Parte 8

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Teníamos trece y catorce años la última vez que fuimos juntos a la pradera. Ese día, la neblina cubría las lejanas montañas y nuestra vista se empañaba con ella también, el frío nos abrazaba y el viento soplaba como si estuviese gritando, pero aún y con el clima en su contra, mi tradición con Helix debía continuar. Los dos estábamos tirados en el césped, mientras este bailaba en sintonía con el viento y los pétalos de las flores salían volando en todas direcciones, mientras que los dientes de león golpeaban una y otra vez mi rostro y yo los espantaba con la mano como si de pequeños mosquitos se tratasen.

—¡Detesto este clima! —me quejo, espantando a los dientes de león.

Helix se burla.

—¡Yo lo amo! —sonríe.

—Claro, porque tus habilidades crecen —me rodeo a mí misma con los brazos, abrazándome y dándome calor.

Helix gira la cabeza en mi dirección y me observa.

—Algún día, cuando nos vayamos de ese maldito orfanato, viviremos en un lugar en el que haya frío para mí, y calor para ti.

—¿Y dónde será eso? —pregunto, curiosa.

Helix lo piensa y finalmente se encoge de hombros, haciendo que varias flores le acaricien la mejilla.

—No lo sé, pero sea donde sea, estaremos juntos —sonríe, y yo le sonrío de regreso.

—¡Más te vale que salga el sol en ese lugar! —lo golpeo entre las costillas y Helix ríe.

—Venimos aquí todos los días... No podemos dejar de hacerlo. Es nuestro lugar.

Yo lo miro también, tengo las mejillas rosadas por el frío, mientras que Helix tiene las orejas rojas como si de un tomate se tratase. Me gustaba como la blanca piel de Helix nunca cambiaba de color, ni siquiera con el clima más frío, su aterciopelada y pálida piel se mantenía igual. Entonces, por primera vez en aquellos cuatro años juntos, Helix toma mi mano de una manera diferente, entrelazando sus dedos con los míos, y él gira su cabeza para verme, yo hago lo mismo y su mirada choca contra la mía. Siempre había adorado sus ojos negros, aquellos ojos que me habían visto y que habían visto algo más en mí, y aunque, en cuatro años nunca más había podido invocar la luz solar, y a pesar de eso, él seguía creyendo en mí.

—Algún día, saldremos de este lugar —susurra— y solo seremos tú y yo, Golden.

Las manos me sudaban y sentía que el corazón se me acelera y últimamente me pasaba más seguido cuando estaba a su lado, sentía que tenía pequeñas mariposas revoloteando en el estómago, pero a tan corta edad, no sabía qué sentimiento era ese.

—Sólo tú y yo, Helix —repito, sin dejar de mirarlo a los ojos.

Él me sonríe, y entonces, el frío me hace entrar en razón una vez más—¡Este frío va a matarme!

Helix se ríe, suelta mi mano y se levanta del césped.

—Nunca dejaría que eso te pase —de nuevo, estira su mano hacia mí, y yo la tomo, la mano que significaba para mí calidez y cariño. Como él.

༺༻

Dos días después, Helix y yo estábamos lavando los trastes y él decía que quería que su cumpleaños llegara rápidamente, pues quería ver que le iba a regalar, mientras yo me carcajeaba echando la cabeza hacia atrás y hacia delante una y otra vez, diciéndole que no podría adivinar lo que tenía para él, mientras Alberta, quien para ese entonces andaba ya con bastón, estaba sentada leyendo el periódico y regañándonos porque no limpiábamos como debía ser.

La hija del Sol (GOLDEN #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora