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༺Veintiséis༻
19 de abril 1991
El día estaba más nublado de lo que había estado los días anteriores, hacía unas buenas semanas que no veía a las nubes moverse tan rápidamente entre sí. Chocaban unas con otras y los truenos que sonaban eran horríficos, como si un monstruo estuviese advirtiéndonos que bajaría de entre las nubes y nos destruiría a todos. Los rayos iluminaban el cielo y las nubes grises, aquellos rayos eran casi tan brillantes como los rayos blancos que salían de mis palmas en todas las direcciones, o esas pequeñas bolas de luz que formaba por las noches para no tener que dormir a oscuras, aunque a Aiden y Kylo les gustaba dormir a oscuras, ya se habían acostumbrado.
Aquel día, estábamos en la terraza de la vieja iglesia, esa que estaba al fondo de aquel callejón al que nadie quiera ir, esa misma que había sido abandonada años atrás porque un tipo se había metido y había asesinado a todos en el lugar porque su esposa pertenecía a un culto religioso que se reunía ahí mismo, y según él, ella ya no le prestaba la misma atención que antes por lo que, un día, entró y los asesinó a todos, su esposa incluida. Las autoridades no tardaron mucho en atraparlo y por supuesto, pasa sus últimos años tras las rejas, esa misma iglesia ahora estaba desolada y nos pertenecía a Aiden, Kylo y a mí.
Los tres estábamos observando el cielo.
—Parece que está a punto de desatarse una guerra —dice Aiden, metiéndose un cuadrito de chocolate a la boca.
Yo me rio. Detestaba los días lluviosos y los días oscuros, pero al menos los gemelos hacían esos días más placenteros.
—Ojalá mi poder fuera suficiente como para iluminar todo el cielo —hablo, con la cabeza hacia atrás, observando las terroríficas nubes.
—Por cierto —habla Kylo— bien hecho lo de hoy. Esos malditos policías no se atreverán a buscarnos otra vez.
—Sí ¡casi los dejas ciegos esta vez!
No debería sentirme orgullosa, pero lo estaba. Nosotros tres éramos los más buscados de toda la ciudad, nuestro rostro estaba pegado en panfletos por todos lados y todos nos buscaban. A nuestra corta edad, ya habíamos robado toda la comida habida y por haber, pero, no era que quisiéramos hacerlo, era que no nos quedaba de otra. Sin padres, sin familia y sin nada, solo éramos unos huérfanos que debían robar para vivir.
—No los iba a dejar ciegos de verdad —espeto— solo los asusté un poco —me encojo de hombros.
Aiden se carcajea.
La verdad era que, a veces no controlaba mi propio poder, desde que había descubierto que lo poseía, hacía tres años y medio atrás, cuando apenas era una niña de trece años encerrada en un orfanato, cuando no sabía que yo era una invocadora del sol, que el día era mi madre y el sol era mi padre, y que los rayos de este corrían por mis venas y salían por mis palmas cada vez que yo quería, desde entonces, utilizaba ese poder a mi favor cada que podía.
—Por cierto, ya empieza a anochecer —Aiden me mira— Golden ¿podrías...?
Levanto la mano izquierda y en un suave movimiento una bola de luz blanca brota de mi palma y flota sobre esta. Era de un blanco brillante y su sonido era como el de cristales chocando entre sí. Empujé suavemente la bola de luz para que flotase sobre nuestras cabezas y nos iluminase. Aiden se le quedó viendo, como un niño pequeño que veía por primera vez a las luciérnagas.
—¿Qué se siente? —preguntó, mirándome.
Yo volteo a verlo también.
—¿El qué?
—El ser especial.
Me rio.
—Diferente, querrás decir.
—No, especial —repite.
Los gemelos me miran.
Suspiro y bajo la mirada, mientras los rayos del cielo lo iluminan y el ambiente se torna oscuro. Recuerdo aquellos días en los que descubrí que no era un ser humano normal, que pertenecía a una raza que ahora estaba casi extinta, y que había dos razas más muy similares a la mía, recuerdo que incluso conocí a un hijo de la noche, esos que invocan la oscuridad con sus palmas y cuyos ojos son negros como la noche, desde entonces, nunca más conocí a nadie de ninguna de las tres especies, aunque busqué entre la multitud, nunca los encontré, no sabía en dónde estaba el resto de mi especie, no había visto a nadie con el color de mis ojos, no había visto a nadie con un rasgo característico de alguna de las tres razas. Yo solía creer que pasaría toda mi vida encerrada en un orfanato o peor aún, que moriría sola en las calles, pero entonces conocí a los gemelos Aiden y Kylo, y ellos se convirtieron en mi familia.
Yo ya no pensaba en aquellos años, no me gustaba recordar a las personas a quienes conocí... A quienes herí.
—¿No fue extraño? Cuando descubriste que podías invocar la luz del mismísimo sol, en ese orfanato.
—Cierto ¿Cómo fueron tus años en ese lugar? —preguntó Kylo.
En los tres años que llevábamos juntos, nunca les había contado realmente qué había pasado, ellos no sabían que yo no era una humana normal, que no era como ellos y mucho menos sabían que formaba parte de una especie que estaba casi extinta, lo único que sabían era cómo había huido cuando mi poder se había descontrolado y simplemente me había largado para nunca más mirar atrás.
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La hija del Sol (GOLDEN #1)
Teen FictionVeintiséis, Golden y Aurora. Esos son los nombres por los que se le conoce a la niña de ojos y cabello dorados como el oro, nacida el veintidós de junio de mil novecientos setenta y cinco. Una niña que fue abandonada a las afueras del orfanato Esqui...