Capítulo 39

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CAPÍTULO 39

—¡Ya estoy en casa!

Cierro la puerta y me quedo de pie en el recibidor, escuchando el silencio inquietante que me rodea. No se escuchan risas, ni voces ni los pasos inestables del pequeño cerdito junto a sus gritos cuando viene a recibirme después de largas horas sin verme.

He ido donde un abogado amigo del padre de Serena quien se está haciendo cargo de todos los trámites para la adopción porque tenía que firmar una serie de documentos requeridos para todo este proceso. Estuve toda la mañana fuera, por eso, me es extraño llegar a casa y ver que mis padres no están.

—¿Mamá? ¿Mamita? — hablo, caminando con cuidado —¿Hola, hola?

—Tus padres han salido.

Mi cuerpo se tensa. La voz ha sonado de improviso y naturalmente, no me lo había visto venir.

Giro sobre mis talones, encontrándome con Sam. Él está sentado en uno de los sofás, su cuerpo inclinado hacia adelante mientras que sus codos descansan en sus rodillas en una postura un tanto incómoda. Luce tenso y mi ceño fruncido se acentúa al no saber qué está haciendo aquí. Sé que si no le pregunto nunca lo sabré, pero las palabras se enredan en mi garganta.

Carraspeo, echando un vistazo a la cocina.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a hablar contigo.

Asiento despacio —¿Cómo entraste?

—Ah... tus padres me dejaron. — él se alborota el cabello y suspira —Alcancé a llegar antes de que se fueran.

—¿Sabes dónde fueron?

Sam me mira, abatido. No sé por qué, pero no quiero hablar de eso con Sam. Hace siete días que no lo veía y es un poco incómodo, a decir verdad. A pesar de todo, me duele estar enfadado con mi mejor amigo. Mamá dice que tengo un corazón noble. Yo prefiero llamarlo: corazón de abuelito.

Nunca antes nos había enojado de esta manera. Nunca habíamos dejado de hablarnos por tantos días. Nunca nos habíamos ignorado. Cuando éramos niños discutíamos, Zemo era el que nos hacía hablar las cosas con calma y terminábamos estrechando nuestras manos para después abrazarnos con fuerza, liberando un poco de la rabia que sentíamos con los golpes en nuestra espalda. Pero ahora no está Zemo para que nos ayude porque este es un tema que debemos solucionar sólo nosotros.

—¿Podemos hablar? — me pregunta Sam con la voz convertida en un susurro —Por favor.

—Está bien, pero primero, debo ir a tomar un poco de agua. ¿Puedes esperarme un segundo?

—Yo no me moveré de aquí. — intenta bromear. La sonrisa que esboza no llega hasta sus ojos.

Ingreso a la cocina y no es hasta que llego al fregadero que suelto todo el aire que había estado conteniendo en mis pulmones. Cuando tomo un vaso, me doy cuenta de que mis manos están temblando. Lleno el vaso con agua y lo bebo por completo sin respirar, haciendo que una gota se resbale por mi mentón hasta perderse en la tela de mi camiseta.

—Tranquilo...— me digo a mí mismo, peinando mi cabello hacia atrás. Estrujo las hebras entre mis palmas y suspiro —. Si mantienes la clama, todo saldrá bien. Sam sólo quiere hablar.

Regreso a la sala y encuentro a Sam de pie mirando una fotografía que está junto a la chimenea. Sé perfectamente cuál es sin acercarme a él. Es de nuestra graduación de secundaria donde nuestras sonrisas brillan por la maravillosa idea de convertirnos en adultos finalmente. Aquél, fue un día glorioso donde Zemo, Sam y yo sólo esperábamos que llegara la noche para salir a celebrar. Nuestras familias habían planeado una comida donde estuviéramos todos juntos y nosotros tuvimos que estar junto a nuestros padres avergonzándonos de todos los recuerdos que ellos compartían como si fuera algo de lo que nosotros nos sintiéramos orgullosos.

¿Este bebé es tuyo? | Bucky Barnes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora