XIX. Brechas del pasado

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Eiden

Después de llegar a casa junto a Emily, le pedí a Victoria que nos trajera la comida a la habitación. No me gusta verla así, no lo soporto y eso me hace sentir impotente. Nada ni nadie se merece sus lágrimas y menos por mi culpa. Todo lo que le pasa es por mi culpa, soy yo la mala influencia, y a la última persona que quiero joderle la vida es a ella.

Desde que hemos llegado no ha soltado ninguna palabra, lleva en la cama más de una hora. No está durmiendo, lo se. Me dirijo a donde está ella y me pongo de cuclillas al lado de la cama, paso la mano por sus mejillas mojadas y en respuesta cierra los ojos.

Me quedo un rato observándola, analizando cada detalle de su cara para que no se me olvide, si algún día llego a perderla. Al menos su imagen permanecerá siempre en mi memoria, en mi conciencia e inconciencia.

Me levanto para salir a al balcón pero antes le aviso:

— Cuando vuelva terminaremos el trabajo de psicología — hago una pequeña pausa — y no me importa si no quieres.

Ya lleva rato así, tiene que distraerse y no seguir pensando en la misma mierda. Al salir al balcón saco un cigarro y empiezo a fumar mientras observo las gotas chocar contra el frío mármol.

— A nadie le gusta besar a un fumador ¿sabías? — escucho su voz a mis espaldas y esbozo una sonrisa en respuesta. Me giro para encontrarla apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados, lleva puesta una de mis sudaderas pero finjo no haberme dado cuenta.

— Así que ¿tienes intención de besarme? — le doy una calada al cigarro.

— ¿Dejarías de fumar? — se apoya en el mármol.

— Bueno sería una motivación — se ríe y echa la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos mientras las gotas se deslizan en su cara.

— Entonces aún hay fe — tenerla así, enfrente, tan cerca y no besarla se me hace difícil. Cedo a mi impulso interior agarrándola del cuello para luego lanzarme a sus labios. Nunca voy a cansarme de sus besos, sus carnosos y suaves labios, y mucho menos de su piel.

— Oye — dice con la voz entrecortada y las mejillas rojas — No puedes.

— La motivación, recuerdas — esbozo una sonrisa mientras muevo el cigarro en mi mano.

— Pero avísame— se queja y en respuesta le aprieto las mejillas con una mano. Para volver a darle un rápido beso sin previo aviso.

— Me giro para entrar a la habitación no sin antes decir lo que llevaba guardando todo este rato — Te queda bien la sudadera. — No me contesta y tampoco me giro a ver su reacción.

Se queda un rato fuera y yo de mientras saco el dossier de psicología junto con el ordenador.

— Solo nos falta una pregunta ¿verdad? — pregunta sentándose en la cama.

— Si — digo mirando el papel.

— Vale, empieza tu — dice colocándose enfrente de mí. Leo la pregunta y durante un instante me quedo en trance.

— Vamos — su voz me devuelve a la realidad. Me aclaro la garganta y leo la pregunta.

— Un recuerdo que haya marcado un antes y un después en tu vida. — La miro a los ojos y veo como se le llenan de lágrimas.

— Oye, nos lo podemos inventar — le digo agarrándola suavemente de la mano. Tal vez no esté preparada, al igual que yo. Pero en respuesta niega con la cabeza.

— Fue cuando perdí a mi padre — dice con la voz quebrantada — Ese momento marcó un antes y un después en mi vida. Con él podía ser una niña pequeña, me sentía querida y protegida — las lágrimas fluyen por sus mejillas y decido limpiarlas. Justo en ese momento pone su mano encima de la mía y cierra los ojos esbozando una triste sonrisa. — Sabes, él siempre me hacía lo mismo, justo en el momento que veía que una lágrima en mi mejilla me la limpiaba, porque nunca le gustaba verme llorar. Decía que nada ni nadie se merecía mis lágrimas, pero se equivocaba — me mira a los ojos y en ellos veo reflejado el dolor que siente — él si las merece.

AMBIVALENCIA (TERMINADA) (en edición) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora