Me dolía el pecho, me ardían los ojos y me temblaban las piernas. Te estaba amando.
–El tiempo corre, Voldemort se está acercando, profesora, actuo bajo las ordenes de Dumbledore, ¡debo encontrar lo que quería que encontrara! Pero tengo que mantener a los estudiantes fuera mientras registro el castillo. Es a mí a quien Voldemort quiere, pero no le importará matar a unos pocos más o menos, no ahora…
–¿Actúas bajo las órdenes de Dumbledore? –repitió ella con una mirada naciente de asombro. Luego se alzó en su altura completa– Debemos asegurar la escuela contra el Que No Debe ser Nombrado mientras buscas ese… ese objeto.–¿Eso es posible?
–Creo que sí– dijo la profesora McGonagall secamente–, los profesores somos bastante hábiles con la magia, sabes. Estoy segura que seremos capaces de mantenerle alejado un rato si ponemos todo nuestro empeño en ello. Por supuesto, tendremos que hacer algo con el profesor Snape…
–Dejeme…
–…y si Hogwarts está a punto de entrar en un estado de sitio, con el Señor Oscuro a sus puertas, ciertamente sería aconsejable apartar a cuanta más gente inocente sea posible del camino. Con las comunicaciones Flu bajo su control
y la Aparición imposible siquiera en los terrenos…–Hay un camino, –dije rápidamente, y le hable del pasadizo que cuya entrada se escondía en La Cabeza del Cerdo.
–Stone, estamos hablando de cientos de estudiantes…
–Lo sé, profesora, pero si Voldemort y los mortífagos se concentran en los límites de la escuela no se interesarán en nadie que se desaparezca fuera de
La Cabeza del Cerdo–Hay algo de razón eso, –estuvo de acuerdo. Apuntó la varita hacia los Carrows, y una red plateada cayó sobre sus cuerpos unidos, se ató a su alrededor, y los alzó en el aire, dónde quedaron suspendidos bajo el techo azul y dorado como dos grandes y feas criaturas marinas–. Vamos. Tenemos que alertar a los otros Jefes de Casas. Mejor se vuelven a poner la Capa.
Marchó hacia la puerta, y mientras lo hacía alzó la varita. De la punta salieron tres gatos plateados con espectaculares marcas alrededor de los ojos. Los Patronus corrían lustrosos delante, llenando la escalera de caracol de luz plateada, mientras la profesora MacGonagall, Harry, Luna y yo bajabamos corriendo.
Recorrimos los pasillos velozmente, y uno a uno los Patronus nos abandonaron. El camisón de tartán de la profesora McGonagall susurraba contra el suelo, y nosotros trotabamos tras ella bajo la Capa.
Habiamos descendido dos pisos más cuando tropezamos con alguien.
Harry, lo había escuchado primero. Rebuscó la bolsa que llevaba alrededor del cuello, probablemente buscando el Mapa del Merodeador, pero antes de que pudiera hacerse cargo del asunto, McGonagal también pareció caer en la cuenta de que teniamos compañía. Se detuvo, alzó la varita preparada para un duelo, y dijo:
–¿Quién anda ahí?
–Soy yo, –dijo una voz grave.
Desde detrás de una armadura salió Severus Snape.
Me recordó a Draco, con la mirada triste pero llena de rabia. Igual que Harry en este momento. Seguramente no había nadie más en este lugar que sintiera tanto odio hacia Snape
Había olvidado los detalles de la apariencia de Snape ante la magnitud de sus crímenes, olvidando cuan grasiento era su cabello negro colgando en cortinas alrededor de su delgada cara, cuan fría y mortífera la mirada de sus negros ojos. No llevaba pijama, pero estaba vestido con su habitual capa negra, y también sujetaba la varita preparado para una pelea.
–¿Dónde están los Carrows? –preguntó con tranquilidad.
–Donde quiera que les dijeras que fueran, supongo, Severus, –dijo la profesora McGonagall.
Snape se acercó unos pasos, y sus ojos revolotearon de la profesora McGonagall al aire a su alrededor, como si supiera que estabamos allí.
Harry sostenía la varita en alto también, preparado para el ataque al igual que Luna y yo.
–Me dio la impresión, –dijo Snape– de que Alecto había detenido a un intruso.
–¿De verdad? –dijo la profesora McGonagall–. ¿Y que te dio esa impresión?
Snape hizo una leve flexión con su brazo izquierdo, dónde la Marca Oscura estaba grabada en su piel.
–Oh, pero naturalmente, –dijo la profesora McGonagall–. Ustedes los mortífagos tienen sus formas de comunicarse, lo olvidaba.
Snape fingió no haberla oido. Sus ojos todavía sondeaban el aire a alrededor
de McGonagall, y se acercaba gradualmente, como sin darse cuenta de lo que estaba haciendo.–No sabía que era tu turno de patrullar los pasillos Minerva.
–¿Alguna objección?
–Me pregunto qué te ha sacado de la cama a estas horas tardías
–Creía haber oido un alboroto, –dijo la profesora McGonagall.
–¿De verdad? Pues todo parece en calma.
Snape la miró a los ojos.
–¿Ha visto a Harry Potter, Minerva? Porque si lo ha visto. Tengo que insistir…
La profesora McGonagall se movió más rápido de lo que nadie la hubiera
creído capaz. Su varita cortó el aire y durante una fracción de segundo creí que Snape caería, inconsciente, pero la rapidez de su Hechizo protego fue tal que McGonagall perdió el equilibrio. Blandió su varita en una
floritura y a un toque de la misma con la pared la voló de su soporte. Harry, a punto de maldecir a Snape, se vio forzado a apartarnos a Luna y a mi del camino de las llamas descendentes, las cuales se convirtieron en un anillo de fuego que llenó el pasillo y volvió volando como un lazo hacia Snape…Entonces ya no fue fuego, sino una gran serpiente negra que McGonagall hizo estallar en humo, y luego se reagrupó y solidificó en segundos para convertirse en un enjambre de dagas perseguidoras. Snape las evitó simplemente forzando a la armadura a ponerse frente a él, y con golpes resonantes, las dagas se hundieron, una tras otra, en su pecho.
–¡Minerva! –dijo una voz chirriante, y mirando tras de él, todavía escudandonos a Luna y a mi de los hechizos voladores, vi al profesor Flitwick y a Sprout corriendo por el pasillo hacia nosotros en pijama, con el enorme profesor Slughorn resollando en la retaguardia.
–¡No! –chilló Flitwick, alzando la varita– ¡No matarás a nadie más en Hogwarts!
El hechizo de Flitwick golpeó la armadura tras la cual Snape se había escudado. Con un estrépito esta volvió a la vida. Snape luchó para liberarse de los aplastantes brazos y los envió volando hacia sus atacantes. Nos lanzamos a un lado para evitarlos mientras nos estrellabamos contra la pared y se hacían añicos. Cuando alce la mirada, Snape estaba en pleana huída, y McGonagall, Flitwick y Sprout corrían tras él.
Se lanzó a traves de la puerta de una clase y, momentos más tarde, se oyó el
grito de McGonagall,–¡Cobarde! ¡COBARDE!
–¿Qué pasa, que está pasando?– preguntó Luna.
Harry me tomó de la mano, luego la de luna y corrimos rápidamente por el pasillo, arrastrando la Capa de
Invisibilidad tras nosotros, hasta el interior de la clase desierta dónde los profesores McGonagall, Flitwick y Sprout estaban de pie frente a la ventana rota.–Ha saltado, –dijo la profesora McGonagall cuando entramos corriendo en la habitación.
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Destruida. (Draco Malfoy). [Libro#2]
Фанфик"Cuando dos caminos se separan, deseando no hacerlo." °Segundo libro de: "Obligada".° #621 en "de todo" [14/Sep./16]. #807 en "De todo" [20/Sep./16]