El hilo rojo del destino

2.7K 333 192
                                    

Al día siguiente, Izuku se levantó a las seis y media de la mañana para entrenar. Se vistió con algo cómodo y bajó a la cocina a tomar algo ligero antes de hacer ejercicio. El frigorífico seguía vacío, pero por suerte había traído de su casa algunas frutas y galletas que de otra manera se hubieran puesto malas. Salió al jardín a realizar los estiramientos y calentamientos previos y respiró el aire puro del campo. Estaba de buen humor: el sol incidía en su piel, hacía una temperatura agradable, había dormido muy bien en aquella cómoda cama..., pero sobre todo, la noche anterior se lo había pasado sorprendentemente bien.

Durante la cena, Kacchan se había relajado y sus respuestas sido un poco menos groseras. A medida que comían el delicioso katsudon y bebían el sake, los comentarios del rubio se habían vuelto más bromistas e Izuku había notado un cambio en la forma de dirigirse a él. Posiblemente solo necesitaba descargar toda la tensión acumulada después de estar dos semanas y media bajo vigilancia. Él también se alegraba de haber salido de su confinamiento y de tener alguien con quien hablar.

—Así que eres de los que se levantan con energía —gruñó una voz a su espalda.

Katsuki se acababa de levantar. Llevaba una camiseta de tirantas y unos pantalones de pijama. Tenía los ojos entrecerrados y una expresión de cansancio.

—¡Buenos días, Kacchan! —contestó Izuku—. Tú, sin embargo, no pareces muy animado de buena mañana.

—Soy un ser nocturno —contestó—. Solo los idiotas cometen crímenes durante el día.

Izuku estuvo a punto de fruncir el ceño por la referencia a su vida delictiva, pero se recordó a sí mismo que Katsuki no había tenido más remedio que convertirse en villano.

—Voy a correr un rato —le dijo—. ¿Me acompañas?

—Antes necesito un café para terminar de despertarme —masculló dirigiéndose a la cocina.

Quince minutos más tarde regresó con energías renovadas y enfundado en ropa de deporte.

—Vamos, nerd. Te haré tragar el polvo.

—Kacchan, voy a trabajar la resistencia, no la velocidad —rio.

—Entonces te ganaré en resistencia.

El trote los llevó por un camino rodeado de árboles y plantas que desprendían una maravillosa fragancia. Katsuki lo guio por un camino que conducía a un lago cercano y le daba la vuelta. Era una ruta en la que las altas copas de los árboles protegían a los caminantes de los rayos del sol y por la que corría una ligera brisa. Izuku tomó aire, respirando el dulce aroma de las flores.

—Hace un día precioso —comentó mientras seguían corriendo—. Oye, Kacchan, ¿qué te gusta más, la playa o la montaña?

—¿Eh? ¿Tan pronto vas a comenzar con tus preguntitas? —se quejó.

—Es una pregunta fácil.

Katsuki lo pensó durante unos segundos.

—La montaña. Me gusta hacer escalada.

—¿Escalada? —repitió Izuku, asombrado. Sus ojos se habían agrandado—. Debe de ser muy difícil.

—Supongo... ¿Y a ti? ¿Qué te gusta más?

—Me gustan las dos —respondió alegremente.

—¿Me haces escoger y tú no eres capaz de decidirte, maldito nerd?

—Bueno, supongo que la playa me gusta un poco más.

—¿Por qué?

—Me gusta bañarme en el mar, escuchar el sonido de las olas... y jugar con la arena.

El hilo rojo (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora