Capítulo 16

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Las indicaciones de la invitación los condujeron a un vecindario industrial de Brooklyn, cuyas calles estaban bordeadas de fábricas y almacenes. Algunos, Clary pudo advertir, habían sido convertidos en lofts y galerías de arte, pero aún había algo intimidatorio en sus imponentes formas cuadradas, que mostraban sólo unas pocas ventanas cubiertas de rejas de hierro. Se encaminaron hacia allí desde la estación de metro, con Isabelle navegando con el sensor, que parecía disponer de una especie de sistema cartográfico incorporado.

Simon, que adoraba los chismes, estaba fascinado..., o al menos fingía que era el sensor lo que le fascinaba.

Con la esperanza de evitarlos, Clary se rezagó cuando cruzaron un parque cubierto de maleza, cuyo césped mal cuidado estaba requemado por el calor del verano. A su derecha, las agujas de una iglesia relucían grises y negras recortadas en un cielo nocturno sin estrellas.

—No te quedes atrás —dijo una voz irritada en su oreja; era Jace, que se había rezagado para andar junto a ella—, no quiero tener que estar mirando todo el rato atrás para asegurarme de que no te ha sucedido nada.

—Pues entonces no lo hagas.

—La última vez que te dejé sola, un demonio te atacó —indicó él.

—Bueno, desde luego odiaría interrumpir vuestro agradable paseo nocturno con mi muerte repentina.

Él pestañeó.

—Existe una fina línea entre el sarcasmo y la franca hostilidad, y parece que la has cruzado. ¿Qué sucede?

—Anoche —replicó ella, mordiéndose el labio— unos tipos extraños y repulsivos han estado hurgando en mi cerebro. Ahora voy a conocer al tipo extraño y repulsivo que originalmente hurgó en mi cerebro. ¿Qué sucede si no me gusta lo que él encuentre?

—¿Qué te hace creer que no te gustará?

Clary se apartó los cabellos de su piel pegajosa.

—Odio cuando respondes a una pregunta con otra pregunta.

—Mentira, te parece encantador. De todos modos, ¿no preferirías conocer la verdad?

—No, quiero decir, tal vez. No lo sé. —Suspiró— ¿Querrías tú?

—¡Esta es la calle correcta! —gritó Isabelle, un cuarto de manzana por delante de ellos.

Estaban en una avenida estrecha bordeada de viejos almacenes, aunque la mayoría mostraban señales de estar habitados: jardineras llenas de flores, cortinas de encaje ondeando en la bochornosa brisa nocturna, cubos de basura de plástico numerados y apilados en la acera. Clary entrecerró con fuerza los ojos, pero no había modo de saber si se trataba de la calle que había visto en la Ciudad de Hueso, en su visión había estado casi desdibujada por la nieve. Notó que los dedos de Jace le rozaban el hombro.

—Rotundamente. Siempre —murmuró él.

Clary le miró de soslayo, sin comprender.

—¿Qué?

—La verdad —contestó Jace—. Querría...

—¡Jace!

Era Alec. No estaba tan lejos, caminaba hacia ellos. Clary se preguntó por qué su voz había sonado tan fuerte. Jace volvió la cabeza, retirándole la mano del hombro.

—¿Sí?

—¿Crees que estamos en el lugar correcto? —respondió cuando llego a lado de ellos.

Alec señalo algo por donde había venido, que Clary no podía ver, estaba oculto tras la mole de un enorme coche negro.

MERCY (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora