El regalo

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Cuando entraron por la ventana los primeros rayos de sol, Izuku se dio la vuelta en la cama y enterró la cara en la almohada. Suspiró. Estaba tan a gusto... Aquella almohada era cálida y olía muy bien. Sonrió aún en su estado de duermevela. Era tan cálida que parecía que tenía vida propia. Casi podía escuchar un corazón latiendo acompasadamente a través de la tela.

Soñó que la almohada lo abrazaba, que le pasaba un brazo por encima de la cintura y lo acercaba a ella. Sintió una respiración profunda y tranquila que acariciaba su cabello. Sus manos se cerraron en torno a la tela y volvió a inhalar aquel olor que emanaba de ella.

Pasaron unos segundos hasta que se dio cuenta de que no estaba soñando y de que todas esas sensaciones eran reales. Abrió levemente los ojos. Sus manos seguían aferradas a una tela, pero no era la de la almohada, sino la de una camiseta negra. Un brazo musculoso rodeaba su cuerpo. Despegó la cara de aquel pecho que subía y bajaba rítmicamente y vio a Katsuki. Sus mejillas enrojecieron y tragó saliva. Había estado durmiendo abrazado a Katsuki sin darse cuenta. No recordaba haberse quedado dormido mientras el chico le contaba una de sus historias, pero mucho menos recordaba que se hubiera quedado a pasar la noche con él.

Katsuki seguía profundamente dormido. En ese estado, su rostro desprendía una paz que consiguió embelesar a Izuku. Observó sus ojos, la suave curva de su nariz, sus labios... y su mente voló irremediablemente al sueño que había tenido hacía dos noches, específicamente en el momento en el que Katsuki le había agarrado la cara y le había besado. Tragó saliva de nuevo y se preguntó a qué sabrían los labios de Katsuki. Seguramente nunca lo sabría.

Se vio tentado a acariciarle la cara. Cualquier parte, la que fuera, pero sus dedos se detuvieron a unos centímetros de su piel por miedo a despertarlo. Volvió a recostarse y se acercó un poco a él. El calor que desprendía el cuerpo del villano llegó hasta él y deseó volver a enterrar la cara en su pecho y acurrucarse entre sus brazos. No obstante, pensó que eso sería abusar de la confianza de Katsuki, por lo que finalmente se levantó deseando no haber abierto los ojos tan pronto para quedarse un rato más junto a él sin remordimientos.


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—Voy a ir a Musutafu —le anunció Izuku a Katsuki durante el desayuno.

El rubio levantó la mirada de sus tostadas y enarcó una ceja.

—¿Cuándo? —preguntó.

—Hoy mismo —respondió Izuku—. Cogeré el primer tren que salga para allá y regresaré por la noche. Quiero ir a ver a mi madre y asegurarme de que todo está bien.

—¿No la has llamado?

Izuku negó con la cabeza.

—No está acostumbrada a que la llame tan temprano. Se preocuparía.

Katsuki dio un sorbo a su taza de café y se pasó una mano por el cabello despeinado.

—¿Y no se preocupará si apareces por allí un día laboral solo porque sí?

—Le diré que tengo el día libre. Además... he estado pensando en algo que podría darnos más pistas sobre tu pasado.

El rubio pareció súbitamente interesado, puesto que se cruzó de brazos y lo miró con atención.

—Ah, ¿sí? ¿El qué?

—Ese recuerdo que tuvimos... fue cuando éramos adolescentes, ¿verdad? Y ambos llevábamos nuestros trajes de héroe. Con esa edad, yo todavía debía estar estudiando en la UA. He pensado que, quizás, tú también estudiases ahí conmigo. Podría ir a hacer una visita a mis antiguos profesores y pedirles que me dejen investigar un poco en los archivos.

El hilo rojo (Bakudeku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora