Ivy Dean siempre ha sido una princesa con todas las letras y todo el significado de la palabra. Sin embargo tras la llegada de Isabella Swan al recíproco pueblito de Forks, la brillante reina de la secundaria parece ser la única que nota que suceden...
AKI SE FUE ESE MISMO DÍA, DEJANDO A UNA MUY CONFUSA Ivy y a una preocupada Bella en Forks. La rubia tenía un cóctel de sentimientos en su cabeza; estaba aliviada porque le habían contado la verdad y porque finalmente sería parte de aquello. Estaba asustada, porque Akeno había sido muy claro en cuánto a lo peligroso que era el mundo en el que vivían y también lo peligroso que era que ella supiera sobre los Cullen, por ejemplo. Por último, estaba decepcionada.
No podía dejar de preguntarse si quizá, a lo mejor, si Jasper hubiese sido normal... Las cosas entre ellos hubieran sido diferentes. Pero Akeno tenía razón, no valía la pena pensar en lo que pudo ser. Al fin y al cabo, ellos no volverían jamás.
Bella... Bella no estaba segura de eso. Pero Bella sabía cosas, cosas que no le había contado ni siquiera a Aki. Así que luego de aquella confesión, Ivy hizo un esfuerzo por mantenerse cerca de ella por si le proporcionaba alguna información extra que hiciera que las piezas del rompecabezas que comenzaba a armar finalmente tuviera sentido.
Y por mantenerse cerca de ella, se refería a seguirla. Dos días más tarde de la partida de su amigo, la siguió después de clases porque la vio regresar caminando y no en su estúpida camioneta. Y también, también tenía ese extraño presentimiento. Y la encontró entrado al bosque.
—¿Estás loca, Bella? —chilló, agarrándole del brazo. La castaña se sobresaltó al verla—. ¿Acaso no tienes sentido común? Akeno dijo que nos mantuviéramos a salvo... ¿Y tú decides ir a hacer senderismo? ¿Luego de todos lo que está sucediendo?
—Déjame, tú no lo entenderías —farfulló Bella, chasqueando la lengua—. Solamente quiero ir a la pradera que solía ir con Edward.
—Por lo menos avisa —la reprendió, con disgusto. Y cuando la muchacha Swan intentó zafarse de su agarre, Ivy la sujetó con más fuerza. Estaba pálida como si hubiese visto un fantasma—. Espera... Esto no está bien. Yo tengo un presentimiento. No deberías ir.
Bella recordó las insinuaciones de Edward antes de dejarla. Cuando le prometió que no haría nada imprudente, él le sugirió confiar en los extraños instintos de Ivy. Y no era que no confiara en ellos, pero se preguntaba hasta qué punto eran ciertos.
—Entonces ven conmigo —sentenció. Ivy miró al bosque y tilteó la cabeza hacia un costado, con duda—. No me interesa, yo iré.
—Maldición, Bella —murmuró por lo bajo, mientras la observaba desaparecer por la frondosa vegetación. Levantó los brazos, rendida, y se acomodó su bolso al hombro y la bonita chaqueta que le cubría del frío de media estación—. ¡Espérame!
