Parte 31

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10

La mentira perfecta



No iba a negarlo, con el sol cayendo y los rayos anaranjados golpeando sobre nosotros, mis manos temblaban y mi corazón latía fuerte. ¿Qué ocurriría si nos descubrían? ¿Qué pasaría con Helix y Salem? Helix sólo quería ayudar, haría lo que fuera por ayudarme, y Salem quería vengarse tanto como pudiera de la asquerosa gobernación que tenía esclavizada a su familia entera.

—No podemos entrar sin ser vistos —hablé, mientras Helix y Salem se preparaban— y claramente no podemos dejar que nos vean.

—Golden tiene razón —me apoya Salem— si nos descubren, estamos acabados.

Entonces, Helix se levanta de la silla de madera y sonríe.

—Tengo un plan.

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Salem tomó uno de los espejos transportadores que estaban regados por todo el ante jardín. Había centenares de espejos, algunos en árboles, otros tirados en el césped, y otros de pie contra la pared. Salem tomó un espejo de madera café que se entrelazada formando una gruesa trenza, como si alguien hubiese tomado las ramas de ese árbol y las hubiese entrelazado con sumo amor y cuidado. Este espejo media un metro ochenta aproximadamente y de no ser porque estaba en casa de los Souza, parecería un espejo cualquiera.

Salem lo recostó contra el árbol en donde estaba la hamaca.

—Este espejo nos llevará directo a la gobernación —lo coloca con cuidado— no nos dejará en la oficina de Isolde, no hay ningún espejo que nos deje ahí, pero nos acercará bastante, nos dejará en el mismo pasillo, seguramente.

Asiento. Intentaba parecer lo más tranquila posible, aunque mi corazón latía aceleradamente.

No teníamos armas, no teníamos nada, íbamos vestidos con las mismas prendas con las que llegamos, éramos solo unos jóvenes en busca de la verdad.

Entonces, Salem toma las pequeñas y redondas semillas Ekilore, estas ponían a funcionar los espejos transportadores, sus ancestros habían creado así a los espejos, para que, ningún humano normal, o terrenales, como se les llamaba, pudieran utilizarlo, pues las semillas Ekilore solo funcionaban si se les activaba utilizando un poco de la habilidad de la especie a la que perteneciera el portador.

Salem tomó una de las flores rosadas que sobresalía sobre el césped, colocó las semillas ekilore dentro de esta y acto seguido, la flor se cerró, formando un capullo, con las semillas dentro.

—Es hora —anunció Salem, lanzando la flor rosada hacia el espejo, con este tragándosela como si de un bocadillo se tratase. Salem da dos pasos hacia atrás— llévanos a la oficina de la Gobernadora Isolde —le ordenó al espejo.

Sentía que estaba a punto de desmoronarme. No podía creer que estábamos a punto de infiltrarnos en la gobernación.

Entonces, de repente, siento la mano frida de Helix, entrelazando sus dedos con los míos.

Tomo aire. Los tres, entramos al espejo.

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La hija del Sol (GOLDEN #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora