Capítulo 3

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OLIMPIA

La luz del cuarto me estaba dejando cada vez más ciega, él ruido de los coches fuera y de la gente pasando de un lado para otro por los pasillos me estaba poniendo cada vez más nerviosa. Los dos agentes que estaban hace un rato aquí habían salido sin decirme nada, ni siquiera sabía sus nombres pero la chica tenía rasgos asiáticos —muy guapa por cierto...bueno los dos—, el chico era castaño y tenía los ojos verdes.

Mientras seguía viendo a los agentes hacer su trabajo pensé en todas las posibles maneras que tuvieron para atraparme, pero no di con ninguna lógica. ¿Tal vez alguien se metió en mi ordenador? ¿Fui tan descuidada? ¿Se lo habré contado a alguien sin darme cuenta?, eso era imposible y de ser así no me hubieran creído. Madre mía me estoy volviendo loca, todo el trabajo de infiltrarme en la policía ha sido un fracaso. El único que he tenido en mi vida, hasta me curré la prueba física y eso que no soy capaz de mover ni un músculo y mucho menos entrenar.

Lo único que puedo hacer ahora es ayudarlos porque necesito saber como narices he llegado hasta esta situación, nadie más sabía de esto y tampoco es como si estuviera contando mis planes por ahí.
Ahora tenía que pensar fríamente en los siguientes pasos, no quiero que nos descubran a todos y la única manera de encubrir a David y Ben junto con los demás es colaborando con ellos, creo que es la mejor opción ¿no?

El sonido de la puerta abrirse me sacó de mis pensamientos, eran los mismos agentes de antes pero esta vez iban acompañados de un hombre mayor. Supongo que será el jefe.

—Diaz—me llamó el nuevo integrante a la sala—, ¿ese es tú verdadero nombre?

—Sí, señor—respondí con firmeza, no tenía por qué mentir en eso, después de todo no nunca intente ocultar mi identidad.

—Me han dicho que no quieres un abogado ¿es eso cierto?

—Sí, señor.

—Entonces, ¿cuál es tú plan?—tarde o temprano me iba a preguntar, tendré que improvisar hasta hablar con David.

—Ayudaros—los dos antes de antes se volvieron a mirar entre sí y el hombre el cual estaba sentado frente a mí tenía una expresión extraña. Se que no me va a creer así porque sí, así que solo tengo que darle pruebas.

—Verás señorita Diaz, te voy a decir lo que en realidad está pasando porque creo que no estas entendiendo la situación—abrió la carpeta que trajo con él, en ella pude ver que había fotos mías con muchas cosas ahí escritas que no pudeo leer desde aquí—, no creo que sea la única que tiene que ver con los ataques, no trabaja sola de eso estamos seguros. No sabe cómo ha llegado hasta esta situación pese a que cubrió su rastro muy bien y a eso le sumamos que está encubriendo a otras personas. Tiene dos opciones, la primera es que nos cuente todo lo que sabe sin dejarse ni una sola palabra y la segunda es...

—¿Meterme en una cárcel de máxima seguridad de la que no podré salir jamás?—me adelanté antes de que terminara, porque tenía razón con todo lo que ha dicho. Como todos los que suponen sobre historias que no les ha tocado vivir, siempre van a desconocer parte de ella—. Increíble, ¿no será usted familiar de Sherlock Holmes?

Literalmente me estaban mostrando lo que eran capaces de hacer con toda información que tienen sobre mí, son inquebrantables y que haga lo que haga no me voy a salir con la mía pero siendo sincera no trato de luchar contra ellos, sería arriesgarme por nada.
El caso es que no quiero hacer nada y si estoy aquí es por que alguien nos ha traicionado o REM es más fuerte de lo que creíamos, no esperaba que nos causara tanto dolor de cabeza. Pero si resulta que ellos están detrás de esto, estamos en problemas.

—¿No crees que este sola?—él soltó una risa.

—No me subestimes, serás una genio de la informática pero no la jefa de todo este show que estais montando—pués si lo fuera no hubiera sido así, está claro—. Encubrir a más sospechosos es un delito.

Entre la rebeildía y la libertad (Primera Parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora