Parte 39

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Nocturnos

Se nos asignaron habitaciones en las cuales pudimos descansar unas cuantas horas, estábamos exhaustos. Me levanté de la cama, caminé por entre dos pasillos, buscando la habitación de Helix, quería hablar con él, quería que me dijera que todo aquello estaría bien.
Entonces, escucho su voz junto con la de Venus.
Sigo las voces y me hago junto a una habitación, procurando que nadie me vea. No podía esconderme bajo un rayo de luz, porque en ese lugar no entraba la luz, todo lo que había, eran sombras.
—Puedes quedarte el tiempo que desees —dice Venus.
Helix suelta una risa tímida.
—Debo ir con Golden.
Ella chasquea la lengua.
—Sabes que no es tu obligación. Tu vida no debe correr riesgo por... Una Diurna.
Aprieto los puños. De no ser la jodida hija del gobernador, ya le habría quemado los ojos.
—No puedo dejarla.
Venus suspira.
—Sabes que eres bienvenido aquí cuando quieras, Helix.
No logro escuchar la respuesta de Helix.
Entonces, me inclino un poco hacia delante, intentando verlos a los dos, y lo único que logro ver, es a Venus cerca de Helix, tan cerca, que solo el frío viento los separa.
—Regresarás —habla ella, casi en un susurro— la sangre llama a la sangre.
Frunzo el entrecejo ¿Qué quería decir?
Me voy del lugar, y regreso rápido a mi habitación.
La sangre llama a la sangre, lo mismo me había dicho Aragon varios días atrás.

༺༻

No podíamos quedarnos mucho más, con cada minuto que pasaba, poníamos en riesgo a la comunidad. Al gobernador ya le había llegado la carta de una comunidad ubicada en España, en donde daban lugar la reunión con la que se decidiría qué hacer con Peverell, y en donde se hablaría de todo lo sucedido hasta ahora. La bomba estaba por explotar.
Me había lavado los dientes y me había mojado el rostro con tanta agua como fuera posible. Todo aquello parecía una pesadilla. No quería ser la Elegida, no quería ser la descendiente de Heliox, no quería estar en ese lugar, quería que todo volviera a ser como era... Quería ir a casa, aunque ya no tuviera una a la cual regresar.
Empacaba algunas municiones mientras mi mente era todo un lío. Tenía miedo, pero estaba decidida, necesitaba llegar al fondo de todo aquello, necesitaba detener a Aragon... No sin antes hablar con él.
En eso, alguien toca la puerta de la habitación que se me había asignado. Giro la cabeza y veo a Helix de pie junto a la puerta, con el cabello mojado y los mechones rebeldes cayendo en su frente.
—¿Puedo pasar?
Levanto la ceja.
—Creí que estabas con Venus.
Parece sorprendido.
—¿Nos viste?
—Los escuché. Claramente quiere que te quedes.
Helix entra a la habitación.
—Entonces escuchaste mi respuesta. No pienso quedarme.
—Tal vez deberías hacerlo.
—Te dije que iría contigo, y eso haré.
Lo miro.
—Venus tiene razón, no es tu responsabilidad. Puedes quedarte, a salvo.
Se acerca a mí.
—No pienso irme de tu lado, no a menos que lo quieras de verdad. ¿Acaso es eso lo que quieres?
No podía mentirle, quería que fuera conmigo, quería nos acompañase a Salem y a mí, quería tenerlo a mi lado, pero tal vez Venus tenía razón, él pertenecía a ese lugar, se le veía bastante cómodo ahí... Bastante cómodo junto a ella.
Me encojo de hombros.
—Haz lo que desees.
Suspira.
—Sabes que no ocurre nada entre ella y yo.
—¿Pudiste hablar con tus padres? —cambio el tema tan rápido como puedo, sin mirarlo, aunque siento sus ojos sobre mí.
—No, supongo que están encerrados en Peverell.
—Lo lamento, lamento todo esto, lamento haberte involucrado, a ti y a Salem.
—No me involucraste. Te prometí que no te dejaría sola, no de nuevo.
Levanto la mirada, y mis ojos dorados se encuentran con sus ojos negros.
—Tengo miedo, Helix —susurro.
Entonces, Helix camina hacia mí y me toma por los hombros.
—Estaré contigo, Golden. No permitiré que te hagan daño.
Los ojos se me cristalizan. No quería que le sucediera nada a Helix, no podría perdonármelo.
Entonces, Helix me atrae hacia él, y mi rostro queda justo debajo de su mentón. Lo abrazo fuertemente.
—No me dejes sola —susurro, mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas.
Helix pega su mentón en mi cabello.
—Jamás —susurra de regreso.
Nos despegamos unos centímetros el uno del otro, sin dejar de abrazarnos. De nuevo, nuestras miradas se cruzan, y esta vez, ninguno de los dos la aparta.
Quita una mano de mi cintura y la coloca sobre mi barbilla. Sus dedos están fríos como la nieve. Y cuando sus labios se acercaban a los míos. Venus llega y se aclara la garganta. Helix la mira por encima de mí y ambos nos separamos.
No voy a negarlo, esa chica comenzaba a irritarme.
—Lamento interrumpir su velada, pero, ya es hora —le da una última mirada a Helix. Él la desvía.
Los tres salimos de la habitación, nos encontramos con Salem y los cuatro atravesamos los pasillos, cruzándonos con los Atlas, hasta llegar a la oficina del Gobernador, en donde este estaba con el consejo.
—¿Están listos? —pregunta él, con el rostro serio.
Asiento.
—Acompáñenme.
Lo seguimos a él y al consejo al segundo piso de la oficina y este me recuerda a la oficina de Isolde, con esa biblioteca tan particular. ¿Qué estaría ocurriendo en Peverell ahora mismo?
El gobernador toma un libro de cuero y lo mueve suavemente, haciendo que la biblioteca se abra por la mitad, y dentro, no hay más que una habitación oscura con un espejo de oro que brilla entre la oscuridad cual farol.
Todos entramos lentamente, como si el suelo fuera de cristal. Nos paramos delante del majestuoso espejo. Estaba hecho de oro en su totalidad y tenía pequeñas gemas rojas por su alrededor. Era precioso, la cosa más bella que había visto jamás.
Todos estábamos boquiabiertos.
—Es una lástima que este espejo no se utilice hace más de cien años —se acercó el gobernador, y lo acarició tal delicadamente como si este fuera un tesoro.
Entonces, el Gobernador saca del bolsillo de su túnica negra, un pañuelo negro con semillas Ekilore dentro, y me las entrega. Trago saliva. Ya es hora.
—Antes de que se vayan. Olvidé decirles que Ciudad Dorada se encuentra oculta bajo un doblez de luz.
—¿Qué haremos entonces? ¿Cómo llegaremos si no podemos verla?
—Sólo una Hija del sol puede desdoblar la luz.
Había doblado y desdoblado la luz en varias ocasiones, para jamás lo había hecho con una ciudad entera, no se me había cruzado por la mente, y ahora resultaba que debía hacerlo en cuanto llegáramos.
—¿Podrás hacerlo? —pregunta una anciana.
No respondo. ¿Cómo demonios iba a hacer aparecer una ciudad entera?
—¿Podrás hacerlo, sí o no?
Todos esperaban mi respuesta.
—Ella lo hará —Salem coloca una mano sobre mi hombro.
Intento sonreír.
—Confiamos en ti, Aurora —me dice el gobernador— confiamos en ti.
Trago saliva y asiento con la cabeza. Envuelvo las semillas Ekilore en una esfera de luz blanca que brota de mi mano y esta flota sobre mí con las semillas dentro.
Con el corazón en la garganta y las manos temblorosas, me dirijo al espejo.
—Llévanos a Ciudad Dorada —le ordeno, y acto seguido la esfera de luz atraviesa el espejo.
—Buena suerte —hablan el Gobernador y Venus al mismo tiempo.
Mi corazón latía tan rápido que podía escucharlo como si estuviera fuera de mi pecho. No sabía cómo íbamos a hacerlo, no sabía cómo íbamos a lograrlo, pero estábamos demasiado cerca como para retroceder, ya no había vuelta atrás.
—Una última cosa, Aurora.
Miro al Gobernador.
—Cuando llegues, no olvides buscar la biblioteca dorada, y aunque, claramente te sentirás conectada con la ciudad, no permitas que el paisaje fúnebre te atraiga.
Asiento. Ciudad dorada había sido una gran ciudad repleta de hijos del sol. Ir allá sería como ir al cementerio de todos aquellos Diurnos que fallecieron en la guerra.
Los dedos fríos de Helix se juntan con los míos, y se entrelazan por entre estos.
Salem toma una bocanada de aire. Sostengo su mano una vez más. Y los tres, entramos al espejo de oro.

La hija del Sol (GOLDEN #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora