Las flores de nadie

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-Esa carta no es real -Carlos rompió el silencio-. En esa época casi nadie sabía escribir, y menos una huérfana.

-Qué aguafiestas -Miguel defendió a Olivia-. Yo creo que es real, sólo hace falta observar el estado del papel. Y si fuera falso, ¿cómo iba a saber ella que acabaríamos así?

-Porque estará compinchada con Diego -dijo Óscar sin mirar a Miguel directamente a los ojos.

-Te equivocas -dijo Diego-. Todos los que estamos aquí teníamos otros planes para esta noche, incluido yo. Se me ocurrió la idea sobre la marcha; ni siquiera imaginé que se apuntaría tanta gente. Dejaos de conspiraciones y disfrutad de la velada. Y, tras esta inquietante carta, estoy seguro de que Miguel tendrá una historia triste y romántica.

Miguel carraspeó y ocultó su sonrojo antes de comenzar a hablar.


En el siglo XIX, en Alemania, vivía una hermosa joven llamada Sophie. La joven Sophie vivía con su hermana, Christine.

Sophie sólo tenía 16 años cuando la tuberculosis la atacó, acabando con su vida en muy poco tiempo. Christine, para inmortalizar la belleza de su querida hermana, mandó hacer una escultura fiel a su figura.

El dolor por la muerte de Sophie estaba presente, pero la vida debía seguir. Todo volvió a la normalidad, hasta que un día, cuando Christine fue a visitar la tumba de su hermana, vio que habían cambiado las flores y que, además, las habían puesto bajo su brazo. La pregunta era: ¿quién lo había hecho?

Al día siguiente volvió, y pudo comprobar que unas nuevas flores habían sido colocadas en el mismo sitio. Mientras tanto, cerca de allí, un joven se ocultaba tras un árbol, con las flores del día anterior en las manos.

Este joven se había enamorado de Sophie cuando ésta aún vivía, pero nunca se atrevió a hablar con ella. El día que decidió confesarle su amor, se encontró con la trágica noticia de su muerte, y lo único que pudo hacer fue dejarle las flores que le iba a regalar en los brazos de su escultura.

El joven, llamado Frederick, decidió dejarle cada día del año flores frescas para demostrar su amor por ella. Esta costumbre, por desgracia, se convirtió en obsesión. Pasaban los días y no comía ni dormía, vagaba por los alrededores del cementerio y sólo se alejaba para ir a buscar flores frescas.

Un año más tarde, en el aniversario de la muerte de Sophie, Frederick murió. En sus manos llevaba un ramo de flores, que se marchitaron junto con su cuerpo.

Pero su amor era tan puro que fue más allá de la muerte. Sophie, que había estado observando a Frederick desde la primera vez que dejó las flores, correspondió a sus sentimientos.

Desde ese momento, el amor de Sophie y de Frederick hizo aparecer cada día del año una nueva flor en los brazos de la escultura de la joven, en aquel lugar donde ambos están enterrados: ella bajo su escultura y él cerca de ella, bajo una humilde lápida.


La tercera vela ha sido apagada.

La última velaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora