Capítulo 24.

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Siento una caricia suave en mi muslo izquierdo, una mano que sube lentamente rozando mi piel desnuda. Trago saliva notando cómo delinea mi cintura, tan despacio que produce un escalofrío que me recorre la piel. Aguanto la respiración mientras dibuja las letras de mi tatuaje con una lentitud especial. Aprieto la mandíbula cuando la siento sobre mis costillas, la manera en la que se coloca bajo mi esternón y me aprieta pegándome a su cuerpo.

— ¿Estás despierta? — su tono ronco me eriza la piel, noto su nariz detrás de mi oreja, cierro los ojos y asiento— No has dormido nada.

— Tú tampoco — le digo en un susurro, bajo mi mano hasta entrelazarla con la suya, me arrimo un poco más haciendo que su mejilla quede casi sobre la mía—. ¿Qué hora es?

— Las cinco — murmura, dejando mi mejilla al aire, deja un beso en mi cabeza antes de quitar su mano de mi cuerpo—, deberías dormir un poco más — me giro quedando boca abajo en la cama, miro hacia él con la cabeza posada en la almohada, tiene una mano bajo la cabeza y el brazo flexionado, trago saliva apartando la mirada de ahí.

— El que entrena en cuatro horas eres tú, gatito — sonríe cerrando los ojos, me deslizo en la cama hasta quedar con mi torso sobre el suyo —. Estás tan guapo — susurro, acariciando su mejilla y delineando una línea imaginaria que une sus lunares— así, sin parecer que estás enfadado con el universo.

— No parece que lo estoy — murmura, río en bajo pegando la mejilla en su pecho, él me rodea la espalda.

— Sí que lo parece, y lo sabes, porque se ríen de eso en twitter todo el tiempo — comento escuchando el pálpito de su corazón, él ríe.

— Qué sabrás tú de mi twitter — me pellizca en las costillas, levanto la cabeza seria, él me mira de lado con una sonrisa—. Además no tengo.

— ¿Y la aplicación la tienes para...? — le susurro cerca de la boca, él resopla apartando la cara hacia el lado contrario.

— Sh, eso no importa — ríe, me mueve para que quede de nuevo sobre la cama, él se pone de lado—. Eres preciosa — lo miro a los ojos mientras él me acaricia la mejilla, la luz de la calle que entra por el ventanal le hace brillar el pelo.

— Estoy a contraluz — le digo con una sonrisa, me pellizca el moflete antes de que su mano me acune el rostro.

— ¿Quién dice que no puedes estar igual de preciosa a contraluz? — susurra, con el pulgar me acaricia la punta de la nariz y lo baja a mis labios, para acabar su recorrido en el mentón — Eres tan especial como imaginaba el día que te conocí — dejo que hable, por primera vez su acento parece no ser tan molesto.

— Etéreo — murmullo observando sus ojos brillantes, él frunce levemente el ceño pero se mantiene con ese gesto calmado—, intangible o poco definido y, a la vez, sutil o sublime — llevo una de mis manos a su pelo y lo enredo ahí bajo su atenta mirada.

Siento que se me va a salir el corazón del pecho, todo por las sensaciones que me causa su mirada. Siempre he sido muy escéptica para la mayoría de las cosas, hasta que conocerlo bien a él me ha hecho replantearme todas y cada una de mis creencias previas. El bien y el mal parecen dejar de existir cada vez que se encuentra cerca de mí.

— ¿En qué piensas? — me dice, creo que es la primera vez que lo veo tan calmado, sin contar el día de mi cumpleaños — Estás muy callada para ser tú — sonrío, noto cómo se me achinan los ojos y siento ganas de llorar por la felicidad que siento.

— En todo y a la vez en nada — le digo mirándolo a los ojos, él me acaricia con los nudillos la mejilla, y deja ahí la mano.

— Demasiado filosófico — murmura —, dame otra pista.

Fuego Amigo • Pablo GaviDonde viven las historias. Descúbrelo ahora