Nos asignaron habitaciones separadas para dormir, todas estaban ubicadas en pasillos diferentes. La pareja gobernadora, cuyos nombres eran Lihuén y Aitor respectivamente, les habían dado órdenes a los Atlas de dejarnos caminar por la gobernación libremente, por supuesto, no podíamos entrar a ninguna oficina, y a decir verdad, no nos habían dado permiso de salir a los jardines, puesto que nuestra estadía ya había causado bastante alboroto.
Eran las tres de la mañana y desde la ventana de la habitación que se me había asignado se veían los cientos de estrellas en el cielo, se veían más en El Edén que en Peverell, tal vez porque el primero estaba justo en mitad del Amazonas. Pero nunca vi tantas estrellas en mi vida, ni sabía que era posible que existieran tantas.
Habíamos comido tanto como habíamos podido, como en El Edén no comían de la misma manera en la que lo hacíamos los demás, prácticamente solo tenían frutas, pero eso era suficiente para nosotros, al menos para Helix y para mí, porque Salem se había alimentado de varias de las flores que le habían dado.
Pero para la madrugada, yo aún no había podido descansar ni un poco, cuando lo intentaba, solo podía pensar en Isolde, en cómo había muerto en mis brazos, en su sangre corriendo por todo el suelo... Y en Aragon. Me había tratado como a una hija, me había buscado, me había protegido y me había enseñado, y yo había confiado en él, pero tal parecía que yo había sido solo un peón en su ajedrez. El Círculo tenía razón, ser la elegida sería mi perdición... A menos que no lo fuera, a menos que, Lihuén tuviera razón, y hubiera alguien más en el Sendero que cumpliera con las características para ser el dicho elegido.
La cabeza me comenzaba a doler.
Me levanto de la cama y chasqueo los dedos, haciendo que mi mano se ilumine como una lámpara. Camino despacio hacia la puerta y la abro.
Doy un brinco cuando veo al Atlas parado junto a esta. Un chico de no más de veinte años, de piel morena y ojos miel, vestido con el característico traje Atlas.
—¡Que susto me diste! —le digo en un susurro, con la mano en el pecho.
—Lo siento, señorita Aurora. La pareja gobernadora me ordenó cuidar su habitación esta noche.
Asiento, aunque estuve a un poco de que me diera un infarto del susto.
Entonces, noto que el Atlas se queda viendo mi mano, la cual brilla e ilumina todo el pasillo.
—Nunca conocí a una hija del sol antes.
Sonrío. El Atlas me mira.
—Y nunca vi ojos dorados como los suyos.
—Y yo nunca vi unos ojos como los de los Crepusculares.
Sonríe de regreso, y sus mejillas trigueñas se enrojecen.
—Iré a caminar —le digo al Atlas.
—¿Necesita que la acompañe, señorita Aurora?
Arrugo la nariz y niego con la cabeza.
—No, volveré en unos minutos.
Él asienta. Me doy media vuelta y comienzo a caminar. Esta gobernación era bastante pequeña, me gustaba más así, era más acogedora que la gobernación de Peverell.
Camino por los cortos pasillos, pensando en cómo demonios encontraríamos el camino al Sendero.
Todo era demasiado confuso ahora mismo. Tal vez lo mejor sería que en ese dichoso Sendero, hubiera otro hijo del sol con las cualidades para ser el "Elegido" porque yo no quería serlo. No quería cargar con ese peso sobre mis hombros. ¿Por qué las cosas no podían ser normales?
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La hija del Sol (GOLDEN #1)
Novela JuvenilVeintiséis, Golden y Aurora. Esos son los nombres por los que se le conoce a la niña de ojos y cabello dorados como el oro, nacida el veintidós de junio de mil novecientos setenta y cinco. Una niña que fue abandonada a las afueras del orfanato Esqui...