[Capítulo 12.]

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La voz de Snape retumbó con fuerza por la estéril extensión de la enfermería, provocando un escalofrío en el Gryffindor, quién como método de autoconservación no había hecho más que puntualizar en los defectos del pocionista, la indiferencia y la ...

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La voz de Snape retumbó con fuerza por la estéril extensión de la enfermería, provocando un escalofrío en el Gryffindor, quién como método de autoconservación no había hecho más que puntualizar en los defectos del pocionista, la indiferencia y la frialdad fueron los primordiales en su lista. La lista que solía repasar mentalmente para convencerse que no añoraba el regreso de su profesor. Se sentía desestabilizado, no podía procesar una respuesta acorde a las palabras obtenidas, no más allá de las ansias que lo invadían por sentirse apreciado, por sentirse querido, por aquél que debería haberlo hecho desde el primer momento.

—Profesor, yo... —pero era demasiado tarde, las lágrimas habían cometido traición, las mismas cálidas que se dignaba a derramar en la soledad de su cama, generalmente luego de dejar a Albus en las Mazmorras; la lejanía de Snape había lo había despertado. Había despertado el temor a perder a quienes formaban parte de su vida, no a quienes conoció en el colegio, sino a sus seres amados.

James apenas era un muchacho, pero podía sentir el inmenso peso que cargaba sobre sus hombros, llevándolo a extrañar el sentimiento de presión que se instalaba en él anteriormente por ser un buen heredero de Harry Potter: su reemplazo. No estaba listo para ello, y mucho menos para lo que sabía ahora, su nacimiento, su verdadera familia, la maraña de mentiras en la que creció. El deja vu del imponente reflejo verduzco se coló en sus recuerdos, provocando que las lágrimas fuesen acompañadas por un quejido ahogado.

¿Cómo no lo había visto antes?

Era la cuestión que se había instalado en Severus, y que sabía, no lo abandonaría por mucho tiempo. El velo se deslizó por completo de su mirar, a pesar del parecido con Potter, James era su propio reflejo, lo supo cuando aquella máscara, aún tierna y no por completo establecida, como en su caso, se resquebrajaba; dejando al descubierto al niño herido tras ella. Con cualquier otra persona hubiese evitado consolarlo, pues las reacciones de ese tipo no se le daban del todo bien, ni mucho menos hubiese atravesado el espacio personal de alguien, pero este alguien era James, su niño.

Una mera zancada fue suficiente para acortar la distancia que había impuesto momentos atrás. Los largos brazos envolvieron la tierna figura desbordante de emociones, que sobre la cama de la enfermería dejaba escapar el dolor acumulado durante meses, el dolor por sentir que no pertenecía al lugar donde lo posicionaban, el dolor de no poder crear el lazo familiar que pulsaba en su interior, y el temor, la última emoción que lo había marcado antes de entrar en un sueño involuntario. La fuerza del abrazo por parte de Snape fue respondido con una angustia de igual grado.

Mientras la congoja y las cristalinas muestra de ella descendían a raudales y sonoramente en el pequeño león, las de la serpiente, ya más curtida, se liberaban en el más absoluto silencio, mas con el mismo sentir.

—Lo lamento tanto, James, solo-

—Me atacaron. —cortó, aún con el rostro contra el firme pecho del pocionista, mientras las manos arrugaban el oscuro ropaje al que se habían anclado.

El retrato. [Snarry]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora