Capítulo 11

194 35 6
                                    


Pov. _____

Tord me miró apenas entré al salón de clases, derrochaba concentración y sumo cuidado con cada uno de mis movimientos, con sus brazos firmemente flexionados por detrás de su cabeza mientras su espalda se encontraba perfectamente apoyada al respaldo de la silla. 

Yo solté un suspiro y con la absurda idea me dirigí hasta su lugar, dejando caer mi mochila al suelo para luego sentarme.

Tord alzó una ceja, pero no mencionó nada. Llevaba un beanie color crema y de alguna manera me pareció adorable, sus ojos resaltaban más con aquel color. Se veía pacífico sin abrir la boca para decir cualquier incoherencia, y es que ya en tan poco tiempo sabía que podía llegar a ser un completo idiota.

Me fijé bien que una chamarra de cuero cubría sus hombros y esta vez fui yo quien arqueó una ceja, un poco interrogativa y confundida, porque no estábamos en la época de frío. Por el  contrario, había calor y él no usaba mucho de esas.

—¿Por qué traes eso? —cuestioné, apuntando con mi dedo índice aquella prenda.

Tord me dio una mirada con los ojos entrecerrados y se incorporó, uniendo sus manos apoyando los codos sobre el pupitre.

—Ha ocurrido un accidente con la lavadora —pronunció, separó sus manos y con una de ellas bajó la parte que cubría su hombro. No pude evitarlo, solté una risa y él negó varias veces—.Metí un calcetín rojo que pintó de rosa las otras prendas.

—Jamás debes combinar la ropa de color con la blanca —indiqué aún riendo. Él se encogió de hombros y mordió sus labios—. ¿Tu madre no te lo ha dicho? ¿Por qué lavas tú?

—Haces muchas preguntas, ¿ya te lo he dicho? —devolvió. Solamente asentí sin culpa alguna—.

Y no, es la primera vez que lo hago. Mis padres salieron de viaje y tenía que ver por mí solo sino ¿quién lo haría?

—Tienes razón —esbocé una sonrisa y regresé mi vista al frente.

Me gustaba pensar en Tord como una persona independiente, me agradaba demasiado la idea, tenía la imagen de no necesitar la ayuda de nadie pero quizás para las tareas domésticas sí.

Todo estaba en silencio, hasta que volvió a hablar.

—Necesito tu dirección —pronunció suave y lento.

—¿Mi dirección?, ¿para qué? —pregunté, girándome para mirarle a los ojos.

Él se acercó a mí quedando a una distancia corta. Me incomodé.

—¿Piensas que llegaré mágicamente porque adiviné en donde queda tu casa? —Su voz ronca hizo que me estremeciera sin razón. Al ver mi confusión, él rio con gracia—. ¿Lo has olvidado?

—¿Olvidar qué?

—Lo has olvidado.

Él suspiró y dejó caer su espalda al respaldo de la silla nuevamente, arrastrándola hacia atrás para poder estirar bien sus largas piernas por debajo de la mesa. 

Su gesto cambió a una expresión seria. Hizo una mueca y pasó sus manos por su delicado rostro. Relamió su labio pasando la punta de su lengua sobre su arito.

—Has prometido venir conmigo el sábado, o sea, mañana —destelló, mirándome sin expresión.

Su recuerdo, obligándome a prometer que iría el sábado con él, vino a mi mente. ¡Mierda!

Entreabrí los labios y maldije en mi interior.

—Cierto —asentí—. ¿Pretendes pasar por mí?

—No sabrás a dónde llegar si te digo.

𝐁𝐨𝐮𝐥𝐞𝐯𝐚𝐫𝐝┃Tord LarssonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora