Prólogo ❁

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Cuando era pequeño, el amor era algo muy limitado, desde mi punto de vista

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Cuando era pequeño, el amor era algo muy limitado, desde mi punto de vista.
No podía ver cómo alguien puede amar a más de una persona y no sabía diferenciar los tipos existentes—el fraternal, el unilateral, el recíproco, etc. Era muy retraído dentro de mi propio pequeño mundo, nunca hablando con nadie que estuviese del lado de afuera.

Yo tenía “amigos” de la vecindad y en la escuela, siempre estábamos jugando a interpretar superhéroes que nos gustaban, compartiendo juguetes y jugando a luchar unos con otros, esas cosas siempre terminaban llevándonos a buenas peleas, algunos golpes y llantos, solo para—no mucho tiempo después—estar nuevamente riendo y jugando. Los niños pueden ser muy extraños y, de todas las casas que estaban cerca la mía, solo uno no se mezclaba con nosotros.

A veces nos quedábamos llamando al niño que vivía justo al frente de mi casa, le gritábamos, pero sus ojos nunca se encontraban con ninguno de los nuestros, era como si no oyera ninguna palabra. Él siempre se sentaba en la gradería que estaba en su puerta delantera y se quedaba mirando el movimiento en la calle. Después de algunos días, deducimos que él nos estaba ignorando para provocarnos, como niños idiotas que éramos, comenzamos a contraatacar.

Nos sentábamos en la baranda de su casa e imitábamos los movimientos repetitivos que él hacía con su cuerpo, hablábamos entre nosotros cómo era extraño cuando el empezaba a aplaudir frenéticamente en algunos momentos y como era asustadizo oírlo gritar algunas veces durante la noche.

Como dije, niños pueden ser muy extraños, en la misma proporción que pueden ser malvados—sin ver realmente lo que estaban haciendo. Esa era la peor parte de ser un novato en esa cosa que llamamos “vida”: tenemos que aprender poco a poco a cómo comportarnos, cómo comunicarnos y cómo tratar a las personas; solo que en ese proceso de aprendizaje, podemos acabar haciendo mucha mierda y lastimar a personas a nuestro alrededor. Y yo sabía que ese niño había creado algún tipo de rechazo hacia nosotros a causa de nuestras provocaciones, veíamos lo nervioso que se sentía cuando nos acercábamos, su madre siempre terminaba apareciendo y alzándolo para sacarlo de ahí—no sin antes lanzarnos una mirada severa—y hasta perdí la cuenta de cuantas veces había sido llamado la atención por mi propia madre.

La verdad es que yo creía que ese niño era irritante.

Generalmente yo creaba antipatía cuando alguien no retribuía la atención que estaba dispuesto a dar.

Después de eso, viene la parte en que vas creciendo y percibiendo que la vida no se resume a la vecindad de tu casa o tus amigos de la escuela. Aprendes que existen personas reales en el mundo, que tienen sentimientos, que cada una de ellas siente las cosas de una forma diferente. Te vas aislando cada vez más dentro de tu cuarto, porque es el único lugar donde puedes refugiarte de los problemas del mundo, es el lugar donde te sientes seguro. Empiezas a dejar de salir con tus amigos y pasas a solamente recibirlos en tu casa, porque te sientes demasiado indispuesto para salir—excepto cuando eres obligado a estudiar para volverte alguien en la vida que no quieres ser—y enfrentar la realidad que te rodea, el mundo real.

Pero, a veces, todo es una cuestión de tiempo, ¿sabes?

Tiempo para encontrarte y darte cuenta que no necesitabas tener tanto miedo, pero sí bastante coraje.

Cuando era pequeño, el amor era algo muy limitado, desde mi punto de vista.
No podía ver cómo alguien puede amar a más de una persona y no sabía diferenciar los tipos existentes—el fraternal, el unilateral, el recíproco, etc. Era muy retraído dentro de mi propio pequeño mundo, nunca hablando con nadie que estuviese del lado de afuera. Pero, cuando cumplí mis dieciocho años y debí lidiar con toda la presión de estar en el último año de la escuela y tener que escoger lo que quería hacer con mi vida y continuar, fue cuando tuve la oportunidad de conocer un tipo de amor que nunca pensé que fuera posible que realmente existiera.

Además, encontré el amor donde menos esperaba que estuviese.

Pero, bueno, él estaba ahí.

El amor estaba en su forma más singular y única que podría esperar, enseñándome que tener paciencia era solo cuestión de práctica, que yo era capaz de cuidar de alguien y que podría ayudarle a alcanzar su casi independencia, así como hacerlo amarme de vuelta en la misma intensidad. El amor estaba en la forma de un chico que—con todas sus limitaciones, miedos, alegrías y cariño—hizo que me transformara poco a poco, completamente sin querer.

El amor estaba en la forma de Park Jimin y todos sus colores, sentimientos y músicas del siglo pasado. Y fue el amor quien me convirtió en el hombre que soy ahora.

Diecisiete Mil Sentidos Para Park JiminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora