Un día de mierda

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Un día de mierda. Katsuki no podía definirlo de otra forma. Estaba siendo un día de mierda y todavía ni siquiera habían dado las once de la mañana. Tumbado en su cama, pensaba en todo lo que había ocurrido en apenas tres horas. Su mente tendía a pensar que todo se había ido a la mierda, pero había conseguido que sus amigos fueran liberados y para él eso representaba un triunfo. No había podido evitar que se le encogiera el corazón cuando Arata les había devuelto sus recuerdos y les había contado que eran libres de marcharse a cambio de que él se quedara. Mina se había lanzado a sus brazos llorando.

—¿Cómo vamos a dejarte aquí, Bakugo-kun? ¡No podemos irnos sin ti! —había exclamado.

Arata presenciaba la escena desde su sillón con gesto impasible. El muy hijo de puta se había negado a dejarlos solos. Quería tener a Katsuki vigilado en todo momento para evitar nuevas conspiraciones en su contra.

—Ya está decidido —había respondido Katsuki intentando permanecer sereno—. Quiero que os marchéis y sigáis con vuestras vidas. Vuestras familias habrán recuperado también sus recuerdos. Podéis volver a casa.

—¿Y qué pasa contigo? —le preguntó Sero.

—Nunca he sido un buen hijo ni un buen héroe —respondió—. Es mejor así.

—¡No digas eso! ¡Eres el que más talento tenía de todos nosotros! —intervino Jiro—. ¡Siempre estabas por delante de los demás!

Sí, ahora recordaba gran parte de su vida durante la UA. Al menos todo lo que concernía a los momentos que había compartido con Kirishima, Kaminari, Jiro, Ashido y Sero. Resultaba extraño ver imágenes en su cabeza en la que solo sus caras aparecían nítidas, mientras que el resto de sus compañeros aparecían difuminados en un aula de veinte alumnos.

—Que tuviera talento no quiere decir que lo usara con el objetivo adecuado.

Arata tenía razón. Durante su estancia en la UA se había comportado como un niñato inmaduro que solo buscaba el éxito y el poder. Ser el mejor y nada más. No le importaban una mierda el resto de las personas. Quería ser el héroe número 1 por pura vanidad.

—Tío —habló Kaminari. Parecía confuso, como si no encontrara las palabras adecuadas en ese momento—. Eres nuestro amigo... No podemos dejarte aquí.

—Como ya he dicho, es decisión mía. No hay más que hablar.

Katsuki miró a Kirishima. Era el único que no se había pronunciado en todo ese tiempo. Permanecía callado y serio desde que Arata le había puesto la mano en la cabeza. No hacía más que clavar su mirada en él, seguramente intentando encontrar algún rastro de mentira en sus palabras. Katsuki frunció los labios. Kirishima era su mejor amigo, la persona más cercana a él durante todo ese tiempo. Solo esperaba que lo conociera lo suficiente como para saber que aquella solo era una solución temporal, y que Katsuki no estaba dispuesto a rendirse.

Arata carraspeó y señaló el reloj de pared con un gesto. Había quedado con Izuku en un parque cercano en una escasa media hora de la que ya solo quedaban diez minutos.

—Lo siento, chicos, pero Katsuki tiene que ir a una misión que le he encomendado y no queda mucho tiempo —dijo Arata—. Vosotros podéis ir haciendo las maletas. Dispondré de un coche para vosotros para que os lleve al aeropuerto, a la estación de tren o a donde necesitéis.

Katsuki pudo ver claramente la rabia contenida en los ojos de todos sus amigos. Podía leerlos fácilmente después de tanto tiempo con ellos. Odiaban a Arata. Odiaban la facilidad con la que disponía de sus vidas y las manipulaba a su antojo, como si solo se trataran de piezas de ajedrez sin sentimientos. Tenía tantas ganas como él de agarrarlo del cuello y estrangularlo, pero sabían que no saldrían vivos de allí si lo hacían.

El hilo rojo (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora