Parte 38

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12
El Valle de Selene

Esta vez, atravesamos el espejo y caímos de pie, con nuestras nuevas prendas obsequiadas directamente por la pareja gobernadora, y con el bolsito de piel de Salem lleno de frutas y semillas Ekilore. Estábamos listos para lo que se avecinaba, o al menos eso queríamos creer.
Lo primero que sentí fue el viento golpeando fuerte sobre mi rostro. Mi cabello volaba en compás de las hojas de los árboles, que se mecían de un lado al otro en un baile sin fin.
—¡Maldito frío del demonio! —exclamó Salem, mientras se abrazaba a sí misma. Los Crepusculares estaban acostumbrados al calor, no al frío.
—¿Dónde estamos? —miré a mi alrededor, y lo único que había, era neblina frente a nosotros, pero aquella no era una neblina normal.
La reconocí en cuanto la vi, aquella neblina negra y tenue, que se veía tan tenebrosa que ningún ser humano con sentido común se atrevería a cruzarla, eran nubes oscuras, nubes creadas por los hijos de la noche. Y aquel, era el ambiente perfecto para una comunidad de dicha especie; tenue y oscuro, como ellos.
—¡¿Dónde está el Valle?! —cuestionó Salem, entre gritos, pues el viento soplaba tan fuerte que casi no podíamos escuchar.
—¡Detrás de las nubes! —señaló Helix.
Entonces, recordé las dos veces en las que las nubes oscuras me afectaron. Cuando el círculo estuvo a punto de asesinarme en dos ocasiones.
—¡¿Cómo se supone que Salem y yo cruzaremos sin volvernos totalmente dementes?!
Y entonces, de entre la tiniebla oscura, una figura salió de entre las nubes. Era la figura de una mujer, y aquella caminaba de tal manera que su delicadeza y elegancia eran hipnotizantes.
La mujer salió, y para mi sorpresa, era una joven, de no más de veinticinco años, claramente se veía un poco mayor que nosotros. Se detuvo frente a mí, sin mediar palabra nos observó a uno por uno de pies a cabeza, y su mirada se detuvo en Helix. Él la miró fijamente, sin parpadear, sin vacilar.
Fruncí el entrecejo.
—¿Quién eres? —cuestioné sin titubeos, al ver que no apartaba la vista de Helix.
La mujer me miró.
Su piel era morena, pero aún así, la palidez era notable. Tenía los labios rojos y las mejillas un poco rosadas, seguramente por el frío. Tenía el cabello tan negro como el carbón y este le caía sobre la cintura. Vestía un vestido negro hasta los tobillos y un enorme abrigo de piel.
—Hola, hija del sol —respondió, con la voz tan clara como el agua— mi nombre es Venus.
No respondí. Sus ojos negros penetraron sobre los míos, como si pudiera leer mi mente, como si pudiera leer mi alma. Y una leve y lóbrega sonrisa se posó en su rostro. Y pese a la dulzura de su rostro, su sonrisa me transmitió peligro.
—Soy Aurora —reaccioné por fin. Y Helix y Salem me voltearon a ver, sorprendidos, de que, por primera vez, me presentaba ante alguien con mi verdadero nombre.
—Bienvenidos, Aurora de Olimpo, Salem Souza, y... Bienvenido, Helix —le sonrió, formando un hoyuelo en su mejilla derecha.
Fruncí el entrecejo. No miré a Helix, pero estaba segura de que tenía la vista puesta en Venus.
—Lihuén y Aitor nos escribieron, nos avisaron de su llegada. De la llegada de la elegida —fijó la vista en mí, de nuevo.
—¿Y bien?
—Y bien, pues, los estábamos esperando.
Dicho esto último, Venus se voltea, dándonos la espalda, en dirección a las nubes negras. Levanta ambos brazos y sus manos se dirigen hacia las nubes. Entonces, con las manos bien abiertas, obliga a las nubes a apartarse, creando así, un camino despejado, y a través de este camino, se deslumbraba una ciudad al final.
Venus se gira de regreso a nosotros.
—Bienvenidos sean, al Valle de Selene.
La neblina se despejó cuando las manos de Venus se lo ordenaron, como si esta fuera una esclava de la muchacha, como si esta siguiera sus órdenes cuan esclavo ante su amo, y lo que vi tras la neblina me dejó boquiabierta.
Se alcazaba a ver un castillo a lo alto, y este era el más grande que había visto jamás, negro en su totalidad y con varios picos en el, terminando en un enorme pico que parecía que llegaba hasta el cielo.
—El valle de Selene... —escuché susurrar a Helix.
Y entonces, el enorme arado negro que protegía la ciudad, se abrió, dejando ver así las primeras calles de esta.
—Síganme —Venus se puso en marcha y detrás de ella, sin dudarlo ni un segundo, caminó Helix.
Me lo quedé viendo, extrañada. Miré a Salem, preocupada y ella me devolvió la mirada.
—¿Nos acompañan? —nos preguntó Venus.
Asenté con la cabeza, y las dos fuimos tras de ella.
Nos adentramos en lo que era una de las tantas comunidades de Nocturnos, y estos no nos dieron precisamente una grata bienvenida.
Las casas terminaban en pico en la punta y casi parecía que las habían construido para estar más cerca del cielo. Todas ellas eran negras o de un gris oscuro intenso, como si estuviesen puestas ahí para aparentar una ciudad gótica. La neblina cubría la mayor parte de los picos, pero las calles de piedra gris quedaron abiertas a nuestro paso.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral cuando todos los Nocturnos se alejaban a medida que caminábamos. Todos con la vista fija en mi, todos con la piel tan blanca como la leche, y los ojos y el cabello negros como si de carbón se tratase. Casi parecía que me miraban con asco.
Helix caminaba junto a Venus. Frunzo el ceño, parecía que lo tenía como hipnotizado.
Salem se acercó más a mí.
—¿Estás bien? —susurró, al ver todas las miradas de los nocturnos fijas en mí, mientras caminábamos hacia el castillo negro que se veía a lo lejos.
—Estoy bien —respondo entre dientes, intentando ocultar que aquellas miradas me intimidaban.
Entonces, en un instante, Venus gira la cabeza levemente hacia mí, sin dejar de caminar tan elegante como si desfilase.
—Me disculpo por todas las miradas —menciona— nunca ha venido una Diurna por aquí.
Y no me sorprendía, por la manera en que me miraban, parecía que era un animal atrapado en un circo, un animal al que todo el mundo quería acercarse, pero no lo hacían, por miedo, o por asco.
—Ya sabes —continúa— como ya no quedan muchos de ustedes... Es bastante raro que venga uno de tu especie por aquí.
¿Acaso lo hacía para intimidarme? ¿O para molestarme? Porque lo estaba logrando, lo segundo, por supuesto.
—Oh, tranquila, lo tengo bastante claro. Desde que ustedes nos masacraron, ya no quedan muchos de nosotros por ahí.
Me miró de reojo, y por encima de su hombro noté una sonrisa cínica, como si disfrutase aquel espectáculo.
Helix no dejó de mirarme durante todo el camino, pregúntame «¿estás bien?» con cada paso, con cada mirada y con cada dedo apuntando hacia mí. Al parecer, Venus no le permitía alejarse de su lado, con el brazo puesto alrededor de él de Helix. El corazón me latía tan rápido que parecía que estabas punto de salirse de mi pecho. Las mejillas se me hubieran calentado, de no ser por el frío arrasador que hacía en aquella comunidad.
Entonces, varios minutos después, por fin, habíamos llegado a lo que era la Gobernación de la ciudad de Venus.
Me la quedé viendo con admiración, aquel, era un castillo grande y sombrío, como sacando de un libro de Drácula, con cuatro torres negras que lo rodeaban y cada una era más alta que la otra, de un color tan negro, que casi parecía que no podía existir un color tan oscuro.
Salem, Helix y yo, lo miramos, boquiabiertos. Venus sonrió orgullosa.
—Bienvenidos sean, a la gobernación.
Y entonces, los cinco Atlas que estaban parados en la gigantesca puerta, vestidos con el traje típico de los Atlas, excepto, que este no era ni blanco ni verde, era totalmente negro, con una gema roja en el centro del cuello, se hicieron a un lado, sin siquiera vernos, sin siquiera parpadear con aquellos ojos intensos.
La puerta se abrió lentamente.
Las manos me sudaban, quería que Helix me abrazara, que me tomara de la mano y me dijera que todo estaría bien, que aquello no era nada espeluznante.
Tomé una bocanada de aire. Y sentí alivio cuando Salem me tomó de la mano fuertemente. Nos miramos la una a la otra y ella susurró «Estaremos bien». Le sonreí, agradecida.
Las puertas se abrieron y tras ellas los Atlas aparecieron como si de murciélagos se tratase, y en el centro, con un rostro fino, serio y blanco como la nieve, había un hombre, con una barba espesa, no muy mayor, vestido con un traje negro tan largo que casi parecía un vestido. Sus ojos negros se fijaron en mí, y la comisura de sus labios se levantó. Venus se posó a su lado, orgullosa.
¿Por qué los Hijos de la noche siempre me intimidaban?
—Llevo un buen rato esperando por ustedes —escupió con voz gruesa y profunda.
Parpadeé.
Helix, Salem y yo, nos miramos entre nosotros.
—Lamentamos haberlo hecho esperar —me disculpo, sin apartar la mirada de sus ojos oscuros.
Él me sonríe. Dirige su mirada a Helix.
—Bienvenido, Hijo de la noche. Bienvenida, Híbrida —finalmente, me mira una vez más— y bienvenida, Aurora.
Me toma por sorpresa. Trago saliva.
—¿Cómo es que me conoce?
—Querida, en menos de veinticuatro horas, te has convertido en la Hija del sol más buscada.
Joder, entonces sí estaban buscándome.
—Me presento, queridos hijos. Mi nombre es Regulus —extiende los brazos, cuan presentación— Gobernador de la Villa de Selene, y descendiente directo de Nyx. Ya conocieron a mi hija —señala a Venus, y esta sonríe sin mostrar los dientes— y bien, pues, vamos directo al grano. Los gobernadores del Edén me enviaron una carta —saca el papel amarillento de detrás de su espalda y nos lo enseña— al parecer, Aurora, tu tío, la mano derecha de Isolde, enloqueció, la asesinó y huyó.
No pude haberlo dicho mejor.
—Aragon trama algo —habla Helix— pensamos que, puede ser... —hace una pausa, al ver la cantidad de Atlas que lo observan— Peligroso.
El Gobernador asiente.
—Acompáñenme.
Venus y el gobernador dan media vuelta y comienzan a caminar. Nosotros tres los seguimos por los largos pasillos, por sobre el suelo negro de mármol y las pareces grises de piedra, cruzándonos con varios Atlas mientras caminábamos. Aquella gobernación era diferente a las que ya conocía. Esta era elegante, con objetos de oro puro por doquier, como si el Gobernador tuviera todo el dinero del mundo para despilfarrar con tal libertad. Y aquello me sorprendió.
—Los Nocturnos son bastante ostentosos —me susurra Salem.
Y así era, parecía que les gustaba llamar la atención, no querían pasar desapercibidos, y eso se notaba en su arquitectura, podía ver por entre las ventanas los cientos de casas negras por todo el alrededor, con esos enormes picos como si fueran pequeñas iglesias.
Llegamos a su oficina, y en ella había solo un escritorio de un marrón oscuro, y a su alrededor, ya estaba reunido lo que, supuse, era el consejo de la comunidad. Tres ancianos, y tres ancianas, con rasgos tan similares que parecían hermanos.
Nos presentamos, casi me pareció que aquellos ancianos se sorprendieron al ver a una Hija del sol, como si nunca antes hubieran visto a una.
No había notado que, sobre la mesa, había todo un festín; frutas, cordero, vino y tanta comida como nunca antes había visto en mi vida. Parpadeé rápido, no había comido nada más que fruta. El estómago me comenzaba a gruñir.
El gobernador se sienta a la Mesa en la mitad de los seis ancianos. Venus se sienta junto a él.
—Siéntense, por favor.
Obedecemos. Todo ahí olía y se veía delicioso. En eso, llegan dos nocturnos, con unas pequeñas nubes negras en las manos, y sobre estas, platos blancos que dejaron frente a cada uno de nosotros.
Estaba confundida ¿a que se debía semejante festín?
—¿Qué está pasando? ¿Por qué todo esto? —pregunto sin dudar.
Las miradas se dirigen a mí.
—No me gusta dejar hambrientos a mis invitados —responde el gobernador, con una sonrisa casi igual de cínica que la de su hija, mientras se coloca una servilleta en las piernas— por favor, coman.
Entonces, miro a Venus, quien le dedica una mirada intensa a Helix. Lo miro de reojo, él desvía la mirada de ella y sus orejas se colocan rosadas.
Frunzo el entrecejo. ¿Acaso estaba nervioso?
Entonces, el consejo, que todavía no había hablado, comienza a comer. El gobernador y Venus los siguen.
¿Qué demonios? ¿Por qué actuaban con tanta normalidad? Comenzaba a desesperarme. Salem, Helix y yo nos miramos, confundidos, ninguno había tocado la comida que se nos había servido.
La poca paciencia que tenía, se me comenzaba a acabar.
—Con todo respeto, señor —interrumpo su preciada comida— creo que no tenemos tiempo para esto.
Entonces, todos los Nocturnos me miran.
—No deben ir a la guerra con el estómago vacío.
—¿Guerra? —repitió Salem, con el ceño bien fruncido.
—Una guerra es lo que se avecina, Salem.
—¿Cómo sabe eso, Gobernador? —interrumpe Helix.
—Es eso lo que Aragon busca, hijos míos.
La respiración se me acelera.
—¿Cómo puede usted saber eso? —escupo sin titubear.
El gobernador sonríe.
—Aragon siempre detestó a los Hijos de la noche. Sea lo que se traiga entre manos, seguramente será algo que nos afecte a nosotros, y, por ende, también a los Crepusculares.
Por fin, una de las ancianas del consejo, habla.
—Podrán explicarnos todo a detalle al finalizar la cena.
Y dicho esto, todos vuelven a comer.
Joder. Este hombre no podía simplemente decir que estábamos al borde de una guerra y luego regresar a comer como si nada estuviera pasando. Pero, a decir verdad, las tripas me sonaban tan fuerte que estaba segura de que ya todos las habían escuchado. Así que, sin más remedio, me dispuse a comer, y los sabores eran como un deleite para mis papilas. Si tan solo Kylo y Aiden pudieran ver todo esto.

Les expliqué a detalle lo que había ocurrido, desde que había llegado a Peverell, hasta el último minuto que había estado en el lugar. Desde todo lo que me había dicho Aragon, hasta lo que había hecho con Isolde. Y me estremecí al recordar su cuerpo inerte en mis brazos, y aún más, al pensar que Aragon lo había hecho. Aún no podía comprender, aún no quería entender.

Al terminar mi historia, el gobernador se ríe.

—¿Qué demonios es tan gracioso? —se irrita Salem.

—Todo parece indicar, que Aragon tiene sed de sangre.

Trago saliva y aprieto los puños sobre la mesa. Los mechones dorados caían en mi rostro con el viento frío que entraba por el ventanal.

—¿A qué se refiere?

—Si deseas cruzar el espejo, para llegar a Ciudad Dorada, deberás hacerlo antes de que Aragon llegue allá primero.

—¿Cómo sería eso posible? —pregunta Helix, inclinándose hacia delante sobre su asiento— El Valle de Selene es la única comunidad que aún guarda un espejo para ir a Ciudad Dorada.

—Es cierto, Helix —habló un anciano— pero, dado que Aragon nunca pediría la ayuda de un Nocturno, seguramente ya se las arregló para encontrar la manera de llegar, y dado que, Isolde está muerta, no hay nadie que se lo impida.

No podía creer aquello, la naturalidad con la que lo decían ¿acaso no les importaba?

—¿Cómo es posible que nadie haga nada? —mi rostro era una combinación de rabia y decepción.

—Cada gobernador se encarga de su propia comunidad —me contesta Venus, con tal frialdad que me hiela la sangre.

—Pero —interrumpe el Gobernador— dado que la vida de las especies está en peligro, te adelanto que habrá una reunión con los gobernarse de las comunidades del continente, para determinar quién se hará cargo de Peverell.

—¿Detendrán a Aragon?

—Lamento que es mucho más complicado que eso, Aurora. Te haremos tiempo, Aurora, tanto como podamos. Pero siendo tú una de las pocas Hijas del sol, y siendo la más cercana a Aragon, y seguramente la elegida, solo tú podrías detenerlo.

—Y si es necesario —habló otra anciana— las comunidades iremos a la guerra contigo, Diurna.

Sentía la presión en el pecho. Casi había olvidado todo el tema de la elegida y de la gota de sol. Al parecer, todos lo sabían.

—Nada de esto parece justo, Aurora. Pero, si encuentran el Sendero, entonces todo cambiará.

—¿Cree usted que el Sendero es real, Gobernador?

Los ancianos del consejo se miran entre ellos, pero el Gobernador tiene la mirada puesta en mí.

—Ciertamente, creo que lo es.

—Si el Sendero es real, entonces lo encontraré y descubriré la verdad.

La hija del Sol (GOLDEN #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora