekah.

La Lestrange despertó recordando amargamente el suceso con su progenitora, no sabia porque esos recuerdos estaban volviendo a su memoria, era como si su mente quisiera darle la señal sobre algo, pero ¿de qué? Había pasado un mes desde que Voldemort le había solicitado a Rebekah que encontrara la diadema, solo faltaban unas semanas para las vacaciones y no tenían pistas nuevas sobre la ubicación de la sala de Menesteres, toda la situación le parecía frustrante, pues el Señor Tenebroso se había encargado de incrementar la dificultad de las misiones de su hermano para así presionarla para encontrar la diadema. Al llegar al Gran Comedor pudo notar como la cantidad de alumnos había disminuido considerablemente, pues todos sabían que era cuestión de tiempo para que la guerra estallara.

Somos eternos ... somos estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora