Presentimiento

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Olivia se miró en el espejo una última vez. Se había comprado el disfraz de bruja para pasar la velada con Laura, pero ésta canceló los planes a última hora. Era típico de Laura, pero le extrañaba que esta vez no le contase el motivo. Olivia no era de ir de fiesta, y quizá su amiga había decidido asistir a la que se celebraba tres calles abajo; es por eso que había decidido disfrazarse y asistir a la fiesta, aunque fuese sólo para que Laura viese cómo en aquella noche todo era posible.

Cogió las llaves y el móvil y se dispuso a salir, pero cuando tocó el pomo tuvo un presentimiento. Se giró lentamente y observó el pasillo vacío. Corrió a su habitación y la vio: una carta, amarillenta por el pasar del tiempo, estaba sobre su escritorio, donde no la había dejado. ¿Sería aquella la noche? Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo; debía ser esa noche. Ahora su pregunta era: ¿cómo acabaría en tal situación? Sólo la noche lo sabrá.

Se guardó la carta en el bolso y, ahora sí, salió de casa en dirección a aquella fiesta que, de alguna u otra forma, la llevaría hacia su destino ya escrito.

A mitad de camino, Olivia se cruzó con un grupo de su escuela que iban en dirección contraria a la fiesta.

-Hola, chicos -los saludó-. ¿A dónde vais?

-A un sitio mejor que el rollo de ahí abajo -contestó Diego-. Si ibas hacia allí, no te lo recomiendo.

-¿Estaba Laura?

-No la hemos visto en toda la noche -contestó Sandra.

Olivia miró calle abajo y luego hacia donde se dirigían. Era un grupo de jóvenes, y no encontraría a Laura en la fiesta; las señales no podían ser más claras.

-Me voy con vosotros -dijo encogiéndose de hombros.

-Nadie te ha invitado todavía -comentó Carlos burlonamente. Olivia le dirigió una mirada de fastidio; no soportaba a ese charlatán. Se pegaba todas las clases hablando, se sentaba cerca de ella porque sabía perfectamente que odiaba que la gente hablara en clase.

-Sólo espero que te calles un rato -le espetó.

-Todo es posible esta noche -contestó él-. Pero no te prometo nada.

No muy lejos de allí, Óscar, disfrazado de vampiro, y Miguel se habían encontrado en un parque.

-¿Por qué vas disfrazado? -le preguntó Miguel riendo por la situación-. Parezco tu víctima.

-Mi padre se piensa que voy a la fiesta de Juan -se rascó la nuca-. Entiéndelo, así es mejor.

-Algún día lo aceptará y podrás contárselo sin miedo a... -Miguel se calló.

-No pienses en ello ahora -Óscar le agarró de la muñeca-. Así que hoy eres mi víctima; espero que no lleves una estaca oculta para matarme.

Miguel, con un movimiento rápido, arrinconó a Óscar contra un árbol.

-Puede que la tenga -y comenzó a besarle el cuello, a lo que Óscar se dejó llevar.

Miguel era la única persona que lograba evadirlo de las exigencias de su padre y de la presión del instituto. Con él sentía que era otra persona, aquella que, en el fondo, siempre quiso ser. Pero le resultaba injusto hacerle esto, mantener lo suyo oculto; Miguel no se merecía un cobarde como él.

Un grito proveniente del bosque los interrumpió; Óscar se apartó un poco.

-Voy a ver qué ocurre -dijo-. Quédate aquí.

La última velaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora