Capítulo 13

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—¿Ya son novios? —preguntó Teff mientras escribía en su libreta algunos apuntes que le faltaban.

—¿Qué? —con la cabeza frente a la mesa, la pelinegra miró de reojo a su amiga con cierta vergüenza; la había tomado por sorpresa.

—No te hagas.

—¿Qué quieres que te diga? Ni siquiera le he dicho que me gusta...

—¡¿Qué?!

—Baja la voz, Teff.

—¿Cómo que no le has dicho que te gusta hasta ahora?

—Termina de copiar, no te conviene que el profesor te baje la nota por tener las cosas incompletas.

—Bien, pero me cuentas después, sin excusas —volvió a centrarse a lo que hacía al principio.

Habían pasado tal vez quince minutos luego de haber terminado la conversación, cuando la de cabellera rojiza volvió a hablar:

—Ahora sí terminé —la chica que estaba a su lado se giró para verla—, habla.

—Es que no sé cuándo decírselo.

—¿Ninguno de los dos dijo que le gustaba el otro la primera vez que se besaron?

—No...

—¿Tampoco ninguna de las otra veces? —la pelinegra negó con la cabeza agachada— Debes decirle.

—Me da vergüenza...

—Pero para andarte besuqueando no, ¿verdad? —ambas dejaron escapar una leve risa de sus bocas.

—Ya, me avergüenzas.

—Todo te avergüenza, Ellie —habló recibiendo un pequeño golpe por parte de la última mencionada—. Bueno, basta. Le dirás hoy en la fiesta de Bell.

—Hablando de eso...

—Ey, no me cambies el tema.

—¡Se lo diré!

—Está bien, ¿qué ibas a decir?

—¿Qué le regalarás a Mirabel?

La más alta se quedó pensando, no tenía nada planeado.

—No sé, tienes que ayudarme.

—Escríbele una carta.

—Sabes que las palabras no son mi fuerte.

—Entonces... —la pelinegra pausó su habla un momento— podrías hacerle un picnic sorpresa.

—Podría pedirle ayuda a los demás, ¿cierto?

—También puedo ayudarte yo.

—Claro, aunque si me ayudan todos será mejor.

[...]

Habían llegado al pueblo como de costumbre, aunque mejor vestidas debido a la fecha especial.

Todos estaban haciendo sus labores como de costumbre, tal vez la fiesta sería a la noche. Supusieron que los Madrigal estarían dentro de su hogar decorando, así que se dirigieron hasta allí.

Al llegar a la entrada, Casita las notó y las dejó pasar.

—¡Camilo Madrigal, no te comas la comida! —la voz de una mujer para nada contenta se logró escuchar.

𝗧𝗛𝗜𝗦 𝗦𝗜𝗗𝗘 𝗢𝗙 𝗣𝗔𝗥𝗔𝗗𝗜𝗦𝗘 | 𝗖𝗮𝗺𝗶𝗹𝗼 𝗠𝗮𝗱𝗿𝗶𝗴𝗮𝗹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora