Veneno y arcilla

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Un día soleado en compañía de Alger. Se preguntaba por qué había regresado a buscarla después qué le quedó mal cuando los misiles y las explosiones la dejaron inconsciente varias ocasiones. Miraba la zona de la jungla dónde se encontraban; el hombre le dijo que el templo al cual se dirigían no era conocido por el hombre y por esa razón, no se encontraba en los libros de historia; viajaron hasta tierras mesoamericanas y estaba impresionada por las sorpresas que la Tierra esconde entre sus junglas menos exploradas.

— ¿Qué buscamos aquí? —, preguntó irritada, pues el sol estaba succionando su energía.

— Energía atómica.

— ¿Para qué? —, dijo con fastidio.

— La necesito.

La joven se quedó en silencio, Alger se veía demasiado calmado para llevar la conversación a una discusión, que la chica intentaba provocar solamente porqué era una adolescente con pensamientos impulsivos y nada racionales; también llegó a preguntarse, porqué una persona de la edad de su acompañante, toleraría la actitud de una persona adolescente con pulsiones de muerte a flor de piel. Caminaban pues, entre la selva que rodeaba el templo, a su alrededor crecía pasto salvaje de más de un metro de altura y el mayor lo cortaba con las armas que usaban los exploradores para abrirse paso entre la selva, un machete; la hierba comenzó a soltar su olor de auxilio; un olor un poco desagradable para tener que soportar junto con el calor, que golpeaba con los rayos ultravioletas del sol. El Astro Padre, les estaba provocando un inmenso dolor de cabeza por falta de hidratación, por eso, la chica se detuvo a tomar el agua dentro de su cantimplora; acto que no fue grato, pues beber de aquel líquido vital que hervía, no refrescaba, pero, por lo menos, no caería en una deshidratación severa que la llevará a alucinar personas que recorrían el templo sagrado de un lado a otro con lotes de oro, que moldeaban para obtener la energía atómica que Alger estaba buscando; por otro lado, èl al percatarse que la joven se quedó atrás, frenó su paso y la miró de soslayo.

— Ya casi llegamos...procura beber despacio.

— Ya me cansé —, se quejó — me punzan los pies, me van a salir ampollar tarde o temprano.

— Aún nos esperan más cosas —, comentó el aventurero secándose la frente con un pañuelo color blanco que sacó de su bolsillo trasero de su pantalón de algodón.

El mayor caminó hasta ella y la tomó de la mano para obligarla a caminar porqué se dio cuenta que se estaban retrasando. Anduvieron dos metros más y él paró para señalar con el dedo índice el templo escondido. La chica se sorprendió, era exactamente igual que otro templo qué vio alguna vez mientras vacacionaba con su familia en la rivera Maya, excepto, que esté era el doble de alto y ancho.

— ¿Cómo vamos a entrar ahí? —, preguntó.

Sabía que estaban en el lado poniente y que era la entrada principal, pero, no había enormes escalones de cuarenta y cinco grados para poder subir a la punta. Alguien los había desintegrado sin dejar ni una pista, de qué alguna vez, ese templo atlante tuvo escalones que subían gigantes de tres metros.

— Escalando —, señalo Alger. —No tiene entrada ni escaleras. Tenemos que escalar por los extremos para llegar arriba, ahí debe de haber una puerta escondida.

— Moriré...no me necesitas para esto —, rezongó.

Alger sonrió sin decir nada. Aquella sonrisa paternal provocó en la joven un sonrojo leve; sin embargo, Alger contestó de la misma forma tierna y comprensiva.

— Andando...

Se adentraron a la zona de la selva donde yacía el templo, qué carecía de aquel pasto salvaje de casi dos metros de altura, porque estaba podado, pues medía aproximadamente dos centímetros de altura; panorama que alertó de inmediato a la joven.

Crónicas de un soñador II ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora