Capítulo 1

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Despertar con dolor de cabeza, era una sensación común, despertar desnuda ya me había pasado varias veces... pero despertar con las muñecas y tobillos en carne viva... lo siento... no es mi día a día.

Mi cuerpo dolía como si hubieran pasado miles de elefantes sobre mí pero, en cambio, en mi boca estaba dibujada una sonrisa que nunca había tenido 

Si queréis saber que descubrí, esperar a leerlo...

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La alarma sonó como loca y ahí me di cuenta... Llegaría tarde de nuevo si seguía sin levantarme, aunque, sinceramente, ya no tenía ganas... si no fuera por que moriría de hambre o tendría que volver con mis padres no me movería de mi hermoso colchón... 

Además ¡tengo 23 años leñe! no quiero ir llorando a papa de nuevo. 

Miré a mi alrededor, todo estaba tirado y las persianas seguían bajadas provocando que no pudiera ver bien las cosas ni donde estaba todo, debía proponerme el recoger en cuanto volviera del trabajo. 

Me levanté y fui saltando la ropa tirada tirada por el suelo procurando no engancharme ni chocarme, cosa que no conseguí ya que choqué con el escritorio soltando un chillido. Pude llegar al baño y, encendiendo el agua hirviendo, me metí a la ducha. El vaho llenó el pequeño baño, dando un aspecto tenebroso y húmedo. Limpié el cristal asustándome por mi pálido rostro lleno del maquillaje corrido, dando aspecto de película de terror.

Me reí y limpiaba mi cara mientras lavaba mis dientes. Corrí a la habitación y tomé algo de ropa del armario y un conjunto del cajón. Me puse un tanga de color gris y un sujetador deportivo, pues sabía que iba a tener que correr todo el día. Me puse una camiseta larga negra y la metí dentro de mis vaqueros rasgados mientras volvía al baño. Maquillé rápidamente mi cara resaltando mis ojos celestes y delineando mis labios con un color oscuro, peiné mi cabello negro corto con los dedos y salí corriendo cogiendo el móvil y las llaves. 

El aire frío del invierno me recordó que no llevaba chaqueta, solo una camiseta fina. Maldije pero no podía regresar. 

Una moto paró frente a mí y me ofreció un casco.

- Venga, que llegamos tarde.- Elías era un compañero de la empresa y me salvaba siempre que podía.

- Gracias- Sonreí y me puse el casco subiendo tras él.

Elías iba excesivamente rápido y muchos de los coches se quejaban. Llegamos al edificio justo cuando nuestro jefe bajaba de su coche. Entramos por la gran puerta de cristal y, firmando nuestra entrada, nos dirigimos al ascensor mientras recuperábamos el aliento.

Elías me golpeó el casco y me lo quité mientras colocaba mi pelo. Era bastante desastre y si no fuera por el habría hecho el ridículo millones de veces.

- Lis, si no fuera por mí estarías en la calle- Subimos en el cúmulo de personas intentando no ahogarnos.

- Ya lo se, pero me amas y no puedes evitarlo- Sonreí, Elías era mucho mas alto que yo, medía 1.90 y su pelo rubio siempre estaba recogido, mal, en una coleta. Sus ojos esmeralda encandilaban a todas las chicas y más con sus gruesas pestañas y su tonificado cuerpo, ah, y era gay.

- No se ni porque, debería planteármelo- Me dio una colleja y se bajó del ascensor- nos vemos en la comida.

Le había conocido el primer día, cuando me perdí y baje en su planta (él está en la 3ª mientras yo trabajo en la 5ª) chocando de lleno con él y golpeándome en la cabeza con los portátiles que llevaba. Recuerdo que no paraba de reírse mientras me guiaba de nuevo al ascensor y me explicaba como ir a mi planta, a partir de ahí me lo acababa encontrando cuando iba hacia el trabajo y se ofreció a recogerme por las mañanas para que no llegara tan tarde, y aun así, lo hacía.

- ¡Lisa!- El grito de mi jefe me asustó y caminé rápido hasta él.- ¿No tienes cosas que hacer?

Miré el montón de papeles en mi mesa y asentí bajando la cabeza. 

Trabajaba como la chica de los recados, todos los empleados me dejaban en la mesa lo que necesitaban y debía hacerlo rápido. 

Podía sentir que toda la oficina me tenía algo asco, se creían que nunca hacía lo que me decían y aun así no me despedían. Al sentarme metí mis dedos en mi pelo acariciándome la nuca, podía sentir que esos papeles querían comerme y después escupir mis huesos en el café.

Revisé los primeros documentos y fui clasificando según la zona a la que debía ir. Empecé con la fotocopiadora, tres personas me habían pedido copias de diferentes archivos. Continué con el correo,  los cafés, el reponer el área de descanso, etcétera.

Cuando pude parar ya era la hora de la comida. Estiré mis brazos haciendo que crujiera mi cuerpo. Me levanté y caminé a paso pausado hasta el ascensor, por suerte estaba casi vacío, el estómago comenzaba a rugirme por el hambre que sentía y me apoyé en la pared suspirando. Una vez llegué a recepción caminé hasta Elías y me dejé caer contra él.

- Quiero comer...- Murmuré como si muriera.- Vamos a comer ¿Sí?

- Claro, si te lo dije- Me acarició la cabeza y salimos del edificio discutiendo a donde iríamos esta vez.- ¿Qué te parece un bufet?

- Ir al bufet debe de ser cuando tengamos tiempo para ir relajados, no cuando nos quedan tres horas de trabajo por delante. Mejor vallamos al italiano y tomemos lasaña.

Aceptó a regañadientes, la comida fue tranquila, unas ricas lasañas de carne nos hicieron babear como perros con un filetón. Mientras la comida nos llenaba el paladar charlamos de cualquier cosa o de cotilleos de la oficina (dos cotillas excelentes).

- Eh eh eh, mira mira- Elías me golpeó en la pierna con su pie y me señalo a una mesa algo alejada- Dime que puede ser para mí.

En la mesa habían dos hombres vestidos de traje comiendo, uno de ellos destacaba con su pelo de color blanco cayendo por su cuello y su oreja llena de pendientes, mientras que el de enfrente tenía el pelo perfectamente cortado y oscuro. 

- Puede que el de pelo blanco, parece más liberal- Sonreí y volví a escanearles. Pude ver como, el hombre de pelo oscuro, dejaba entrever un tatuaje saliendo por su cuello. Me quedé más tiempo de lo planeado observándolo y debió notarlo.

Choqué con los ojos oscuros del hombre oscuro (llamemos le oscuro por su pelo y al otro claro) y sonreí de lado, nunca fui de las chicas tímidas que digamos, más bien de las que pueden ligar en un bar gay. Elías volvió a golpear mi pierna y me quejé mirándole mal.

- ¿Qué coño haces?- Le devolví la patada.

- Deja de ligar, hay que irnos.

- Será que temes que los consiga antes que tú.- Le reté y él levantó una ceja.

- Si quieres una apuesta hagámoslo de forma legal. A partir de mañana- Me señalo con el dedo índice y se acercó a mí.- quien consiga una cita con uno de ellos, le debe una sesión de spa al otro.

Acepté el trato y les echamos un último ojo antes de salir del restaurante, cada uno en su propio plan y cada uno seguro de conseguirlo.

El resto del día transcurrió normal, el jefe gritándome, los compañeros poniendo más y más papeles... Agradecí que me diera tiempo a acabar antes de salir. Cuando estaba en el ascensor revisé mi teléfono y vi que recibí un mensaje de Elías en el que decía que tenía planes y que se iría antes. Entre maldiciones observé la calle, me iba a morir de frío por el estúpido y pasota de mi amigo. Suspirando tomé rumbo a mi casa, una media hora de camino por las calles iluminadas con una luz enfermiza y con las tiendas poco a poco cerrando. Observé las tiendas diferentes del barrio, fruterías, cafeterías, restaurantes, ropa... me paré de golpe delante de una fachada de ladrillo nueva. Ese local siempre estuvo cerrado y no tenía ni idea que se abría algo allí, mi curiosidad me hizo acercarme.

No veía ningún letrero ni ventana (había algunas pero no era posible verlo ya que estaban muy altas). Abrazándome por el frío, revisaba buscando alguna pista del lugar o algo que me dijera que era aquel nuevo local.

- ¿Te interesa este mundo?- Una voz me asustó por la espalda. Mi piel se erizó y no por el frío, su voz podía cortarme con un chuchillo si quisiera.- Te he hablado pequeña. 

Mío y tuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora