Ivy Dean siempre ha sido una princesa con todas las letras y todo el significado de la palabra. Sin embargo tras la llegada de Isabella Swan al recíproco pueblito de Forks, la brillante reina de la secundaria parece ser la única que nota que suceden...
EL DÍA QUE SE ENTERÓ SOBRE LOS PLANES DE Edward de casarse con Bella, Ivy pensó seriamente en aventarle "accidentalmente" un ácido corrosivo sobre la piel. Aunque no estaba del todo segura que eso pudiera dañarlo, ganas de intentarlo no le faltaban.
Bella no había querido decírselo, en verdad, pero se le escapó y al final terminó contándole sus inquietudes a su amiga. Ivy le dijo que estaba loca, y se quedó incluso sorprendida de que lo estuviera considerando por el simple hecho de que esa era la condición para que Edward la volviera inmortal. Sin embargo, no le costó entender que también era la condición para otras cosas. Y honestamente se decepcionó por no haberlo notado antes.
Le estaba dando muchas vueltas al asunto, sin embargo. Su mente eran aguas que no cualquier persona pudiese navegar, mucho menos después de todo lo que le venía sucediendo los últimos meses. Sin embargo, lo que estaban fuera de control, eran sus hormonas.
Su cuerpo estaba cambiando. E iba más allá de lo mucho que había aumentado de peso, gracias al cielo, ahora tenía un poco más de músculo y grasa que poco a poco le lucía mejor. Y todo el mundo estaba agradecido por ello, porque ya no parecía un escuálido cadáver. Pero en lo que eran sus deseos... Eso también parecía haber aumentado. El sexo era la última de sus preocupaciones, por obvias razones. Pero entonces Bella lo mencionó cuando le preguntó sobre su relación con Jasper, de pronto se sintió increíblemente estúpida de sentirse tan necesitada.
Culpaba a Reginald. Todo era más fácil cuando esa parte de ella más conectada a la naturaleza y al universo estaba enterrada. Además era más fácil culparlo a él que admitir que se sentía frustrada. Y ello la llevaba a estar tensa.
Por suerte para ella, Edward no tenía ni idea de las cosas que le pasaban por la cabeza y lo agradecía. Por desgracia, todo lo que ella sintiera, Jasper lo sentía, así que tenía que ser extra cuidadosa de no evidenciar su libido. Siempre había sido buena para reprimir emociones y sentimientos.
Pero ahora estaba sintiéndolas tan a flor de piel que le había dado una alergia, literalmente.
—¿Qué te pasa en los brazos? —le preguntó Embry.
Los lobos no le agradaban mucho a Ivy. No era que hubiese pasado tiempo de calidad con ellos, pero los pequeños encuentros que había tenido habían sido catastróficos, así que realmente no le sorprendía que su relación fuese tan tirante.
El problema radicaba en que la casa de Bella era generalmente el lugar en el que tenía más privacidad cuando ningún vampiro estaba cerca, algo que ella apreciaba bastante y pasaba muchas tardes allí, pero ir a casa de los Swan significaba enfrentarse cara a cara con aquellas criaturas que si bien no la molestaban, constantemente la escrutaban. Embry era con el que menos tensiones habían, así que esa noche cuando relevaron su guardia, se ofreció a acompañarla a su casa pues ella había decidido caminar. Ya lo había hecho varias veces.
