El pavimento era de cemento, mientras pasábamos por un lugar lleno de tiendas por todos lados, con una enorme fuente blanca en medio y con personas cruzándonos por doquier. Se parecía al centro de la ciudad al que yo solía ir, en donde había mercaditos pequeños y personas vendiendo sus cosas.
—Esta es la plaza principal —me explica Aragon— aquí, se reúnen las cuatro especies. Es el único lugar de Peverell en donde todos se pueden reunir. Hay unos cuantos bares en esa zona —señala y yo observo con atención, con mis labios formando una enorme O, de lo sorprendida que estaba al ver todo aquello— también hay unos pequeños mercados en esa zona —señala— por allá hay algunas escuelas en donde enseñan a los niños a utilizar sus habilidades, solo hay dos escuelas en los que las tres especies estudian juntas, casi siempre cada comunidad tiene sus propias escuelas.
Todo en es aplaza era colorido, había casitas negras, otras blancas, y en su mayoría, eran verdes. Las personas pasaban por todos lados y yo observaba los ojos de todos. Algunos eran miel, sobre todo de aquellos que tenían la piel morena y el cabello en tonos dorados, estos, vestían con ropa en su mayoría, verde, con pequeñas hojas verdes decorando sus prendas, y algunos otros tenían ojos negros, y su piel era tan blanca como la leche, como si nunca antes hubieran salido bajo el sol, y su vestimenta era del mismo color de sus ojos.
Tenía el corazón a mil por segundo, no sabía a dónde mirar, aquello era un nuevo mundo, un mundo increíble y asombroso que yo siempre ansié con conocer.
No podía dejar de sonreír. Se escuchaba música de algunas partes, y yo giraba sobre mis talones observando todo aquello.
—¡Esto es increíble! —exclamé, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Este es tu mundo, Aurora. Y aún no has visto nada.
Lo miro, con esa sonrisa aún en mi rostro.
—Vamos.
Continuamos caminando, por la plaza, pasando por entre las personas y por entre esas mismas personas que llevaban el mismo traje de Aragon.
—¿Quiénes son? —le pregunto. Señalando con la cabeza a aquellos que llevaban el mismo traje de él.
—Son Atlas. Somos Atlas.
Frunzo el entrecejo.
—¿Qué es un Atlas?
—Somos los encargados de que las reglas se cumplan, y nos encargamos de encontrar a todo aquello que las rompa.
Básicamente, eran la policía del mundo de las especies.
—¿Y tú eres un Atlas, entonces?
—Soy el Atlas mayor. Me encargo de las misiones y de asignarlas.
Asiento. Todo parecía indicar que Aragon era un hombre respetado en Peverell.
Miro hacia el cielo unos segundos, y observo ese velo que parece cubrir toda la ciudad.
—¿Qué demonios es ese velo? —pregunto.
Aragon mira el cielo unos segundos y acto seguido, continúa mirando hacia el frente.
—Ese es un domo. Un domo creado hace más de cien años por los hijos del sol que acompañaban a Augustus Peverell. Fue creado para que nadie pueda ver la ciudad desde fuera, solo desde dentro.
Tenía sentido, era un velo similar al que había visto cuando Aragon dobló la luz en el callejón, evitando así que los policías nos vieran, y ese domo, evitaba que los de afuera, los vieran a ellos.
Continuamos caminando, y cuando finalmente, luego de unos cuarenta minutos y cuando por fin dejamos atrás la plaza, ingresamos a lo que parecía ser una pequeña comunidad, casi como una especie de pueblo, y aquello era muy diferente a la plaza que dejábamos atrás.
ESTÁS LEYENDO
La hija del Sol (GOLDEN #1)
Ficção AdolescenteVeintiséis, Golden y Aurora. Esos son los nombres por los que se le conoce a la niña de ojos y cabello dorados como el oro, nacida el veintidós de junio de mil novecientos setenta y cinco. Una niña que fue abandonada a las afueras del orfanato Esqui...