XXI

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Si existía una sola palabra capaz de definir su estado de ánimo actual, era "vacío". Así se había quedado desde el día que perdió la vista y su único propósito en la vida que era, superar a su hermano. Había sido, no obstante, la cercanía de Naruto, aquello que le había impulsado a seguir adelante. Casi dos meses a su lado le habían salvado de las tinieblas de su oscuro corazón y su obnubilada mente. Junto a él, habría podido continuar sin sentirse la mitad de hueco de cómo se sentía en la actualidad.

Despertar en una clínica día a día, a sabiendas de que lo había perdido todo, resultaba poco menos que un calvario.

Entonces habían llegado sus padres de visita. Y después él mismo. Itachi, su hermano perfecto, el mejor y más querido por todos. Y nada más escucharle decir su nombre, lo odió más que nunca.

Había exigido que se prohibieran todas las visitas para él después del encuentro con su hermano.

Ni Juugo, Karin y Suigetsu habían osado desobedecer sus deseos.

Y así vivió.  Meses enteros de soledad, privado de la libertad, en un encierro que pretendía mejorar su calidad de vida y proveerle de los conocimientos que requeriría en lo sucesivo.

Sin nadie a quien querer.

Sin nadie a quien recurrir.

Sin nadie a quien...amar.

Lentamente se incorporó de la cama, palpandose con suavidad las vendas que envolvían la mitad de su rostro.

Lo que antaño fueran colores, ahora era oscuridad. Plena, infinita y dolorosa.

Un año atrás, había experimentado un miedo atroz que casi lo orilla a la locura al saberse privado de uno de sus más valiosos sentidos como ser humano.

¿Quién sería capaz de poder vivir sin apreciar las maravillosas visiones que el mundo ofrecía?

No volvería a ver la naturaleza, ni contemplar la diversidad de colores que tinturaban diariamente el cielo.

Pero, sobretodas las cosas. Jamás volvería a ver la sonrisa de Naruto.

Todavía temeroso, suspiró. Deslizando las yemas de sus dedos por los bordes de las vendas. Sabía que debía esperar a que el médico llegara, pero su desesperación mermaba todo su autocontrol y lógica. Debía saberlo, debía corroborarlo por si mismo. Si aquella cirugía había había un éxito o un fracaso.

Apenas diez días atrás, Itachi, invadido por un sentimiento de culpa insuperable, se había quitado la vida.

Habían encontrado su cuerpo junto a múltiples frascos de píldoras y una simple nota donde pedía por el bienestar de su hermano menor y cedía sus córneas para que se llevara a cabo la cirugía a la que forzosamente Sasuke tuvo que someterse una semana antes.

Le había dolido la muerte de Itachi, pero no quería recibir nada suyo. Y sin embargo, estaba al tanto de que su muerte sería en vano si no aceptaba lo único que le había dejado al morir.

Que dolorosa e irónica era la vida en ocasiones. Mientras que Sasuke había dedicado todo su esfuerzo en superar a su familiar, al final no había podido cumplir su objetivo. Su meta se había desviado y debido a su egoísmo y anhelo de autosuperación, casi muere.

Ahora tenía una oportunidad de hacer las cosas bien.

Poco a poco, retiró el broche y desanudó las vendas para darles vuelta. Una y otra vez, hasta que la oscuridad se volvió una cortina luminosa y cálida que le lastimaba los párpados.

Los apretó con fuerza y, de nuevo, pensó en él, en Naruto.

Desde que lo había rechazado, no volvió a saber más de él. Su imagen mental había empezado a difuminarse con el paso de los días, pero nunca desaparecía.

Recordaba muy bien la primera vez que lo vio. Como sus caminos se cruzaron y luego se dividieron en sendas opuestas.

Quizá, de no haber estado tan deseoso de poder, las cosas entre ellos habrían funcionado y él no habría acabado de un modo tan lamentable.

Luego de la muerte de Itachi, las escasas visitas de sus padres, cesaron por completo.

Ya no tenía a nadie.

Sus párpados vibraron ligeramente cuando intentó abrir los ojos ante el molesto cosquilleo. Hasta el quinto intento pudo abrirlos. Lo hizo despacio, habituandose a la claridad que lo envolvía.

Destellos blancos opacaban su mirada, distorsionando su entorno en difusas sombras rodeadas de brillantes lucecillas.

La alargada sombra de uno de los rincones empezó a materializarse lentamente ante sus ojos hasta adquir una forma fija.

-Bien hecho, Sasuke.

La comisura derecha de sus labios se arqueó ligeramente al reconocer aquella encantadora sonrisa.

Réquiem.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora