Ivy Dean siempre ha sido una princesa con todas las letras y todo el significado de la palabra. Sin embargo tras la llegada de Isabella Swan al recíproco pueblito de Forks, la brillante reina de la secundaria parece ser la única que nota que suceden...
DICEN QUE HAY CINCO ETAPAS DEL DUELO; la negación, la ira, la negociación, la depresión y finalmente la aceptación. Ivy conocía el duelo tan bien cómo se conocía a sí misma y sabía que era una persona que jamás llegaría a la parte de la aceptación. Nunca aceptaría vivir en un mundo sin su mamá, sin su abuela. Nunca podría vivir tranquila al no saber qué demonios había pasado con Riley y tampoco podría superar la partida de Jasper sin adioses ni explicaciones.
Pero para Ivy, fue demasiado difícil aceptar todo lo que escuchó aquella tarde a finales de invierno y todo lo que escuchó después... Su etapa de aceptación no pasó por el hecho de acoplarse a las últimas pérdidas que había sufrido, sino al mero hecho de que allí afuera había un mundo completamente desconocido para ella.
Y lo enfrentaría por primera vez.
Sentadas en la mesa de la cocina de Aki mientras él preparaba un té, Bella se mordía las uñas y Ivy estaba cruzada de brazos y con el semblante fruncido. Observó minuciosamente todos los movimientos del muchacho de cabello rosa, que sirvió una tacita para cada uno de ellos.
—Bien, comiencen —demandó. Los dos se dieron una mirada que no la sacó más de sus casillas porque si eso hubiese sucedido, probablemente la mesa y el té hubieran volado por la ventana—. De acuerdo, si no saben por dónde, entonces empecemos por lo más sencillo. ¿Qué se traen ustedes dos? Saben algo que yo no sé, y me lo están ocultando.
—Para entenderlo, primero tienes que entender que...
—¿Entender que no vivimos en el mundo que todos creen que vivimos? Lo sé —dijo casi aburrida, y se miró las uñas con desinterés. Luego acusó a Bella con la mirada—. Él sabe, ¿verdad? Él sabe la verdad de ellos. Por eso no confiaban en él.
—Yo sé sobre los Cullen —confesó Aki. Ivy apretó los puños y su corazón pareció dar un vuelco—. Pero yo... Voy a hablarte de mí. De cómo lo sé. Voy a hablarte de las cosas que puedo hacer.
Se quedó quietecita en su lugar. Nunca había imaginado, ni por un instante, que Akeno escondía algo raro. Sí sentía una presencia extraña a su alrededor, pero no era nada fuera de lo común... O al parecer, sí lo era.
Se preguntó qué tanto había del universo que no conocía. Se preguntó qué tantas veces había tenido corazonadas acertadas acerca de alguien.
—¿Eres... algo?
—No precisamente, o al menos no cómo creo que te estás imaginando —suspiró—. Yo soy un brujo.
Se rió.
Tuvo que reírse. Una cosa era escuchar a Jasper y toda la perorata del peligro y de ser diferente y no ser un humano, lo cuál a veces seguía pareciéndole un sueño febril, pero su único amigo de ese momento estaba sentado frente a ella pronunciando esas palabras en voz alta y con un tono completamente serio.
