La habitación parecía haberse detenido en el tiempo. La cama, todavía con las sábanas, estaba pulcramente hecha; lo único que parecía haber cambiado era el color, ahora amarillento por el paso del tiempo. En la mesita de noche había una lámpara de gas llena de polvo.
Óscar se acercó al escritorio; había papeles, una pluma y un tintero. Cogió una hoja de papel, que se resquebrajó con un sonido seco. Si estuviese escrito, sería un texto histórico.
Abrió el cajón del escritorio, y dentro encontró un diario. Lo hojeó y, cuanto más leía, más se le abrían los ojos.
-Esto es oro... -habló para sí mismo-. ¿Será real?
Al menos, parecía real. Y si así era, deberían salir de allí lo antes posible.
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Celia dio una vuelta por la cocina. ¿De qué época sería? No tenía ni microondas.
Los cuchillos descansaban sobre una tabla de madera; los contó por si acaso antes de seguir con el tour.
En la pared colgaban las ollas y los cazos y, en el centro, había una mesa donde se podía cocinar y comer. ¿Qué de todo aquello sería una pista del juego? Nada parecía sobresalir.
Volvió sobre sus pasos para recoger uno de los cuchillos, quizá esa era la pista. Se sorprendió al darse cuenta de que, efectivamente, faltaba uno. O quizá, esperaba, había contado mal.
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La buhardilla era, con diferencia, el peor lugar de la casa. Las arañas y demás bichos parecían haber escogido aquella zona para instalarse. Cada paso que daban, sentían cómo algo les subía por la pierna o se les enganchaba en la cara.
-No puedo -Alicia retrocedió-. No creo que aquí haya nada; no parece que haya subido alguien aquí en décadas.
-Es el sitio ideal para descubrir los secretos de la casa.
-Pues busca tú, pero no pienso meterme ahí.
Hugo se encogió de hombros y se puso a abrir cajas. De ellas salían todo tipo de insectos, y dentro había de fotografías antiguas a ropa raída por el tiempo y las polillas. Tras un buen rato de búsqueda, se rindió; no había nada interesante ni nada fuera de lo común. Allí, si aquello era un montaje, no había subido nadie.
-¿Quieres un abrazo? -Hugo se acercó a su novia con las manos llenas de polvo y de bichos muertos.
-Todavía puedo dejarte encerrado -Alicia se preparó para salir corriendo en cualquier momento.
-Me encontraríais por la mañana devorado por los bichos como venganza a aquellos que cayeron en mis manos -relató dramáticamente.
-Qué asco -Alicia contraje el rostro en una expresión de repugnancia.
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El salón estaba presidido por una gran chimenea la cual, pese al evidente abandono del lugar, daba la sensación que había sido encendido no hacía mucho. Laura se acercó a ella y tocó las cenizas; éstas conservaban todavía el calor.
Siguió recorriendo la estancia: butacas al lado de la chimenea, un gran sillón al otro extremo del salón, una mesita de cristal, una gran lámpara en medio... Todo lleno de polvo y cenizas, como si alguien las hubiese esparcido por toda la estancia.
A un lado, una ventana con las cortinas raídas daba al patio, ahora oscuro y lúgubre. Pensó que alguien debería estar investigando aquella zona. ¿Y si había algo (o alguien) enterrado? Quizá el último dueño fue un asesino en serie de aquellos que coleccionaban víctimas en el jardín.
Eran aquellos pensamientos los que llevaron a Laura aquella noche a la casa más misteriosa del pueblo, y los que la hacían divagar sin ser consciente del paso del tiempo.
Cuando volvió en sí, sus compañeros comenzaban a entrar al salón.
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La última vela
HorrorEra la noche de Halloween y Diego, quien llevaba un buen rato en la supuesta gran fiesta del año, se empezaba a aburrir. Aquella noche estaba para pasar miedo, y él tenía mejores planes que beber y quedarse sordo con la música. En el transcurso de l...